SIN SENTIDO DEL HUMOR NO HAY MATRIMONIO


“Sin sentido del humor no hay matrimonio.

“Sin sentido del humor no hay matrimonio — decía Ray Bradbury —.El amor significa decir que lo sientes cada día por una cosa o por otra. Metes la pata, te olvidas de comprar las bombillas, y te toca admitir que se te ha olvidado y decir que lo sientes. Hay que ser capaz de aceptar la responsabilidad, pero sobre todo hay que tener sentido del humor para encontrar el lado divertido a cualquier cosa que suceda.”

(Imagen — Leonardo da Vinci — Cinevra Benci)

BANKSY Y LAS NUEVAS CIUDADES




“ Los graffiti — decía Banksy — no son el pariente pobre del arte. Ciertamente, se hace necesario escapar en la noche y mentir a nuestra madre, pero aparte de eso, es la expresión artística más honesta que haya.
No es elitista. Se pueden contemplar sobre los más bellos muros que una ciudad puede ofrecer, y el precio de entrada no molesta a nadie .” Entrevistado en 2009 confesaba: “No tengo interés ninguno en salir un día del anonimato. No me interesa ir a la moda. Adoro los graffiti. Incluso adoro la palabra misma. El graffiti es una maravilla, pienso yo. En comparación, toda otra forma de arte es una regresión. Las otras formas de arte tienen menos cosas que ofrecer a las gentes, son menos potentes. Yo he hecho pintura tradicional, tengo ideas demasiado complejas o demasiado virulentas para ser expuestas en la calle; pero si yo dejara de dibujar, me sentiría disminuido. Me considero un perfeccionista muy consciente más que un verdadero artista. Mis graffiti preferidos son los realizados por gentes que no aparecen en los libros; aprecio sobre todo a aquellos que salen de cualquier parte, toman un marcador para escribir un gesto único y enseguida desaparecen.”.


(Imágenes—: 1-JR JR Liu Bolín- Nueva York-2012/ 2- Art crimes— Irlanda-galway- graffiti órgano)

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EL LIBRO ÚNICO DE ROBERTO CALASSO

“El libro único — decía el gran editor italiano Roberto Calasso que acaba de morir— es aquel en el que rápidamente se reconoce que al autor “ le ha pasado algo” y ese algo lo ha depositado en un escrito. Los libros únicos son los libros que habían corrido un alto riesgo de no llegar a ser nunca tales.’ En su volumen “La marca del editor” Calasso va recorriendo libros únicos, autores imprescindibles, portadas de libros, en resumen, cómo va creciendo una editorial. “ Un buen editor — dice allí— es aquel que publica aproximadamente una décima parte de los libros que querría y quizá debería publicar.; un buen editor es también aquel en cuyos libros estas sombras amigas son natural e irresistiblemente convocadas. Nos hacen guiños desde lugares lejanos, desde espacios inmensos, en la forma corriente de las páginas para leer.”
“Observemos a un lector en la librería — anota en otra obra suya, “Cien cartas a un desconocido” —: toma un libro en sus manos, lo hojea — y durante algunos instantes, está del todo ausente del mundo. Oye que alguien habla, y que sólo él lo siente. Acumula fragmentos casuales de frases. Cierra el libro, mira la portada. Después, con frecuencia, se detiene en la solapa, de la que espera una ayuda. En ese momento está abriendo — sin saberlo — un sobre: esas pocas líneas externas al texto del libro son, en efecto, una carta, una carta a un desconocido.”

Roberto Calasso. Descanse en paz.

(Imágenes— 1- Carl Spitzweg- 1850- wikipedia/ 2- Harriet Backer— la biblioteca de Thorvald Boeck)

LA PENUMBRA Y LA SOMBRA


La Penumbra le dijo a la Sombra: “A ratos te mueves , otros te quedas quieta. Una vez te acuestas, otra te levantas. ¿ Por qué eres tan cambiante? “ “Depende — dijo la Sombra— de algo que me lleva de aquí para allá. Y ese algo a su vez depende de otro algo que lo obliga a moverse o a quedarse inmóvil. Como los anillos de la serpiente, o las alas del pájaro, que no se arrastran ni vuelan por voluntad propia, así yo. ¿Cómo quieres que responda a tu pregunta?”

