“Ser como un niño. Los niños viven en una zona intermedia, y están en permanente comunicación con todas las cosas y las criaturas del mundo — recordaba el escritor español Gustavo Martín Garzo —.No creo que importe mucho que lean o no. Están en literatura sin necesidad de leer, viven en los libros sin necesidad de abrir ninguno. No creo por eso que las campañas que constantemente tratan de favorecer la lectura en la infancia tengan nada de decisivo. La lectura no es un habito que pueda fomentarse, es una necesidad. Y el niño, al menos hasta los diez o once años, no tiene por qué leer. Su mundo es básicamente oral. Luego leerá o no, pero de hacerlo, de llegar a convertirse en un lector verdadero, lo hará a partir de un desacuerdo profundo con el mundo, de un choque con ese principio de realidad que dirige y regula nuestras acciones y pensamientos. Pero no sólo por ese choque, ni sólo porque se sienta infeliz. También por el sueño de una vida fundada, de una armonía con los demás seres de la creación. Porque la literatura tiene, sí, un lado crítico, de denuncia, y es una pregunta acerca del hombre, de sus insuficiencias, pero sólo concebible desde la evocación del mundo, de la posibilidad infinita.”
“Hay escritores— decía Antonio Machado— cuyas palabras parecen lanzarse en busca de las ideas; otros, cuyas ideas parecen esperar las palabras que las expresen. El encuentro de unas y otras, ideas y palabras, es muchas más veces obra del azar. Hay escritores extraños — y no son los peores— en quienes la reflexión improvisa y la inspiración corrige.”
“Los rebaños entraban en Madrid- – describía Corpus Barga — por el puente de Segovia y subían por la cuesta de la Vega a la calle Mayor. Los faroles municipales que vistos desde abajo parecían pocos, menos numerosos y menos brillantes que las estrellas en la calle Mayor, aunque las luces de la ciudad de entonces parecerían ahora apagadas, deslumbraban a los pastores, excitaban a los mastines y amedrentaban a los carneros más que a las ovejas. Ellas eran las que parecían mantener el movimiento continuo del rebaño, estar acostumbradas a la noche artificial, en las trasnochadoras. El rebaño bajaba y subía a lo largo de la calle Alcalá, escoltado por los rudos mastines, seguido por los finos borriquillos cargados con las alforjas, las mantas, los calderos, los cuernos de aceite, y salía de Madrid cruzándose con el sol mañanero que por las Ventas del Espíritu Santo empezaba a ejercer su oficio de vendedor ambulante de rayos y clareaba los ojos de los pastores ciegos, sajaba las pupilas atragantadas de luces. Los pastores al salir de la ciudad se hubieran perdido en el campo sin la marcha ininterrumpida de los rebaños, el río de lana que iban siguiendo. Indiferentes no menos que las estrellas al mundo, el demonio y la carne, es decir, a los pastores y perros merineros, las ovejas noctámbulas seguían de día su camino, continuaban su trabajo, interrumpido sólo las horas precisas para reponerse, de producir lana fina. Los carneros andantes, como las ovejas andariegas, es natural, endurecían sus músculos, no daban carne buena y, en cambio, afinaban su lana, una de las grandes riquezas de España, la famosa lana merina.”
