“En Stratford visitamos la casa de Shakespeare; en la fachada había un trofeo de palmas, regalo de Victor Hugo — evoca Mario Praz— : un gran gesto de fraternización hacia otro genio. La casa no me impresionó, había demasiados bustos de Shakespeare, todos distintos entre sí, demasiado ”pequeño museo” de reliquias inútiles. Está la silla donde ’ se dice’ que se sentaba Shakespeare. Las señoras hacen cola para sentarse en ella. También hay un banco que estaba en la Grammar School, han cogido el banco más grande y viejo y lo han trasladado a la casa, ahora piensan que como el banco es demasiado alto para un colegial, tal vez Shakespeare fuese maestro allí antes de ir a Londres. Dentro hay trapos de polvo y un pedazo de escoba. En el jardín encontramos a Shaw que tiene una oronda cara rubicunda de un viejo de Jordaens, hermosa barba blanca y cejas pobladas y rizadas en las puntas. Es una bella y buena escultura. El jardín está delicioso de color, de claridad y de paz: y están todas las plantas que Shakespeare menciona en sus obras, con sus letreritos.”
“Un judío de Cracovia había soñado varias veces que junto a cierto molino se ocultaba un tesoro enterrado — así lo cuentan Levitte y Casaril en ”Los sueños y sus interpretaciones” — Una buena mañana se levantó, se dirigió al molino y empezó a cavar todo alrededor, pero en vano. El molinero le preguntó por qué cavaba de aquella manera, y el hombre se lo explicó. Entonces el molinero, muy sorprendido, contó que él mismo había soñado varias veces que en el patio de cierto hombre de Cracovia había un tesoro enterrado; y citó el nombre del hombre, que era el miismo que el de nuestro buscador del tesoro. El cracoviano regresó de inmediato a su casa, registró su patio y encontró un tesoro.”
Las ”Ocurrencias de un ocioso” fueron escritas entre 1330 y 1332 por el japonés Kenko y el libro se componía de 243 capítulos, algunos de pocas líneas y otros más extensos. El autor habría pegado los trozos de papel que contenían cada parte del libro en las paredes de su casa. Tras su muerte, otros habrían unido tales fragmentos, en los que multitud de lectores habían de encontrar lo que es quizá la más esencial concentración del espíritu japonés. Como recuerda el editor italiano Roberto Calasso que reseñó y escogió esta obra para su editorial Adelphi, este libro quiere resaltar de algún modo el carácter de lo ”inacabado” y lo ”sin forma” que ha sido por largo tiempo en Japón un verdadero método de composición. Este método se aleja de toda pretensión de fijar las cosas para siempre. ”Un paisaje, un gesto, un objeto, una ceremonia, una palabra, una anécdota, una expresión de un rostro, son otros tantos pretextos para la reflexión solitaria del autor. Sus notas quieren delinear las cosas fugazmente, por el puro placer de trazar los signos, de nombrar el mundo en su precariedad, en su carácter de ”no permanencia” que ninguna civilización – apunta Calasso – ha sabido exaltar como la japonesa. Se trata de una mezcla inconfundible de exaltación de las cosas y de placer por cada una de ellas en particular.” Un libro que se puede abrir por cualquiera de sus páginas encontrando siempre una lección.”
“La ciudad de Sanjon, cuando llegamos allí, era más pequeña, más ordenada, y edificada más a lo alto de la colina que en los viejos tiempos. — cuenta Robert Graves en sus ” Siete días en Nueva Creta”—.El mercado en sí sugería una exposición de flores montada en una iglesia. Toda clase de verduras y frutos maravillosos estaba artísticamente apilada en puestos pintados; pero como no había premios, ni precios, ni regateos, ni competencia, y como la gente encargada de los puestos eran empleados públicos, y no los dueños, y no tenían nada que hacer aparte de abastecer las existencias cuando se terminaban, faltaba el elemento dramático. Nosotros los compradores entrábamos por una puerta, dejando nuestros obsequios en un altar conveniente situado cerca de la entrada arqueada, dábamos vueltas como atolondrados con nuestras cestas, sirviéndonos silenciosamente de cuanto queríamos, ni siquiera molestándonos en pesar nuestras compras; y cuando habíamos completado el círculo, salíamos de nuevo.