Chuang-tse

(Imagen — Albert Bierstadt)

RELATOS DE VERANO Y HUMOR (1) : EL PRIMO AMARINO

“Recuerdo muy bien nuestras meriendas en casa de mi tía Enedina.  Quizá una de las cosas más atrayentes de mi tía Enedina Altiviz era aquel poderío para lanzar el pensamiento delante de ella, y marchar tras él por las habitaciones abriendo
puertas, cruzando estancias y atravesando umbrales. Muchos adivinábamos  su pensamiento. Era como una flecha de color azul, a veces tornasolada, flexible, transparente, posándose como una estela sobre las personas.
–Creo que viene hacia aquí la señora –decía la fiel Basilia adivinando.
–¿Oyes sus pasos?
–No. Siento sus pensamientos.
Y efectivamente así era. Encima de la cabeza de su vecina Cesária, sentada en la mesa camilla — las tres vueltas de sus collares anudados en su garganta —, el pensamiento de mi tía Enedina se posaba como una nuez aérea, como una almendra encerrada en un estuche. Se balanceaba grácil a unos veinte o veintidós centímetros de la orla del pelo aplastado de Cesária.  Mi tía Enedina venía aún muy lejos por las habitaciones,  doblando el pasillo de las cocinas  y caminaba ya hacia el comedor, pero su pensamiento se le había adelantado y ya se encontraba allí antes que ella. Como era mujer muy rápida de mente y muy decidida, con un importante dominio para el tráfico de ideas y con gran carácter, mi tía Enedina pensaba varias cosas a la vez y cada una de las flores de sus pensamientos le precedía volando como una pluma de gasa en el comedor, se espolvoreaba como libélula y quedaba colocada en péndulo flotante sobre la cabeza de Glafira, de Abundancia,  de mi primo Amarino o de quien estuviera en la habitación.