Las llamas diarias del volcán en la isla de La Palma me llevan hasta las páginas de Gaston Bachelard en su ”Psicoanálisis del fuego”. Allí recuerda el autor una curiosa obra de juventud de George Sand titulada ”Histoire de Rèveur” en donde aparece un volcán imaginado más que descrito. ”Para ver de madrugada Sicilia, en ascuas sobre el mar —dice Bachelard—, el viajero escala las pendientes del Etna al atardecer. Se detiene para dormir en la Gruta de las Cabras pero no logrando conciliar el sueño, el viajero sueña con los ojos despiertos ante la fogata del abedul (…) Cuando el ensueño está concentrado, aparece el genio del Volcán. Danza “sobre las cenizas azules y rojas, montado en un copo de nieve que arrastra el huracán” Y arrastra al Soñador. ”Ven, mi rey. ¡Ciñe tu corona de llamas blancas y de azufre azul de donde escapa una lluvia chispeante de diamantes y zafiros!” Y el Soñador, dispuesto al sacrificio, responde:”¡Aquí estoy! Envuélveme en ríos de lava ardiente, estréchame en tus brazos de fuego. Me he engalanado con tus colores. Revístete tú también de tu ardiente vestidura de púrpura. Cubre tus espaldas con tus resplandecientes hábitos ¡Etna, ven, Etna!, rompe tus puertas de basalto, vomita el betún y el azufre . ¡Vomita la piedra, el metal y el fuego…! En el seno del fuego la muerte no es la muerte. La muerte no sabría estar en esta región etérea a donde tú me llevas… Mi cuerpo frágil puede ser consumido por el fuego; mi alma debe unirse a los sutiles elementos de que tú estás compuesto. ¡Pues bien!, dice el Espíritu, arrojando sobre el Soñador parte de su roja capa, di adiós a la vida de los hombres y sígueme a la de los fantasmas.”
Se ha hecho, pues, literatura sobre los volcanes. Y cuando uno vuelve a asombrarse ante la explosión diaria de La Palma y ve caer ardientes tonos azules y rojos, violáceos, amarillos, hacia el mar, recuerda que Bachelard dice que ”las cenizas han sido consideradas a menudo como verdaderos excrementos de la naturaleza.”
“Hay metáforas que son más reales que la gente que anda por la calle —escribía Pessoa—-.Hay imágenes en los escondrijos de los libros que viven más nítidamente que muchos hombres y mujeres. Hay frases literarias que tienen una individualidad absolutamente humana. Pasos de parágrafos míos hay que me hielan de pavor, tan nítidamente los siento, tan recortados contra las paredes de mi cuarto, en la noche, en la sombra (…)”
“El personaje es la vida de la novela— dice el escritor estadounidense John Gardner—. El ambiente existe sólo para que el personaje tenga un entorno en el que moverse, algo que ayude a definirlo, algo a lo que pueda recurrir o de lo que pueda prescindir si es necesario. El argumento existe para que el personaje pueda descubrir por sí mismo ( y revelar al lector) cómo es él realmente: obliga al personaje a decidir y a actuar, lo transforma de estática construcción en ser humano vivo que toma decisiones y paga las consecuencias u obtiene recompensas. Y el tema existe sólo para hacer que el personaje se imponga y sea alguien: es lenguaje crítico elevado cuya función es exponer el problema principal del personajje.”
El escritor irlandés del siglo XVlll Laurence Sterne dividía los viajes como viajes ociosos, viajes curiosos, viajes embusteros, viajes vanidosos y viajes melancólicos, y a los viajeros como viajeros por necesidad, viajeros delincuentes, viajeros inocentes e infortunados, simples viajeros y viajeros sentimentales. El simbolismo del viaje, como señala Chevalier en su ”Diccionario”, se resume en la búsqueda de la verdad, de la paz y de la inmortalidad y en la búsqueda también y en el descubrimiento , si ello es posible, de un centro espiritual. La navegación, el curso de los ríos, la ruta hacia las islas, han estado muchas veces vinculados al viaje. Estudiar, investigar, buscar, vivir intensamente lo nuevo y lo profundo, son modalidades del viaje. Los héroes son permanentemente viajeros, es decir, inquietos.
Pero hay otro viaje que nos sorprende siempre y que nos alecciona. Sucede a la mitad y a veces casi al final de nuestra vida. Cuando vamos doblando una a una las vueltas del camino y creíamos hasta entonces deslumbrarnos con tantas verdades solapadas y nos encontramos de bruces y de pronto con la única y auténtica verdad.
