
Recuerdo perfectamente el día en que compré aquella nueva edición de “El corazón de las tinieblas”. El texto de Conrad, aparentemente breve —unas ciento cuarenta y cinco páginas— estaba traducido por Sergio Pitol, pero el librero, que me conocía bien desde hacía años, me animó a llevarme precisamente aquel volumen porque, me dijo, llevaba incorporada una interesante introducción que seguramente me gustaría consultar: el paralelismo entre cine y literatura, las correspondencias, y también las diferencias, entre la versión cinematográfica de Coppola y el texto de Conrad. Es como seguir dos viajes, me añadió acompañándome hasta la puerta.
Efectivamente era así. Sentado aquel fin de semana en mi despacho y dispuesto a viajar por el río, me puse enseguida a escuchar el largo monólogo de Marlow en la cubierta del barco, pero pronto me interrumpió Coppola para contarme las dificultades que había tenido para escoger al intérprete de Kurtz : primero había pensado en Al Pacino pero luego tuvo que elegir a Marlon Brando. ”Cuando comencé a trabajar en la película, me decía Coppola, pensé que iba a ser el único film americano que iba a tratar la guerra, y seguí filmando con esa idea. Pero descubrí que muchas de las ideas y de las imágenes con las que estaba trabajando empezaban a coincidir con las realidades de mi propia vida y que yo estaba subiendo por un río en una selva remota, buscando respuestas y esperando en algún tipo de catarsis.”
Seguí río adelante durante toda aquella tarde en mi despacho y escuché la voz de Marlow que me contaba cómo Conrad había escrito ”El corazón de las tinieblas” en poco más de dos meses, entre finales de1898 y principios de 1899. Marlow, narrador y alter ego de Conrad era un marino mercante británico de la década de 1890, que navega por el río Congo al servicio de una voraz compañía comercial belga con el propósito de encontrar a Kurtz, comerciante de marfil desaparecido en extrañas circunstancias.

En ese momento de la lectura del libro en mi despacho vi y escuché las tremendas cargas del ataque al poblado con los helicópteros de la Caballería Aérea de Kilgore con un bombardeo con napalm simulado que, según Coppola, consumió 6.OOO litros de gasolina en tan sólo noventa segundos. Literatura y cine se complementaban. Coppola me seguía diciendo : ”Yo estaba allí, en medio de la selva, y todo el mundo me miraba. Teníamos problemas, no sólo a causa de las terribles tormentas y las tensiones en el trabajo, sino porque habíamos llegado a un punto en el que no podíamos continuar la película. La misma película se convirtió en una especie de Vietnam, yo no podía salir de ella, y la única forma que tenía de salir de ella era a través de una escalada en el estilo, y el film así se fue volviendo cada vez más mítico. No se sabe si Kurtz, el protagonista, es un loco o un héroe. Y seguramente era ambas cosas. Pienso que ése es el verdadero tema de la película, esa dualidad entre el bien y el mal.”

Entonces ya a la caída de la tarde en mi larga lectura del libro me fui acercando poco a poco hasta donde estaba Kurtz. “Kurtz peroraba. ¡Qué voz! ¡Qué voz! Resonó profundamente hasta el mismo fin. Su fortaleza sobrevivió para ocultar entre los magníficos pliegues de su elocuencia la estéril oscuridad de su corazón.(…) La sombra del Kurtz original frecuentaba la cabecera de aquella sombra vacía cuyo destino era ser enterrada en el seno de una tierra primigenia. Pero tanto el diabólico amor como el odio sobrenatural de los misterios que había penetrado luchaban por la posesión de aquella alma saciada de emociones primitivas, ávida de gloria falsa, distinción fingida y de todas las apariencias de éxito y poder.”
José Julio Perlado

(Imágenes— 1, 2 y 3 – Imágenes de la película de Coppola/ 4- Caterine Milinaire- getty images