–¡Ay, que no lo voy a saber! –decía preocupado mi primo, Amarino, el hijo de Abundancia, muy nervioso, sentado en una silla, con las manos puestas sobre las rodillas, junto a la mesa camilla, esperando la entrada de Enedina.
–¡Pues claro que lo vas a saber, hijo mío! –le animaba Abundancia – ¡Naturalmente que lo vas a saber! ¡Si tú lo sabes todo, mi niño, mi Amarino!
La pregunta que traía mi tía Enedina en su mente conforme avanzaba por el pasillo podía ser de lo más inesperado: lo mismo se le ocurría preguntar qué les apetecía comer el domingo siguiente que interrogaba sobre el año de la rendición de Breda. La pregunta la había imaginado cuatro habitaciones más atrás, a la altura del cuarto de baño, arrancaba su indagación desde muy lejos, y cuando entraba Enedina en el comedor, sin decir nada, con sólo mirar a Amarino, éste respondía exultante y a toda velocidad:
–¡2 de junio de 1625, rendición de Breda! ¡Tres días después, entrega de las llaves de la ciudad por el gobernador holandés Justino de Nassau a Ambrosio de Spínola, general jefe de los Tercios de Flandes! Velázquez lo inmortaliza en su cuadro «La rendición de Breda». Medidas del lienzo: 3,07´3,67. Ese 1625 Calderón escribe «El sitio de Breda», Lope «Triunfos divinos», Quevedo «Cartas del caballero de la Tenaza», Guillén de Castro «Segunda parte de las Comedias», Mateo de Velázquez «El filósofo de aldea», San Vicente de Paul funda la Orden de las Hermanas de la Caridad.
–¡Nadie te ha preguntado nada, Amarino! –decía Enedina muy digna, con la cabeza erguida, yendo a sentarse en su sillón al lado de la ventana.
–¡Pero el niño se lo sabe! –respondía Abundancia orgullosa– ¡Anda, pregúntale lo que quieras! ¡Además, eso es lo que venías pensando por el pasillo!
–¡Yo no venía pensando precisamente en eso, Abundancia! — aseguraba Enedina con una punta de suficiencia– ¡Es muy difícil conocer mis pensamientos!
La apariencia de Enedina Altiviz variaba con su genio. Si había tenido una mañana de peleas con Eulalia, la cocinera, con una lista de pagos de recibos, y a la vez hacía mal tiempo, mi tía Enedina aparecía muy doblada hacia delante, encorvada, con tres o cuatro kilos menos, como un árbol tronchado: avanzaba por el pasillo de madera arrastrando ligeramente los pies y mirando atentamente dónde pisaba para no tropezar. Pero si la mañana había sido calma y gratificante, si hacía sol y si además se le anunciaban visitas para por la tarde, la columna vertebral de Enedina parecía una palmera, se le tensaban los pómulos y olía a esencia de aguacate con notas de perfume de verbena. Entonces dominaba con amplitud la escena y le pedía a su fiel Basilia que descorriera bien las cortinas para ver todas las caras.
–¡A ver, contadme cosas! –animaba.
Abundancia le ponía al corriente de los últimos adelantos de Amarino. Mi primo Amarino había ganado ya su quinto concurso de respuestas para un programa de radio en directo y estaba preparándose para una final nacional que podía suponerle dar el salto para una competición de altos vuelos. Estudiaba y estudiaba toda la semana en un cuarto interior y su única salida era para ir a ver a los Altiviz durante dos horas y media. Pero los Altiviz, sin embargo, no eran exactamente los Altiviz. Ella era una Altiviz, y de eso no cabía la menor duda, pero el auténtico apellido de peso en la familia lo llevaba encima su marido.”

José Julio Perlado

(del libro “Mi familia y el sentido del humor”)

(relato inédito)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

(Imágenes — 1- Henri Matisse- 1938/ Marc Chagall – homenaje a Gogol)

UNA MEMORIA DE ELEFANTE


Cuenta Roberto Benigni en “Mi Dante”, su versión recitada del gran poeta, que el profesor Umberto Eco aconsejó a los estudiantes que aprendiesen de nuevo las poesías de memoria. De este modo, además de la palabra, te llega dentro el sonido, que es como una música bellísima. Me lo decía siempre mi madre — seguía Benigni—:

—¡Aprende de memoria! ¿ Ves a Dante? Era tremendo. Tienes que ser como él, lo sabía todo de memoria, lo conocía todo.

Y me contaba la famosa anécdota de la piedra…

Dante está sentado en una piedra delante del Duomo de Florencia. Llega un señor y le dice:

—¿Cúal es el mejor bocado?

Dante contesta:

— ¡El huevo!

El tipo se va.

Un año después, el mismo señor vuelve al mismo lugar donde Dante está sentado en la misma piedra y le pregunta a bocajarro:

— ¿ Con qué?

Dante contesta:

—¡Con sal!

Mi madre me repetía siempre esta anécdota — decía Benigni—para que comprendiera que Dante disponía de una memoria de elefante, y que también yo debería tener la memoria de elefante que tenía Dante. Asimismo, mi padre deseaba que desarrollase la memoria, y para ello, me obligaba a salir al escenario con los troveros para que compitiese con ellos improvisando rimas.”