José Julio Perlado
(Imágenes: 1– Abbott Handerson Thayer/ 2- Lee Lawson)
“Sobre la línea del horizonte en estas puestas de sol inyectadas de sangre—- como si una vena del firmamento hubiera sido punzada, escribe Ortega en sus ”Meditaciones del Quijote” —-: se levantan los molinos harineros de Criptana y hacen al ocaso sus aspavientos. Estos molinos tienen un sentido: como “sentido“, estos molinos son gigantes. Verdad es que Don Quijote no anda en su juicio. Pero el problema no queda resuelto porque Don Quijote sea declarado demente. Lo que en él es anormal ha sido y seguirá siendo normal en la humanidad. Bien que estos gigantes no lo sean, pero…., ¿y los otros?, quiero decir: ¿y los gigantes en general.?¿De dónde ha sacado el hombre los gigantes ? Porque ni los hubo ni los hay, ” en realidad”. Fuere como fuere, la ocasión en que el hombre pensó por vez primera los gigantes no se diferencia en nada esencial de esta escena cervantina. Siempre se trataría de una cosa que no era gigante, pero que, mirada desde su vertiente ideal, tendía a hacerse gigante. En las aspas giratorias de estos molinos hay una alusión hacia unos brazos briáreos. Si obedecemos al impulso de esta alusión y nos dejamos ir hacia la curva allí anunciada, llegaremos al gigante.
Eran recuerdos de Monet y Degas los que aparecían, eran puentes, bailarinas, punteados puentes, entraron de puntillas unas flores en la clase, no, en la clase no, en la memoria, si yo fuera francés haría una escena con esto, es Europa, el XX, el siglo XVlll ni adivinó que iba a venir esto, las pelucas, los carruajes, el susurro de los espadachines no soñaron con la lluvia hecha hilo, estación de Montparnasse bostezando en blancuras, el ferrocarril, la velocidad, andenes, estanques, la naturaleza, el caballete, todo se va.
— ¿ Y el expresionismo? Hábleme del expresionismo. ¡Señálelo en la pizarra!
¿Pero cómo voy a señalar el expresionismo en la pizarra si el expresionismo es el gesto, la deformación de rasgos?, uno mete la mano en la boca de las máscaras de la antigüedad, uno va a Creta, y se introduce en Cnosos, y el misterio de no extraer la mano nunca es el terror puro, Hitchcook hace que el brazo no acabe de salir jamás, uno se lleva el brazo a casa con la manga vacía, entonces ¿hay o no hay brazo?, uno sube las escaleras temblando, ¿llevaré o no llevaré brazo?, no hay espejos, es una casa sin espejos, no hay tacto, he perdido el tacto, ¿cómo es posible que haya perdido el tacto? ¿dónde lo he perdido?, he de volver otra vez a la multitud, debió de ser en aquel gentío, aquel hombre que robaba los tactos de todos, se iba con las yemas de los dedos y hurtaba la sensibilidad. Entonces, ¿cómo voy a tocar mi brazo si ya no tengo tacto? Y los espectadores ante todo esto se quedan clavados en sus butacas en el aliento acogedor del cine, el corazón en la lengua de la boca, el corazón late palpitante, los ojos del corazón miran cómo sube despacio las escaleras ese hombre sin brazo en una casa sin espejos, la escalera es de caracol, no existe el misterio si no hay una escalera que no sea de caracol y con unos peldaños crujientes y calientes, los peldaños, al pisarlos el zapato, se van doblando como los relojes de Dali, entonces la escalera se vence hacia un lado, el asesino ha hecho que esta escalera esté mojada de migas de pan, uno se hunde en la miga, mis suelas, que intentan escapar del asesino, quedan pegadas a la miga mojada, es como el fango, la escalera de caracol es una barra de pan retorcido con el vientre abierto y chorreando mantequilla !No puedo, profesor, me escurro por esta mantequilla, no puedo escapar, sálveme!
—-¿Y todo eso es lo que a usted se le ocurre del expresionismo? Pero entonces, ¿usted qué ha estudiado?
