
Dos fotografías – una conservada en la Fundación Monet de Giverny y otra en los archivos del museo Marmottan de París —muestran a Hisae Izumi en junio de 1921 contemplando las flores y las aguas desde el artificial puente japonés de Giverny, en la región francesa de Normandía, dentro de la impresionante creación de la naturaleza que allí extendiera el pintor Claude Monet. Hisae aparece en esas dos fotografías con un kimono azul salpicado de motas blancas, está situada a la derecha de Monet que se encuentra en el centro del pequeño puente acompañado por el político francés Georges Clemenceau, el que fuera primer ministro en su país, buen amigo y admirador de Monet, y que en esos días estaba allí de visita. “¿Ve usted? — contaba luego Hisae en sus Memorias que Monet a sus 81 años le iba diciendo extasiado ante la belleza de su jardín—, ahí tiene usted las capuchinas multicolores, ahí están también, a cada lado de esas calles de arena que he ido construyendo, los lirios ajados, las adormideras, las malvarosas, los girasoles y por eso aparecen también ahí los colores púrpuras, las mezclas resplandecientes del blanco, el rosa, el amarillo y el malva, los anaranjados, los cobres ardientes que encienden los rojos, los violetas iluminados por el fuego de los púrpuras negros, las pequeñas faldas de bailarinas que se ahuecan y se hinchan ¿Ve usted toda esa maravilla? le repetía orgulloso Monet a Hisae desde el poderío de su barba blanca, vestido con un amplio blusón gris, cubierta la cabeza con un sombrero negro y calzado con gruesas botas. Cada estación del año — seguía diciéndole de modo reposado y entusiasmado — trae aquí sus propios colores. Si viene usted en otoño — le seguía comentando a Hisae —, verá en cambio que las capuchinas han invadido las calles y que sus más brillantes flores multiplicadas cubren el follaje que ya es amarillento. Y también en otoño verá cómo a las adormideras le suceden las dalias adornadas con una especie de oro fino y de púrpura sangrante, e incluso puede encontrar aquí, en este jardín, anémonas de su tierra, de Japón, el país cuyas flores admiro.

Clemenceau seguía atentamente las explicaciones de Monet aunque conocía bien aquel jardín ya que lo había visitado varías veces, pero se advertía en él una gran satisfacción al oír una vez más los descripciones de su pintor- amigo. Destacaba en Clemenceau su respetuoso silencio tanto como su famoso bigote lacio, caído sobre los labios y que le hacía inconfundible. Por lo que respecta a Hisae ella había conocido a Monet en París hacía más de cuarenta años, en 1875,, cuando habían charlado los dos de arte en el bulevar de los Capuchinos, en el taller que había ocupado el fotógrafo Nadar, aunque hasta entonces Hisae no había tenido ocasión de visitar Giverny. Pero a los dos les unía también de algún modo el recuerdo de un joven artista japonés, Yamashita Shintaro, que había pintado en su taller parisino a principios del siglo, en 1901, la mano derecha de Hisae y había quedado fascinado. por ella. Monet y Shintaro se habían cruzado varías cartas a lo largo del tiempo, la última un año antes, Monet desde Giverny, cuando el pintor francés le agradeció al japonés el regalo de un cuadro suyo sobre los jardines de su país. Y precisamente en torno a los jardines japoneses empezaron a hablar allí, en aquel mismo puente, Monet y Hisae,
José Julio Perlado
(del libro ”Una dama japonesa’)
(relato inédito)
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