(Imágenes— 1- Boticelli- Divina Comedia- clivejames com/ 2-dibujos para la Divina Comedia)

VERANO 2021 (3) : LOS PRIMEROS MELONES




“Ayer vi en la calle del Santo a un tipo de Vallecas, arreando un burro moruno que llevaba sobre sus hombros, quiero decir, sobre su albarda,un serón de melones — cuenta Enrique Sepúlveda al relatar la vida madrileña de 1886—.En los gritos que daba el árabe para pregonar la mercancía, se dejaba ver que el hombre acababa de llegar de las regiones del Sahara, o lo que es igual, de la zona tóttida madrileña, en cuyos campos abrasados se cultiva el melón, lo mismo que en la Arabia.
Los primeros melones son como las primeras caricias y el primer regalo que hace el sol de Julio a los mortales que se mueren de calor. Comiendo con azúcar rajas sazonadas de la fruta gigante, se encuentra placer, y no se corre el riesgo de morir de un cólico canicular. Los primeros melones, como las primeras violetas, son un símbolo. Aquellas se comen con delectación, y éstas se huelen con amor. El efecto es el mismo, y la fisiología también, porque ambos son fruto de la madre tierra.
Loz primeros melones son las primeras frutas de la estación estival.¡Gloria y honor al que los riega, los apila y cuida de que se sazonen, para que podamos comerlos sin peligro por la Virgen de Septiembre,y den ocasión a regocijado día de campo por las ferias de Madrid!”.




(Imágenes—1- Pierre Bonnard- 1906/ 2- Eliot Hodgkin – 1961)

ELOGIOS AL PASEO DEL PRADO


Nuevos elogios al Paseo del Prado y al Retiro llegan ahora del extranjero. Patrimonio mundial lo califican desde la Unesco, Paisaje de luz. Mesonero, en su “Manual de Madrid” nos cuenta que “a la cabeza de todos los paseos de Madrid se coloca naturalmente el del Prado, célebre en los tiempos antiguos por las intrigas amorosas, los lances caballerescos y las tramas políticas a que daba lugar su inmediación a la corte casi permanente en el Retiro, y lo desigual e inmenso de su término. Pero todo cambió de aspecto bajo el reinado del gran Carlos lll, quizás por la influencia del ilustrado Conde de Aranda que supo arrostrar graves dificultades, y transformar este sitio áspero y desagradable en uno de los primeros paseos de Europa. Hubo para ello que allanar el terreno, plantar una inmensa multitud de árboles, proveer a su riego y adornarle con primorosas flores, llegando a conseguirlo todo a despecho de los espíritus incrédulos. Entre las muchas trazas que se dieron para este paseo, fueron preferidas las del capitán de ingenieros don José Hermosilla en las que sacó todo el partido posible de la irregularidad del terreno y de los límites que le señalaron. Un gran paseo muy ancho y otros a cada lado plantados de árboles altos y frondosos corren toda la extensión, el primero destinado a los coches, y los otros a la gente de a pie. Todo el paseo, además de las vistas de sus lados, formados por notables edificios, jardines y calles principales que desembocan en él, está adornado con bancos de piedra y ocho bellas fuentes.

La luz de Madrid que pintara Velázquez ilumina hoy este paisaje de luz. Por la noche, es de nuevo la luz que acompaña a Goya la que deja brillante el silencio del Paseo.

(Imagen—dibujo de Mingote)

YO ESTOY CANSADO YA DE PENSAR


“ Yo estoy cansado ya de pensar cómo

de vos no se cansó mi pensamiento,

y cómo no he dejado aún la vida

por huir de suspiros tan pesados,

cómo de hablar del rostro y los cabellos

y los ojos, que siempre estoy cantando,

no fallaron la lengua y el sonido

noche y día diciendo vuestro nombre::

y que mis pies no sientan el cansancio

de seguir vuestra huella en todo sitio

perdiendo inútilmente tantos pasos;

de ello viene la tinta, y los papeles

que de vos lleno y si fallase en esto,

culpa es de Amor, y no defecto de arte.”

