EL REGRESO

Intentó meter el calor al fondo de la lavadora pero no era fácil porque era un calor pegajoso por la humedad de las costas y las playas del sur y muy seco en cambio por las montañas del norte. Y cuando metió los caballos que siempre descendían al anochecer y empezaron a dar vueltas y vueltas los cuerpos, las cabezas y las crines entre los remolinos del agua vio que aquel calor persistía, estaba al fondo de la lavadora, no era el sol, tampoco una mancha de sol que se pudiera lavar, tampoco era fuego, no era rojizo, no era el mango del bombero que acude a sofocar la llama, no era el resplandor, tampoco la desnudez del campo devastado, tampoco el humo ni la respiración ni la humedad en la ropa interior del verano , ni siquiera los trajes de baño, porque todo aquello la lavadora lo solía limpiar cada año al volver de vacaciones, se echaban muy pocas tazas de jabón y enseguida la espuma se llevaba todo: pantalones, blusas y conversaciones, tazas que había recogido el camarero, las sombrillas, el sueño matinal, la cesta con los bocadillos, las cremas, las sandalias, toda la arena de las sandalias, el bastón para subir la montaña, las canciones, el vino, las guitarras. A veces había que poner tres o cuatro lavadoras al llegar porque estaba el salón lleno de trastos inservibles, las fotos que había que clasificar, los videos que era necesario editar, los ladridos del perro, las risas, los bostezos, las confidencias, las conversaciones. Todo se lo llevaba la espuma y lo iba retorciendo y dándole vueltas y vueltas dentro del agua y él se sentaba a veces delante de la lavadora para ver pasar trozos de recuerdos deshilachados en donde aparecían nostalgias y planes de verano que se habían deshecho enseguida pero que nunca daban tristeza porque se había pasado bien, asomaban amaneceres en caminos desconocidos, primeros amores, subidas a ermitas inciertas, veleros blancos cruzando el silencio y era emocionante ver retorcerse todo aquello y cómo iba quedando cada vez más blanco cuanto había ocurrido, más blanco, cada vez más blanco.

Entonces, al final, fue sacando toda aquella blancura y la extendió sobre las mesas. Pero el calor persistía, él lo veía al fondo de la lavadora, se resistía a salir. Al fin consiguió sacarlo como pudo. Era un calor intenso, como un tapiz. Tomó unas pinzas, salió al patio interior, y colgó el calor con enorme cuidado sujeto con aquellas pinzas, y el calor se extendió todo a lo largo del patio interior hasta el suelo, hasta los bajos del suelo, y lo hizo como siempre, ardiente e invisible.

José Julio Perlado

(Imagen – wikipedia)

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