El procedimiento recordaba el utilizado por un supermercado americano, sólo que al salir no nos detenía ningún cajero vigilante en la barrera para sumar nuestras compras y recoger nuestro dinero. A mí personalmente no me gustaba regatear los céntimos frente a las verduleras. Pero aún menos me gustaba pensar que me daban cosa por nada; me hacía sentir como si mi libertad personal estuviese amenazada.
No, el mercado no tenía nada de la vida que había tenido en otro tiempo. ¿Dónde estaba la vieja cicatrizada por la viruela que solía traer consigo un mono doméstico y un pato turco para ayudarla a vender las medicinas patentadas de su ya fallecido marido? ¿ Dónde estaba el niño cojo que vendía fuegos artificiales y juguetes mecánicos? ¿ Dónde estaba el viejo Démosthene con sus cajas de libros de segunda mano y su bonita nieta que vendía periódicos en el kiosco? La costumbre neocretense se había desecho de todos ellos. Por otra parte, se había desecho también de idiotas congénitos, de borrachos, de perros callejeros, policías, suciedades, olores y peleas a puñetazos…”
(Imágenes—1-Ben Schonzeit-2010/ 2- Paolo Scalera/ 3 – National geographic)
“Las memorias vienen a resultar todo lo contrario de la autobiografía. En la autobiografía todo se reduce a uno; en las memorias, la autobiografía no es solamente de uno, ni siquiera de uno y todo lo demás, sino de uno en todo lo demás— dice Corpus Barga—. La vida de una persona como la de un pueblo ( la Historia), no está constituida por los grandes acontecimientos o las grandes personalidades que intervienen en ella. No existe en función de fechas y de nombres; es el acontecer cotidiano y anónimo, si puede decirse. La vida se teje en todos los instantes. Las memorias deben descubrir este tejido, en vez de limitarse a recordar los hechos y las personas que son considerados importantes o curiosos a posteriori. Las memorias no deben ser un montón de retazos, por lujosos que éstos sean, sino una telaraña inconsutil”.
(Imágenes— 1- Corpus Barga- el mundo/ 2- los entretenimientos de la vida privada -national Museum- Estocolmo)
La hora de las doce de ese día entró en Madrid uniendo lentamente sus agujas y lo que nadie contaría en ese mediodía es que entró como suave flecha en el pensamiento de muchas gentes, mujeres y hombres, que se recogieron en sí un momento, el mediodía en Madrid a finales del siglo parecía pagano y era sólo apariencia, en ese segundo en punto de las doce la Virgen de Atocha, la advocación de la Almudena y la llamada de la Paloma recibían pensamientos y sentimientos, oraciones y labios que las pronunciaban. España, a pesar de sus avatares, era país religioso y cristiano, había una lucha entonces por devastar sus costumbres de siglos y otras por renovarlas y reedificarlas , quién ganaría a quién, cuántos y cuáles emplearían ejércitos invisibles, es que acaso lo antiguo era enviar recuerdos a las Vírgenes madrileñas, las doce del mediodía como en cada jornada en la Villa de Madrid y en toda su historia repartía sus oraciones al cielo y las avemarías de todos los tiempos se abrieron como brotes del corazón y del cerebro, la voluntad es quien rige y vence a la pereza y domina al humano olvido, y en medio de los automóviles y de las prisas, entre gentes y vehículos, en el fondo de oficinas y de despachos, cruzando calles y haciendo altos con el pensamiento, comenzaron a volar avemarías cuyos cuerpos se forman con palabras seculares y divinas, y las palabras fueron a cobijarse en la eternidad, pero antes rozaron en el tiempo la historia de Madrid y cruzaron en espacios lejanos y pasados la Virgen de los Remedios, la de la Soledad, aquella otra del Buen Suceso, aun cuando sobre todo Madrid guardaba quizá en lugar primero, discusiones había sobre ello, la Virgen de Atocha, algunos creían que tal nombre provenía de la hierba tocha o atocha, por haber gran abundancia de ella en el lugar donde se levantó la antigua ermita, campo que decía llamarse del Atochar o de los Atochares. Fueron segundos, algún minuto quizá, fulgores de tiempo clavados en relojes de muñecas que elevaron el instante de su oración apenas perceptible en tanto tráfago y murmullo. Reyes y monarcas habían venerado a vírgenes madrileñas, y desde Felipe lll y Felipe V, que este último al llegar a Madrid había hecho pública su devoción a la Virgen de Atocha, la Corte, los sábados, con todo su aparato de magnificencia y poderío, Cortes que parecen y reaparecen, y al fin desaparecen creyéndose soberbias al inicio y siendo tiernamente humildes, rezaban la salve ante la advocación de esa Virgen de Atocha, mientras por todo el mapa de la capital de España, quedaban nombres como el de la Virgen del Milagro, o aquella célebre y famosa de la Almudena a la que tanto se encomendó, embarazada como estaba de la infanta doña Margarita, la primera esposa de Felipe lV, doña Isabel de Borbón, embarazada, sí, de aquella infanta que preside el centro del cuadro de Velázquez, “ las Meninas” .