Petrarca— “Cancionero”,

(Imagen— Hannes Caspar)

LA VIGILIA DE UN LIBRO


Este señor, don Pedro Ramírez de Velasco, ha sido siempre  un gran lector. Devoró de adolescente la gran biblioteca de su padre y de su abuelo, luego curioseó muchas bibliotecas públicas y privadas, luego compró libros. No sabría decir cuántos libros tiene en su casa colocados en los pasillos, ordenados meticulosamente, también en su despacho, también incluso en rincones de su elegante comedor y hasta en los baños. Ha consumido horas y horas de su vida leyendo, anotando, ha repasado clásicos y  modernos, fantásticos y realistas, prácticamente ha recorrido todas las escuelas de la narrativa y de la poesía. Pero hoy está inquieto. Un nuevo libro le pone siempre inquieto. A primera hora de la mañana, cuando acababa de afeitarse, le ha llamado por teléfono Serafín, su librero preferido, para decirle que ha recibido una “joya”. “¿Primera edición?, le ha preguntado don Pedro muy nervioso. “No le puedo decir nada, don Pedro. Prefiero que lo vea usted mismo. Pero para mí, sí es una “joya”, ha añadido el librero. Pero don Pedro ha insistido “¿Primera edición? ¿ Numerada?”. “ Yo prefiero que venga usted a verlo, don Pedro. No le adelanto nada. Le va a entusiasmar. Ya se lo he apartado”. Entonces don Pedro, mientras acaba de vestirse, ha recordado que hoy  es aún miércoles, que le queda todavía mucho  hasta el sábado,  que suele ser  su “día de librerías”. Estamos  a miércoles, se dice mientras se abrocha la camisa,, hasta el sábado no puedo acercarme. Además tiene una semana agitada, hoy viene a comer, como todos los meses, una amiga de su mujer, Herminia Clavijo, hay que darle conversación a esa señora, es una señora a la que le gustan los dulces, a la que le gusta la ópera, hay que hablarla de ópera, hay que hablarla de cremas y de bizcochos, pasar.de los sonidos profundos en la garganta a los barquillos rizados de mermelada, toda una complicación. Además don Pedro tiene este jueves consejo de administración en su empresa, Lucas Lucientes va a exponer los avances de la indagación que está haciendo, si se abren o no nuevos mercados, qué se hace con Asia, qué le han propuesto a Asia, ¿es más factible entrar ahora en Asia o es mejor permanecer en Sudamérica?, eso le va a preguntar el jueves a Lucientes. Son métodos distintos, mercados distintos. “¿Y usted qué cree, Lucientes, le dirá el jueves, que estamos preparados para entrar en Asia? A mí me preocupa Asia”. Luego mirará al resto de los consejeros que él conoce bien pero que a veces le enfadan porque se distraen jugueteando con las plumas o con  los móviles. “Entonces, ¿qué, señores? ¿Pasamos o no pasamos a Asía?”. Otra complicación.


