
“Hay incalculables cosas que nos quedan por saber de la música— me decía en su casa cercana a Madrid Luis de Pablo en 1977–. El número de combinaciones, permutaciones y variaciones es prácticamente ilimitado; si no, se habría terminado la posibilidad de creación, lo más apasionante de la música para mí es lo que queda por hacer, no lo que ya ha sido hecho.
El tiempo y la música es uno de los temas más apasionantes que puede haber. El tiempo en Occidente siempre intenta ser causal; al ser causal se produce un fenómeno muy curioso: estamos viviendo en un tiempo que es habitable racionalmente, puesto que lo que está sucediendo ahora es un momento conocible, por lo que se había oído antes. Pero más tarde descubrimos que hay gran cantidad de músicas no occidentales, que han partido de que la música es un entorno sonoro, que dura lo que tiene que durar, dura una noche entera a lo mejor, o dos horas, un minuto o unos segundos. En su momento se planteó la pregunta: ”¿ es posible una forma de tiempo irrepetible?”, es decir, una forma en un tiempo que no transcurre como un ciclo cerrado, sino como un agua que se derramara sobre una superficie lisa.
Esto ocurre y es clarísimo en las músicas rituales tibetanas, por ejemplo, o en ciertas músicas ambientales africanas, en las que la música es estrictamente una improvisación muy medida, porque todo el mundo conoce la base de aquello, y que dura lo que la gente quiere que dure. Entonces el tiempo transcurre de otra forma, no para medirlo o dominarlo, sino para dialogar con él. Podríamos escuchar músicas, concretamente de ciertas tribus negras de Rhodesia; uno puede estar oyendo esa música años, porque no hay un nexo y todo radica estrictamente en la disposición del espíritu de uno.”
(A la memoria de Luis de Pablo que hoy acaba de morir)
Descanse en paz