Ya habían dado las once, horas que pasan, se había extendido un ambiente nuboso con ciertas posibilidades de tormenta, especialmente frecuentes en la zona de la sierra, el triángulo de la provincia madrileña con su pico apuntando hacia Burgos bajaba manso, por su costado derecho rozando la extensión de Guadalajara, y también bajaba más tierno, algo quebradizo y saltarín, por los pueblos del costado izquierdo, dejando a un lado Segovia y Ávila. Vientos flojos o en calma llegaban hacia el área de Madrid y soplaban a la cigüeña tanto por Aranjuez como por San Martín de Valdeiglesias, al pato por Fuentedueña del Tajo y Brunete, al zorro lo mismo entre Chinchón y Alcalá de Henares que en la media y alta montaña, entre Buitrago y Villalba; vientos flojos eran acariciados por el águila cerca del río Lozoya y del Jarama, el gato montés era perseguido por los vientos hacia la altura de Torrelaguna, al nordeste, y el azor los recibía no lejos de la Pedriza
No puede contarse bien la historia porque a esa misma hora por los últimos reductos de la sierra norte de Madrid, allí, hacia el valle de Lozoya, hacia Cercedilla o hacia El Escorial, pinares y robledales extendían su vida y alzaban al aire su sudor, vida enhiesta de los árboles, mientras que por Navalcarnero, Pelayos de la Presa y Cadalso de los Vidrios, es decir, en la punta noroeste que se afilaba hacia extensiones de Toledo y Ávila, se concentraban, casi invisibles para el hombre, valiosa población de rapaces, así el águila imperial o el buitre negro y leonado, o bien ratoneros y milanos. En Madrid, en el centro mismo de la ciudad, la máxima temperatura iba a llegar ese día hasta veintiún grados y la mínima bajaría a los nueve, buen clima, aire y aroma, un frente silencioso tendría que pasar durante esa jornada de oeste a este de la península y cruzaría por su mitad norte; los frentes, excepto los de guerra, y guerra felizmente no había ese día, ese mes, ni ese año en España, extienden sus suavidades sin alambradas ni fronteras, y las precipitaciones y lluvias dejan manar sus aguas desde los cántaros de las nubes, y así ocurriría ese día en distintas regiones españolas, aunque fueran de muy escasa cuantía en las proximidades del mar Mediterráneo y en cambio mojaran con moderada intensidad, aquí y allá la corteza del norte, por las brumosas tierras de Galicia.
