VIAJES POR EL MUNDO (47) : LAS ORILLAS DEL NILO

Era un verdadero placer — recordaba Gonzenbach en 1887 —- aquel paseo, gozando del aire fresco de la mañana y observando todo lo característico que ofrecían la campiña y las gentes; extraviarse era cosa imposible, pues el camino seguía la misma dirección que el Nilo, y no teníamos más que volver la vista para descubrir por encima de las palmeras y de otros árboles el rojo gallardete del ”Sesostris” remontando lentamente el río.

Mientras duró el viento y nos fue permitido navegar todo el día, no tuvimos ocasión de trabar conocimiento más íntimo con nuestra tripulación, pero luego, con el embarcar y desembarcar en los puntos de parada, y al encontrarnos en la orilla con los que tiraban del cable de remolque, nos fuimos familiarizando poco a poco con aquellas caras tostadas, cuyos labios siempre tenían para nosotros un saludo cortés o una cariñosa sonrisa. Así nació en nosotros el deseo de aprender algunas frases árabes para entendernos directamente con esta gente sin tener que acudir al dragomán y muy pronto, así las señoras como yo mismo, aprovechamos toda oportunidad para hablar árabe con el capitán, el piloto y Hassán, el primer camarero.

Todas las noches nuestros hombres, si no están muy cansados de su trabajo de remolque, nos alegran con sus cantares, reuniéndose al efecto en el castillo de proa, mientras va circulando la pipa, cargada con tabaco de propiedad común, a manera de tambor la ”darabuka”, que consiste en una piel estirada y sujeta en la boca de una vasija de barro. Mohamed canta solo, haciendo extraños movimientos e inflexiones con la cabeza y con la voz, lo que acaso el gusto oriental considere prodigioso: el coro sólo deja oír de cuando en cuando un prolongado ¡ah! El repertorio no es muy extenso, repitiéndose a menudo la misma melodía: parece que el mérito del cantor estriba no tanto en el buen metal y ajuste de su voz como en poder sostenerla durante largo tiempo sin tomar aspiración

(Imágenes— wikipedia)