
“Pertenezco a esa categoría de dilapidadores de fortunas imaginarias. Por lo menos una vez a la semana, la víspera de los resultados de la lotería, celebro una fiesta secreta en la que dispongo pródigamente del premio deseado. En tantos años noto que la manera de disponer de esta fortuna mental — confiesa Julio Ramón Ribeyro en su ”Diario” — carece de fantasía y sigue siempre las mismas variantes. Una parte para mí, otra para mi mujer, otra para mi hijo, exactamente iguales. Una cuarta parte, cuyo montante varía de semana en semana según me sienta más o menos generoso, está destinada a nuestras familias. En lo que respecta a mi parte, reservo un porcentaje para ayudar a artistas y escritores, mediante becas o premios, que les permitan vivir un tiempo con holgura, dedicados completamente a la creación. El resto ya está distribuido: una casa en Lima, frente al mar; un pequeño coche para recorrer el Perú; una buena biblioteca y dinero en algún banco o negocio seguro que me permita vivir sin dependencia el resto de mi vida. Tanto he pensado en esto que diría casi que lo he vivido y si alguna vez me llega no me produciría ninguna sorpresa. Diré simplemente: ” Bueno, ya era hora, procedamos.”