Dos fotografías – una conservada en la Fundación Monet de Giverny y otra en los archivos del museo Marmottan de París —muestran a Hisae Izumi en junio de 1921 contemplando las flores y las aguas desde el artificial puente japonés de Giverny, en la región francesa de Normandía, dentro de la impresionante creación de la naturaleza que allí extendiera el pintor Claude Monet. Hisae aparece en esas dos fotografías con un kimono azul salpicado de motas blancas, está situada a la derecha de Monet que se encuentra en el centro del pequeño puente acompañado por el político francés Georges Clemenceau, el que fuera primer ministro en su país, buen amigo y admirador de Monet, y que en esos días estaba allí de visita. “¿Ve usted? — contaba luego Hisae en sus Memorias que Monet a sus 81 años le iba diciendo extasiado ante la belleza de su jardín—, ahí tiene usted las capuchinas multicolores, ahí están también, a cada lado de esas calles de arena que he ido construyendo, los lirios ajados, las adormideras, las malvarosas, los girasoles y por eso aparecen también ahí los colores púrpuras, las mezclas resplandecientes del blanco, el rosa, el amarillo y el malva, los anaranjados, los cobres ardientes que encienden los rojos, los violetas iluminados por el fuego de los púrpuras negros, las pequeñas faldas de bailarinas que se ahuecan y se hinchan ¿Ve usted toda esa maravilla? le repetía orgulloso Monet a Hisae desde el poderío de su barba blanca, vestido con un amplio blusón gris, cubierta la cabeza con un sombrero negro y calzado con gruesas botas. Cada estación del año — seguía diciéndole de modo reposado y entusiasmado — trae aquí sus propios colores. Si viene usted en otoño — le seguía comentando a Hisae —, verá en cambio que las capuchinas han invadido las calles y que sus más brillantes flores multiplicadas cubren el follaje que ya es amarillento. Y también en otoño verá cómo a las adormideras le suceden las dalias adornadas con una especie de oro fino y de púrpura sangrante, e incluso puede encontrar aquí, en este jardín, anémonas de su tierra, de Japón, el país cuyas flores admiro.
Clemenceau seguía atentamente las explicaciones de Monet aunque conocía bien aquel jardín ya que lo había visitado varías veces, pero se advertía en él una gran satisfacción al oír una vez más los descripciones de su pintor- amigo. Destacaba en Clemenceau su respetuoso silencio tanto como su famoso bigote lacio, caído sobre los labios y que le hacía inconfundible. Por lo que respecta a Hisae ella había conocido a Monet en París hacía más de cuarenta años, en 1875,, cuando habían charlado los dos de arte en el bulevar de los Capuchinos, en el taller que había ocupado el fotógrafo Nadar, aunque hasta entonces Hisae no había tenido ocasión de visitar Giverny. Pero a los dos les unía también de algún modo el recuerdo de un joven artista japonés, Yamashita Shintaro, que había pintado en su taller parisino a principios del siglo, en 1901, la mano derecha de Hisae y había quedado fascinado. por ella. Monet y Shintaro se habían cruzado varías cartas a lo largo del tiempo, la última un año antes, Monet desde Giverny, cuando el pintor francés le agradeció al japonés el regalo de un cuadro suyo sobre los jardines de su país. Y precisamente en torno a los jardines japoneses empezaron a hablar allí, en aquel mismo puente, Monet y Hisae,
José Julio Perlado
(del libro ”Una dama japonesa’)
(relato inédito)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(Imágenes— 1– Monet- puente japonés-/ 2- Monet en su jardín- wikipedia/ 3- Monet- flores en Giverny)
“Lo que vi en Barcelona— decía Le Corbusier de Gaudí — era la obra de un hombre, de una fuerza, de una fe, de una capacidad técnica extraordinarias manifestadas durante toda una vida de cantero, de un hombre que hacía tallar las piedras ante sus ojos sobre trazas verdaderamente muy pensadas. Gaudí era un gran artista; sólo aquellos como él quedan y quedarán”
Con motivo de la exposición que se abre actualmente en el Museo Nacional de Arte de Cataluña la figura y la obra de Gaudí vuelven a un primer plano. Bruno Zevi en su ”Historia de la arquitectura” anota que ” Gaudí dobla y retuerce el propio esqueleto del edificio sensibilizándolo hasta identificarlo con unidad plástica…Las geniales coagulaciones de Gaudí no pueden ser dibujadas, sino sólo trabajosamente esculpidas y atestiguan una tremenda batalla con la profundidad de la materia.”
La influencia de Gaudí se ha ido proyectando no sólo en la arquitectura, sino en todo el arte contemporáneo, por ejemplo, como recuerda Calvo Serraller, en la admiración que le profesaron los surrealistas, los escultores Henry Moore o Barbara Hepworth, o ya en la década de 1980, el pintor neoyorquino Julian Schnabel, que integraba en sus cuadros formas cerámicas al modo de Gaudí.