Tiene don Pedro, por tanto, una semana apretada. Y  para colmo, el viernes a  las cinco, dentista. O sea que el sábado se le hace aún muy lejano. Ese libro, esa “joya” de la que le ha hablado Serafín, el librero, ¿cómo será?. Sigue dándole vueltas mientras desayuna. Está probando un huevo pasado por agua  y moja una punta de  pan en la yema, y va sorbiendo un poco de café. Ese libro, esa “joya”, le va a perseguir toda la mañana. Cuando a las dos de la tarde llegue Herminia Clavijo como un vendaval, atravesando el comedor con su vestido de flores, es como si entrara Puccini o Verdi con toda la música en las flores, con toda la música en los collares, don Pedro sabe que como todos los meses va a tener que oírla  hablar en italiano aunque ella no sabe italiano, pero se le han quedado algunas réplicas de “La Traviata” y a veces, casi sin querer, se le escapa, e incluso murmura entonando, “Oh, mío rimorso!” mientras se sirve la ensalada, y al cabo de un poco, antes del postre, entona otra vez levemente, “Puuura  siccome un Angelo…” y eleva o  baja el timbre de la voz porque, según  dice, así se lo  oyó en su momento a la Callas, puesto que habla  de la Callas como si fuera su hermana, y Don Pedro la escucha siempre circunspecto, se estira un poco la servilleta, respeta a esta amiga de su mujer y a sus escapadas en italiano y cuando le cuenta una vez más que Alfredo sale hacia París y Violetta se queda sola en la casa de campo, ya sabe don Pedro a qué atenerse. Hace meses, al principio, no sabía bien quién era Alfredo, pero ahora Alfredo, de tanto salir hacia París, es como de la familia, cada mes  el tenor Alfredo escapa de la casa de campo hacia París y deja a la soprano Violetta sola, pero Alfredo siempre vuelve, “Amami, Alfredo” entona a media voz Herminia escogiendo otro pastel de la bandeja, “¡Teníais que haber visto a la Callas, ¡La locura!”. Pero entonces viene  una pequeña trifulca que don Pedro ya conoce bien, se estira de nuevo la servilleta y se echa un poco hacia atrás para escucharla:  Gloria, su mujer, le recuerda ahora a Herminia que la Callas se escapó con Onassis y que luego Onassis se escapó a su vez con Jacqueline, y la Callas se quedó completamente sola.” ¡Una desgraciada!”, remata con ímpetu Gloria. Nunca se  sabe si lo que le está diciendo Gloria a su amiga es para ponerla nerviosa o si son sus propias convicciones. Pero Hortensia no lo acepta. Saborea lentamente su bizcocho de nata  y defiende siempre que hay dos Callas, la de Onassis y la de “La Traviata”,  y la única válida, dice, es la de “La Traviata”.