— El consumismo, profesor. Me he estudiado el consumismo. El consumismo sí me lo he estudiado.
Entonces, empiezo. No hace falta libro, no señor. Un día, para estudiarme el consumismo, me metí las manos en os bolsillos y eché a andar. Lo más difícil para aprender consumismo es no llevar dinero. ”Comprarás con los ojos” — me dijo María, mi madre — ¿Qué quieres. ¿Aprender a consumir? Harás como Claudia, tu abuela, nunca tuvo un duro, no sé qué hizo, se consumió de otra forma, como una pasa, mira, sal al jardín y mira a tu abuela-pasa, que parece que nunca mató a una mosca, realmente nunca la mató, se casó con tu abuelo Luca y se pegó a él, tu abuelo sí que tenia dinero, lo dejó en los casinos, y mientras la bola giraba en la ruleta y se perdían fincas y joyas y el ajuar entero, tu abuela Claudia paseaba y paseaba con aquel vestido único que le quedaba, un vestido verde- esperanza cuajado de flores, ése con el que está sentada siempre, lo planchaba, lo alisaba, lo cosía otra vez,: así se sentó en los vestíbulos de los grandes hoteles y entró en las mejores tiendas de Montecarlo, de Las Vegas, de Londres y de París.”
Es cierto. Mi abuela Claudia, hundida en el enorme sillón de paja que tenemos en el jardín, no habla: me mira con sus ojos como alfileres de cerezas encarnados y escondidos en las cuencas de las arrugas. ¿Qué?” — me dicen esos ojos —“¿Ya te mandó tu madre? ¿.Qué quieres?”. Mi abuela Claudia, la esposa de mi abuelo Luca, no habla: si un día escribo algo sobre ella la tendré que sacar así, muda, sin moverse, con el vestido de flores verde- esperanza. Es la única que se niega a entrar en casa. Ni siquiera de noche.
— Va a llover — advierte María, mi madre — . Hay que cubrir a tu abuela. Saca el impermeable.
Desde que la conozco, cada noche que llueve, un hule enorme la tapa, envolvemos su sillón de paja, las agujas del agua nunca la traspasan. Yo me meto en la cama y oigo cómo chisporrotean las gotas de lluvia sobre el hule estampado y atado, de qué modo baten los bastones del aguacero incesante y cómo repiquetean los palillos del cielo sobre el tenso tambor que cubre a mi abuela Claudia que ronca firmemente mientras yo duermo y ella duerme, jamás se enfrió, no hubo modo de meterla nunca en casa. Sueño de pronto que viene un director de cine y me dice:
— ¿ Me prestarás un día a tu abuela tal como está, así, con la lluvia encima, para hacer una película?
Pues, sí, profesor, — sigo contando en la clase— , es lo que le decía, el consumismo sí me lo he estudiado. Le he hablado de mi abuela Claudia y de mi madre porque me he ido por las ramas, siempre me voy por las ramas, pero el consumismo sí me lo he estudiado. Mire, profesor, yo empiezo a contar cosas, pero la forma que yo tengo de contar es con imágenes, oigo mis palabras, recito la lección, pero las veces en que yo he sacado buenas notas en historia, en geografía o hasta en filosofía, ha sido cuando he salido de la clase, no, nunca me he desdoblado, eso lo dejo para otros, el banco de mi pupitre se ha quedado vacío y yo me he echado a andar por el mundo, he seguido andando con las manos en los bolsillos como un chaval napolitano o como un griego trashumante, o como un pícaro harapiento de las sórdidas afueras de Londres, esas que describe Dickens; siempre que he tenido que explicar el consumismo, no sé por qué, me he trabucado, pero no con mi lengua ni con mi cabeza, lengua y cabeza han estado en su sitio, me he trabucado sin yo quererlo, con mi imagen, he sido niño y mayor a la vez, he silbado y he fruncido el ceño como un hombre preocupado, me he parado en los puestos de helados de Roma, en la esquina de Via Frattina, he dado vueltas por Piazza San Silvestro, me he acercado a Via del Corso, el olfato del consumismo me ha llevado a las “trattorías” de Via della Mercede, entonces mis zapatos han