”El sentido orgánico del diseño de Gaudí — resume Calvo Serraller— alcanzó cotas de sorprendente atrevimiento que nunca se limitan a lo puramente decorativo, exterior, de los edificios, sino que se corresponden con la estructura y hasta con el menor de los acabados del interior. Y es que, gracias a su formación, Gaudí lo podía abarcar todo: desde el diseño de un picaporte, las rejas y forjados de las ventanas o los muebles, hasta las formas plásticas más ingeniosas de los jardines.”( Imágenes— 1- Gaudí: dibujo de cabeza de macho cabrío- 1878 – museo de la Sagrada Familia- wikipedia/ 2- Gaudí- el lagarto del parque Guell/ 3-La Sagrada Familia)
Entra el aire y llega la luz y pasan inmensas, silenciosas y blancas las nubes del cielo de Madrid. El polen de la atmósfera invisible asciende en poros diminutos y veloces, una brisa sutil, ahora, a las siete de la mañana, envuelve la claridad del jardín y este chalé con su pequeño pórtico de columnas está rodeado por motas de primavera que parecen de nieve, copos minúsculos de un algodón extraño y apenas perceptible, copos que sobrevuelan las hojas de los arboles y vagan blandamente, sin norte, entre algún pájaro furtivo. Están viniendo pájaros de una a otra zona verde de Madrid, de uno a otro espacio. Son pájaros del Retiro, de la Casa de Campo, pájaros que bordean árboles de la Castellana y Recoletos, pájaros que han dormido recogidos en si mismos, acariciados por su plumón, y que ahora cortan el aire en vuelo veloz, una cinta de alas que nadie percibe, a la que nadie ve, pájaros con su mundo propio en la frondosidad de las ramas y a los que nadie escucha cuando cantan entre sí, picoteo de comunicación cada vez mas sonora, con su lenguaje exacto y puntiagudo, y al que ninguno oye ni nadie, o muy pocos, entienden bien, casi nadie percibe el amor de los pájaros cantando enamorados.
“En Chandler— anotaba Ricardo Piglia—me gusta la combinación de aventura e ironía, una épica sosegada. Marlowe busca todo el tiempo objetos perdidos, enfrenta obstáculos múltiples. Vive ese trabajo agobiante de detective privado como un héroe de Kafka, con humor, viendo la muerte de cerca y el dinero como una clave que le da sentido al juego. Finge aceptar esas reglas para ocultar la atracción por el movimiento continuo. Una formidable técnica narrativa destinada a bifurcar incesantemente los caminos, la acción va siempre dos pasos por delante del héroe, que sólo encuentra los efectos de los hechos pero nunca los hechos mismos. Muchas veces me he sentido tentado de escribir el ”Quijote” de las novelas policiales. Un solo protagonista que debe ser al mismo tiempo Quijote y Sancho, un ex comisario un poco loco acompañado por sus voces interiores que le hablan sólo a él ( o que sólo él escucha), con la sabiduría popular de Sancho Panza, dichos, refranes, soluciones inesperadas de los enigmas. Los resuelve ” por pálpito”. Tener un pálpito es adivinar el porvenir, imaginar cómo siguen las cosas. Y ése es el método que debe tener este investigador que estará en el borde del género.”
