
“Los rebaños entraban en Madrid- – describía Corpus Barga — por el puente de Segovia y subían por la cuesta de la Vega a la calle Mayor. Los faroles municipales que vistos desde abajo parecían pocos, menos numerosos y menos brillantes que las estrellas en la calle Mayor, aunque las luces de la ciudad de entonces parecerían ahora apagadas, deslumbraban a los pastores, excitaban a los mastines y amedrentaban a los carneros más que a las ovejas. Ellas eran las que parecían mantener el movimiento continuo del rebaño, estar acostumbradas a la noche artificial, en las trasnochadoras. El rebaño bajaba y subía a lo largo de la calle Alcalá, escoltado por los rudos mastines, seguido por los finos borriquillos cargados con las alforjas, las mantas, los calderos, los cuernos de aceite, y salía de Madrid cruzándose con el sol mañanero que por las Ventas del Espíritu Santo empezaba a ejercer su oficio de vendedor ambulante de rayos y clareaba los ojos de los pastores ciegos, sajaba las pupilas atragantadas de luces. Los pastores al salir de la ciudad se hubieran perdido en el campo sin la marcha ininterrumpida de los rebaños, el río de lana que iban siguiendo. Indiferentes no menos que las estrellas al mundo, el demonio y la carne, es decir, a los pastores y perros merineros, las ovejas noctámbulas seguían de día su camino, continuaban su trabajo, interrumpido sólo las horas precisas para reponerse, de producir lana fina. Los carneros andantes, como las ovejas andariegas, es natural, endurecían sus músculos, no daban carne buena y, en cambio, afinaban su lana, una de las grandes riquezas de España, la famosa lana merina.”

(Imágenes- wikipedia)