retrocedido y un tronco de cordero asado y cortado en finas lonchas me ha hecho entrar, husmear y codearme con los que sueltan monedas en la caja, pero no era lo salado, profesor, no era lo salado ni lo frito lo que me atraía desde niño, sino lo dulce y lo helado, aromas que se retorcían en el cucurucho romano, sabores que me llamaban hasta quemarme el paladar, y me he puesto a comprar y a consumir sin parar. Sí, profesor, el consumismo es eso, viene en letra pequeña pero se hace muy grande, el consumismo es no acabar, comprar sin parar, siempre hay un aparato nuevo, cambiar de vehículo, la vejez de las cosas que se compran está unida a lo efímero, y uno dice en la cama por las noches !más, más!, uno va por las calles, se para en una calle de Londres, ¡qué maravillosas corbatas hay en Londres, qué camisas, qué abrigos, qué rotundos zapatos brillantes! , uno quisiera tener todo el dinero del mundo para comprar a la vez en Nueva York y en París. y volver a Madrid y de nuevo a Nueva York. ¿Ve cómo me he estudiado el consumismo? Pero siempre hay una pregunta que me he hecho, profesor, a ver si usted me la aclara : ¿quién lo inventó?”.
José Julio Perlado
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(Imágenes—: 1- espejo Fornaseti- 1960/2- park seo bo- 1992/ 3- Howard Hodgking// 4 – Jenna Gang)
Cuenta Stefan Zweig que cierto día un amigo de Balzac entró sin anunciarse en el estudio de éste. Balzac, que entonces estaba trabajando en una novela, dio media vuelta, se levantó de golpe, tomó al amigo del brazo en un estado de suprema excitación, y exclamó con lágrimas en los ojos: ”¡Qué horror! La duquesa de Langenis ha muerto”. Su visitante le miró perplejo. Conocía bien la sociedad de París, pero nunca había oído hablar de la duquesa de Langenis, y en realidad tampoco existía una duquesa de ese nombre; no era sino una de las figuras de la novela de Balzac, quien, en el instante de entrar el amigo, describía la muerte de aquella. Tenía esa muerte tan presente como si la hubiera visto con sus propios ojos, y aún no había despertado de su sueño productivo. Sólo cuando se apercibió de la sorpresa de su visitante, se dio cuenta de que hallaba nuevamente en otro mundo, que el de la realidad”
(Imagen—Harriet Backer— la biblioteca de Thorvald Boeck)
“Igualdad del don del alma y de la palabra — eso es el poeta — dice Marina Tsvietájeva—. Por eso no hay poetas que no escriban ni poetas que no sientan. Sientes pero no escribes— no eres poeta (¿ dónde está la palabra?)—; escribes pero no sientes— no eres poeta ( ¿dónde está el alma?)—¿Dónde la esencia? ¿Dónde la forma? Identidad. Indivisibilidad de la esencia y la forma — eso es el poeta —. Yo prefiero naturalmente, a quien no escribe pero siente, que a quien no siente pero escribe. El primero — quizá— mañana será poeta. O santo. O héroe. El segundo (el versificador) no es nadie. Y su nombre es legión.”
“Yo, en mi vida, — decía Raymond Carver—no soy muy dado a la retórica o a la abstracción, ni tampoco en mi escritura o en mi pensamiento, así que sólo puedo decir que cuando me pongo a escribir sobre determinada gente, deseo situar a los personajes en un ambiente tan palpable como sea posible. Ello puede implicar la inclusión de un aparato de televisión, una mesa o un rotulador que reposa sobre una mesa, pero lo cierto es que si tales objetos van a figurar en el relato no deben permanecer inertes bajo ningún concepto. Creo que todos esos objetos han de desempeñar un papel en los relatos, no son ”personajes”, en el sentido en que lo son las personas que aparecen en mis relatos, pero están ahí, y quiero que mis lectores sean conscientes de esa presencia, que sepan que ese cenicero está ahí, que el televisor está en aquella esquina ( y que puede estar encendido o apagado) y que la chimenea está llena de latas viejas.”
