FLORES Y VELAS : EL SÓTANO DEL BOTÁNICO


(…) Asomándose entre los tubos de acero como si fueran ventanas sorprendentes, vi de pronto una serie de pétalos ondulados de una gran rosa, ( que después averiguaría que se llamaba rosa ”Hansa”), una maravillosa rosa de flores grandes y dobles, de atractivo color violeta rojizo con reflejos malva. Estaba como asomada a la ventana del mundo, acodada entre hierros y tubos, tal y como si me hablase. Me sorprendió su altura asomando su cabeza entre tantos tubos cruzados y también quedé admirado de cómo se agrupaba, pero sobre todo me llegó de repente hasta mí su intensa fragancia con especiado perfume y con una pizca de clavo de olor. Sentí que no estuviera en ese momento a mi lado el pequeño alemán, Bruno Schil de pelo desgreñado y rostro lívido que tanto amaba los olores y que me hubiera ilustrado mucho sobre el fenómeno que yo estaba recibiendo en esos momentos. Aunque recibí muchos más. Anduve unos pasos adelante y quedé nuevamente sorprendido por cuanto veía. Aparte de la gran rosa color violeta que seguía asomando en lo alto entre distintos tubos metálicos, aparecían aquí y allá cabezas de lirios, tulipanes, narcisos y peonias distribuidos entre ondulaciones de hierros de acero inoxidable formando un extraño escenario floral por todo el subsuelo del Botánico. Yo había leído hacía tiempo que aquellas tierras del Jardín que se alargaban por encima del sótano que yo ahora atravesaba, habían surgido en 1755 cuando Fernando Vl ordenó la creación del Real Jardín Botánico de Madrid, que en sus inicios había quedado instalado en la llamada Huerta de Migas Calientes, en las inmediaciones de lo que hoy se denomina Puerta de Hierro, a orillas del río Manzanares. Luego, en 1774, Carlos lll dio instrucciones para su emplazamiento en el Paseo del Prado, que es el que tenía ahora. Pero todo aquello era ya historia. Como también era historia el sistema de riegos que se había aplicado para los jardines o como era historia la cesión de hectáreas de aquella enorme superficie para poder elevar más tarde el que sería al fondo Ministerio de Agricultura o para abrir la calle de Claudio Moyano, popular Cuesta de Moyano ilustrada de libros. Lo que en cambio no era historia sino asombrosa realidad era lo que yo continuaba contemplando. Aparecía en lo alto del camino que estaba recorriendo otra gran flor de color rosa pálido en su núcleo y casi fucsia en los bordes del pétalo trasmitiendo a todo el sótano un agradable aroma a limón y junto a ella una pequeña rosa intensamente amarilla. En medio de las dos rosas, y sostenidas por candelabros de cera, figuraban una serie de velas, no sólo con luz propia que iluminaba todo el sótano, sino ofreciendo diversas fragancias basadas, según me atrevería decir, en las esencias de un jardín de plantas. Como carezco de la sensibilidad que indudablemente poseía Bruno Schill para deleitarse con los olores, recuerdo que cuando tiempo después, los dos, Schill y yo, charlamos y paseamos por uno de aquellos pasillos, le comenté la impresión que me habían causado aquellas velas iluminadas y aromáticas, y él se aventuró a decir que quizá, aunque realmente no podía asegurarlo con certeza, aquellas velas guardarían esencias singulares, como por ejemplo, podían perfectamente conservar la madreselva, el enebro, la hiedra, el orégano o el ciprés. Como yo soy un profano en toda esta materia, me limité a anotar todo cuanto me decía y no añadí nada más.


Pero me parecía mentira viendo todo aquello que un arquitecto tan célebre como el argentino César Pelli, célebre entre otras cosas, por su capacidad para levantar torres altivas ante el cielo malasio o neoyorkino como había logrado hacer con las Torres Petronas en Kuala Lumpur o con el complejo del World Financial Center en Nueva York, tan afectado luego por el atentado del 11-S, hubiera querido detenerse en detalles tan nimios pero esenciales como las flores y las velas en ese largo subterráneo del museo de Madrid. Había querido iluminar y embellecer muy bien aquel espacio y para ello había aplicado fórmulas prácticamente idénticas a las usadas por él en su Museo Nacional de Arte de Osaka con una estructura completamente libre de restricciones geométricas. En Osaka la estructura de su museo la había basado en tubos de acero inoxidable recubiertos de titanio que emergían a nivel del suelo para desenvolverse luego como las alas de un ave. Pero los tubos que Pelli había colocado en Osaka presentaban un juego de vidrio que les permitía balancearse en el aire en todas direcciones presentando una especie de juego de cañas ondeando al viento y formando una ”selva” de tubos metálicos como alegoría — muy japonesa— de un ”bosque de bambú”. Aquí, en cambio, el juego de tubos metálicos envolvía y hacía moverse un amplio mapa de flores que me llevaba inevitablemente a la admirada contemplación.


José Julio Perlado

(del libro ”La mirada’) ( relato inédito)

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(Imágenes—1- jazmines/ 2- peonia / 3-velas aromáticas – wikipedia)