Don Pedro sigue todo este rifirrafe con paciencia y sin demasiada curiosidad porque ha asistido a él muchas veces y porque a estas alturas de la comida él se va yendo  poco a poco, con ojos entrecerrados, hacia  su refugio. Unos meses su refugio es esa decisión que le preocupa, saber si debe o no expandir su  Compañía hacia Asía y otro mes es otra cosa. Pero siempre encuentra un refugio. Se evade, entorna los ojos, “Mi marido es que tiene mucha vida  interior”, suele definirlo Gloria. Pero esta vez el refugio de don Pedro es imaginar cómo será el libro que espera ver el sábado y que quizá compre,  aún no lo sabe, porque nada es seguro y depende del precio. De todos modos, el precio no puede ser muy alto, está pensando ahora don Pedro sentado ya tras la comida en un  sillón cerca del ventanal, abstrayéndose de la conversación que siguen manteniendo las dos mujeres. Recuerda perfectamente la tarde en que Serafín, el librero, se esforzó en venderle unas “Coplas a la muerte de su padre” de Jorge Manrique, edición única de 150 ejemplares numerados, y, según le iba enseñando el librero, tirada sobre papel de hilo e ilustrada con litografías y xilografías. Estuvieron debatiendo  los dos aquel asunto  cerca de una hora y al  fin él se decidió a comprarlo aunque lo hizo no muy convencido, y porque se le rebajó mucho el precio. Le costó tanto aquel forcejeo con el libro, el más caro sin duda que tiene en su biblioteca, que desde entonces ese pequeño volumen está guardado y abierto de par en par en una de las vitrinas del salón, iluminado  siempre por una elegante y diminuta bombilla. Se sabe tan de memoria el título y  características de ese volumen que podría recitarlos enteros:  es un título largo, no el que conocen resumido el resto de los lectores, sino  un título largo que dice así: “Coplas a la muerte del Maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, su padre”, y en la cubierta aparece: “editorial  Afrodisio Aguado”, 1947. Tampoco hace tanto tiempo, piensa don Pedro, podría  haberme adentrado en el siglo XVlll o en el XlX para buscar algo mejor pero todo era carísimo, y me basta este Manrique para dar un tono  bibliófilo a la biblioteca. A veces, cuando viene algún nuevo invitado a la casa, don Pedro abre la vitrina  y extrae con cuidado el Manrique no sin una mezcla de satisfacción.  “¿Ves?  —suele decirle al recién llegado procurando que el otro no toque el libro para no estropearlo —70 páginas. Litografía, xilografías y viñetas por José Lafita Portabella, — le va leyendo despacio —: puntos de óxido en cubierta y en las xilografías, y sobre todo, aquí lo pone, ¿ves?, “con promesa  de no reimpresión por haber destruido las xilografías”. Por tanto, una buena adquisición— concluye —. Tuve suerte. Le tengo cariño”. Y siempre que vuelve a colocarlo en la vitrina y luego la cierra con una pequeña llave piensa en Manrique. Al principio  temía  que le preguntaran quién fue ese Jorge Manrique porque no sabía gran cosa de él; solamente contestaba que era un gran poeta. ¿Y quién fue su padre, de cuya muerte habla en las “Coplas”? le insistían los más curiosos. Hasta que un día se decidió a averiguar quién había sido el padre de Jorge Manrique y descubrió que su padre, don Rodrigo Manrique de Lara, nacido en Ocaña, había sido un noble de reconocido prestigio que estuvo al lado de los infantes de Aragón y enfrentado contra Juan l de Castilla y Álvaro de Luna;  luego sería Maestre de la Orden de Santiago en 1474 en el Reino de Castilla y antecesor nada menos que de Fernando el Católico, que fue administrador. Pero don Pedro todo esto no se atreve a contarlo con detalle porque piensa que son demasiados datos y que a la gente le aburren. Le basta señalar que don Rodrigo fue un noble importante. Y sin embargo, él mismo, que no ha tenido hijos, cuando está a solas en el despacho y contempla el volumen en la vitrina, queda intrigado por esta relación tan humana y poética que ha tenido este hijo con su padre y se pregunta cómo es posible que un hijo pueda derramar tantas lágrimas y las convierta en poesía. Pero no, no son lágrimas, le han ido diciendo diversos estudios que ha ido consultando, no son lágrimas sino reflexiones en torno a la fama y a la fortuna, pero sobre todo  al honor, puesto que  fortuna y fama vienen y se van, pero el honor es otra cosa. Manrique, le han ido anotando los eruditos, tenía un gran respeto al honor. ¿Y él?— se pregunta un momento—, ,¿a qué tiene respeto?  No se lo plantea porque no le da tiempo entre tantas lecturas que consulta y que le hablan de pompas y festines del pasado, riqueza y juventud,  nobleza, engaños, en resumen, la vida terrenal del siglo XV  y no la otra, esa otra vida que Manrique invoca. Alguna noche ha leído tanto sobre don Rodrigo Manrique y sus batallas, que ha tenido pesadillas de almenas y ballestas, viseras alzadas y armaduras, pero al despertar ha vuelto a la realidad, a apreciar ese libro que tiene en la vitrina. 

Pero todo eso es el pasado, piensa don Pedro levantándose del sillón y yendo a despedir a Herminia Clavijo que se va. Él se irá también dentro de unos minutos porque quiere pasear y darle vueltas al consejo de administración que tiene el jueves. ¿Nos abrimos, entonces, Lucientes, a Asía? ¿ O nos quedamos como estamos? Pero sonríe. Algo hay al fin de la semana que le espera. Se conmueve. El sábado palpará y descubrirá un nuevo libro. ¿Una “joya’?, se dice. “Quizás una “joya’ , va diciéndose estremecido por el pasillo.”