“El viento fue limpiando las palabras empañadas, todas las voces y los diálogos que se habían quedado prendidas en los jirones de los escaparates, entre acera y acera, en callejuelas pobladas de susurros y gritos, palabras destrozadas y desgarradas, despedazadas, despegadas del aire, y que el viento fue empujando, como cada mañana, mientras todos dormían, antes de que nadie hablara otro día y otra vez, y el viento se fue llevando las hojas revoloteadas de las frases y de las discusiones, el remolino de los suspiros amorosos de los novios, los ruidos, los frenazos, los pasos cruzados entre semáforos, las bienvenidas y los adioses de lejos. El viento empezó, como cada mañana, barriendo de palabras todas las calles, rebañando cada portal y cada quicio y limpiando todo el muro del aire entre las casas hasta dejarlo vacío y preparado, una ciudad de huecos transparentes y radiantes, embellecidos, dispuestos para la inminente jornada. Y el viento fue llevándose las palabras en trocitos pequeños, cuesta abajo, poco a poco, como en cada amanecer, las fue vaciando al fin de la capital, donde la ciudad acababa, en el mar.”
“En ninguna parte — ¡en ninguna!— se sentía con más deleite la despreocupación de la vida ingenua y, no obstante, al mismo tiempo maravillosamente sabia que era París— evoca Stefan Zweig en ”El mundo de ayer’—., donde la hermosura de las formas, la moderación del clima, lla riqueza y la tradición la confirmaban gloriosamente. Cada uno de nosotros, los jóvenes, nos incorporábamos una parte de esa ligereza, y de esa misma manera contribuíamos a ella; chinos y escandinavos, españoles y griegos, brasileños y canadienses, todos se sentían junto al Sena como en su casa. No existía la violencia; se podía hablar, reír, pensar, maldecir a gusto; cada uno vivía a su placer, en compañía o solo, pródigo o económico, con lujo o como un bohemio; había lugar para cualquier peculiaridad y estaban previstas todas las contingencias.
Allí estaban los restaurantes sublimes con todos sus encantos culinarios, los vinos de doscientos y trescientos francos, los coñacs pecaminosamente costosos de los días de Marengo y Waterloo; pero se comía y se bebía asimismo magníficamente en el local de cualquier “marchand de vin” a la vuelta de la próxima esquina. En las hosterías repletas del Barrio Latino se obtenían, a cambio de unas cuantas monedas, las más apetitosas bagatelas antes y después del sabroso almuerzo, y además vino blanco o tinto y una barra enorme de delicioso pan blanco. Cada cual iba vestido como quería; los estudiantes se paseaban con sus gallardas boinas por el bulevar St Michel; los pintores confeccionaban su figura con anchos sombreros que parecían hongos gigantescos y lucían románticas chaquetas de terciopelo negro; los obreros caminaban despreocupados, vistiendo blusas azules, o en mangas de camisa, por los bulevares más distinguidos; las niñeras, con sus cofias bretonas, de anchos plegados; los taberneros, con sus mandiles azules. No era menester que fuera precisamente el 14 de Julio para que, pasada la medianoche, unas cuantas parejas jóvenes empezasen a bailar en medio de la calle, bajo la sonrisa benévola del agente de policía. Es que la calle pertenecía a todos y a cada uno. Nadie se incomodaba con nadie.¿Quién se preocupaba en París de espantajos tales como la raza o el origen, que sólo más tarde fueron inflados?”
(Imágenes — 1- Paris/ 2- café de Flore- 1953/ 3 – café de Dome- 1929- national geographic