
“En ninguna parte — ¡en ninguna!— se sentía con más deleite la despreocupación de la vida ingenua y, no obstante, al mismo tiempo maravillosamente sabia que era París— evoca Stefan Zweig en ”El mundo de ayer’—., donde la hermosura de las formas, la moderación del clima, lla riqueza y la tradición la confirmaban gloriosamente. Cada uno de nosotros, los jóvenes, nos incorporábamos una parte de esa ligereza, y de esa misma manera contribuíamos a ella; chinos y escandinavos, españoles y griegos, brasileños y canadienses, todos se sentían junto al Sena como en su casa. No existía la violencia; se podía hablar, reír, pensar, maldecir a gusto; cada uno vivía a su placer, en compañía o solo, pródigo o económico, con lujo o como un bohemio; había lugar para cualquier peculiaridad y estaban previstas todas las contingencias.

Allí estaban los restaurantes sublimes con todos sus encantos culinarios, los vinos de doscientos y trescientos francos, los coñacs pecaminosamente costosos de los días de Marengo y Waterloo; pero se comía y se bebía asimismo magníficamente en el local de cualquier “marchand de vin” a la vuelta de la próxima esquina. En las hosterías repletas del Barrio Latino se obtenían, a cambio de unas cuantas monedas, las más apetitosas bagatelas antes y después del sabroso almuerzo, y además vino blanco o tinto y una barra enorme de delicioso pan blanco. Cada cual iba vestido como quería; los estudiantes se paseaban con sus gallardas boinas por el bulevar St Michel; los pintores confeccionaban su figura con anchos sombreros que parecían hongos gigantescos y lucían románticas chaquetas de terciopelo negro; los obreros caminaban despreocupados, vistiendo blusas azules, o en mangas de camisa, por los bulevares más distinguidos; las niñeras, con sus cofias bretonas, de anchos plegados; los taberneros, con sus mandiles azules. No era menester que fuera precisamente el 14 de Julio para que, pasada la medianoche, unas cuantas parejas jóvenes empezasen a bailar en medio de la calle, bajo la sonrisa benévola del agente de policía. Es que la calle pertenecía a todos y a cada uno. Nadie se incomodaba con nadie.¿Quién se preocupaba en París de espantajos tales como la raza o el origen, que sólo más tarde fueron inflados?”

(Imágenes — 1- Paris/ 2- café de Flore- 1953/ 3 – café de Dome- 1929- national geographic