Ahora son las seis de la mañana. El fragor de la gran capital hace ya tiempo despertó y mucho antes de las cinco de la madrugada abrió sus ojos y sus faros y sus ruidos en los pueblos de cercanías, alumbrando sus ciudades-dormitorio mientras empiezan a moverse y a llegar trenes y automóviles y autobuses repletos, vehículos que avanzan solitarios o en caravana trayendo hasta el centro de Madrid cerebros semidormidos, miembros entumecidos, caras largas y mudas, mujeres y hombres con problemas que se agrandan o se empequeñecen según el temperamento, según las marcas que dejó la infancia, la educación, los tratos o la presión del entorno. Madrid hace tiempo que ensanchó su pulmón y al fondo de sus arterias del norte aparece Fuencarral y el barrio del Pilar, al nordeste Hortaleza, Canillas y Barajas, al este Canillejas, San Blas y Vicálvaro, al sureste Vallecas, en el término sur San Cristóbal y Villaverde, mientras suben a la inversa de las agujas del reloj Carabanchel y Cuatro Vientos, y después se extiende por el oeste Campamento y la Casa de Campo, para al fin, al noroeste, por Aravaca, antes de que se escape hacia arriba el pequeñito río Manzanares, la carretera de La Coruña quiere huir y no puede, apresado su asfalto bajo las ruedas de los automóviles. Qué será de Madrid en el futuro, en el siglo XXll, qué fue de Madrid en el XlX, en el XVlll, en el XVll, nada piensan de ello las multitudes que van y vienen por el Madrid subterráneo, cintas veloces del Metro que cruzan en negro y rojo andenes y túneles, avanzan los vagones desde Fuencarral hasta la Plaza de Castilla, se abren en vertiente los cauces por Cuatro Caminos y la Avenida de América, llega ciega e iluminada una máquina por la línea 4, desde la estación de Esperanza, la esperanza nunca se pierde al ver este caos circulatorio de Madrid que se anuda más, que se aprieta más aunque parezca ensancharse, es una cuerda de ahorcado que ahoga la libertad de la capital, aquellos carros de mulas por el Puente de Toledo, aquellas estampas cansinas que cubrieron amarillentas postales, los grabados valiosos, el tiempo venerable quedó asesinado por la celeridad y por el ruido, a veces sólo por el ruido y por el humo matando incluso a la velocidad. Madrid pende del árbol de la prisa a estas horas primeras, parece que se fueran a matar las venas oscuras que suben de Legazpi en el Metro, parece que fueran a chocar con las que llegan de Portazgo, de Palomeras, del Alto del Arenal, de Miguel Hernández. Nada ocurre. El tejido subterráneo de Madrid tiene millones de pisos, escaleras mecánicas que bajan a sus infiernos, sótanos innumerables, capas superpuestas, inútiles, que se acoplan unas sobre otras en esta infraestructura móvil, como si se hubiera horadado el mundo de la ciudad y de su bajo vientre siguieran apareciendo a esta hora incansables y cansinas figuras.
José Julio Perlado — “Ciudad en el espejo”
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(Imágenes— Goya—=romería de San Isidro -=museo del,Prado
En estos días en que estoy revisando el texto de un libro mío que pronto va a publicarse, me vienen a la memoria las palabras de Patricia Highsmith sobre este tema tan necesario y a veces tan fatigoso.Pero las correcciones, en principio, en el mundo latino no son tan radicales como en el mundo anglosajón. Cuenta Highsmith: ”una revisión típicamente difícil que el escritor principiante tiene que hacer a ruegos del editor, consiste en eliminar por completo uno de los personajes del manuscrito o, a veces, hasta dos de ellos. Se trata siempre de personajes secundarios, pero es muy probable que sean los preferidos del escritor, que ha puesto mucho esmero en describirlos y ha dedicado bastantes páginas a sus actos y reacciones. Lo malo de tales personajes puede estar en que no permitan avanzar al argumento y las novelas de “suspense” no pueden permitirse el lujo de tener semejantes personajes aunque el escritor opine que dan variedad al ritmo del relato. Asimismo, eliminarlos significa suprimir todas las alusiones que se hacen a ellos en el libro.
Aunque cortes muchas cosas, seguramente tendrás que cortar más todavía. Cortar se hace cada vez más doloroso, más difícil. Al final uno no ve ninguna frase que pueda cortarse y entonces es cuando hay que decir: ”En este libro ”hay” que suprimir otras cuatro páginas enteras”. Y entonces vuelves a empezar por la primera página, quizá con un lápiz de otro color para que volver a contar resulte más fácil, y hay que mostrarse entonces implacable para cortar”.
(Imagen— foto Inge Morath- Arthur Miller escribiendo)
“La manera para volver a ponerse a escribir es la siguiente: —decía Virginia Woolf —primero, leves ejercicios al aire libre ; segundo, lectura de buena literatura. Es un error creer que la literatura puede producirse partiendo de materiales no elaborados. Estoy revisando ”La señora Dalloway”, volviéndola a escribir a máquina desde el principio, lo cual es, más o menos, lo que hice con ”Fin de viaje”, me parece un buen método, ya que de esta manera se pasa un pincel húmedo sobre la totalidad, con lo cual se unen partes que fueron compuestas por separado, y se secaron.”