José Julio Perlado

(del libro “Museo de la mirada”)

(texto inédito)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

( Imágenes— 1- Jan van eyck( 2- Sebastien Stokopff/ 3- libros de juegos de manos- Flickr/ 4 Lisbeth Zwerger)

LOS SUFRIMIENTOS Y LA ALEGRÍA


“Nuestra vida es el cumplimiento del deber que nos ha sido impuesto — escribe Tolstoi en su “Diario” en 1884– Y todo está hecho para que este cumplimiento sea gozoso. Todo está inundado de alegría. Los sufrimientos, las pérdidas, la muerte: todo es bueno. Los sufrimientos producen felicidad y alegría, del mismo modo que el trabajo aporta descanso, el dolor la conciencia de la salud, la muerte de los seres queridos la conciencia de deber, porque es el único consuelo. La muerte propia da el sosiego. Pero no se puede decir lo contrario; el descanso no produce la fatiga, ni la salud el dolor, ni la conciencia del deber la muerte. Todo es alegría en cuanto hay conciencia del deber. La vida del hombre, tal y como la conocemos, es una ola toda vestida de esplendor y alegría.”


(Imágenes— 1- Tolstoi- Wikipedia/ 2- Tolstoi- 1901)

NERUDA


Recuerdo la vez que vi y escuché a Neruda en televisión con una voz cansada y nostálgica,, grave, alternada por pausas. Nunca le había visto ni oído y me dio la impresión de que su vida llena de tantas cicatrices emergía en sus palabras. Cada frase que decía, algunas con un acento dulce y con sabor de amargura, delataba al poeta meditativo y al soñador. Y me pregunté en cierto momento mirándole en la pantalla dónde y cuándo habrían salido de él — de aquella frente— hallazgos como los de las “Alturas de Machu Pichü”, metáforas que llegan a la cumbre

l(Imagen—tomada por Solar Dynamic Observatory)

HISAE Y LA APERTURA DE JAPÓN



 Estuvo Hisae en Paris largas temporadas dando charlas y clases y  tratando con diferentes artistas. Alternaba también con viajes breves a Japón. Casi sin darse cuenta  se había ido transformando en una especie de singular embajadora de Asia en Francia e incluso en otros países del continente europeo. Pero ahora era como si desde las costas del archipiélago donde ella había nacido se mirara con invisibles prismáticos la lejanía de las fronteras de Europa, intentando averiguar qué pasaba allí, qué se hacía allí dentro, en Paris o en Londres,  y a su vez, y también intrigados en esa búsqueda, desde las fronteras europeas, desde palacios y salones, y no sólo de políticos sino también de artistas como  aquel salón  de “La Maison de l’art”  que frecuentaba Hisae en París, se miraban  igualmente las  costas del lejano Japón con gran curiosidad por  conocer el interior de  ciudades como Kyoto , sus tradiciones seculares y sus tímidos avances de modernidad. Y Hisae iba advirtiendo todo aquello en cada viaje que hacía de Europa a Asia, y tanto al ir como al volver, sentía  alrededor de ella aquel cruce de curiosidades, ya que siempre le preguntaban en Paris por  los barrios de Kyoto y en Kyoto por los  barrios de  París.  Por eso, ante tanta curiosidad cruzada, no le extrañó, cuando en uno de sus estancias en el archipiélago, recibió una formal invitación para asistir a una gran audiencia  que iba a celebrarse  ante  el emperador Mutsuhito, llamado también por muchos Meiji Tennō, puesto que éste, enterado de sus viajes,  deseaba oírla  hablar de cómo estaban las cosas por Occidente.


El emperador Mutsuhito , o Meiji como se le llamaba, era un hombre enfermo, con numerosas dolencias dentales, deformación espinal y diabetes y que apenas podía andar. Y sin embargo conservaba una poderosa personalidad.  A Hisae le habían hablado de la  infancia del emperador casi como si rozara la fantasía. Se decía de él que siendo niño se había desmayado al oír el primer disparo, pero también que a pesar de sus enfermedades y pesadumbres a causa de sus diez hijos prematuramente muertos, era persona decidida a cambiar pronto el rumbo de Japón y que éste se abriera al exterior.  

 Le produjo tal impresión a Hisae aquella gran audiencia en la que participó que quiso quedara reflejada en sus “Memorias”. Fue quizá una de las últimas audiencias antes de que Japón cambiase. por completo. “Aquella mañana muy temprano — escribió ella en esas páginas —, envuelta en mi  kimono blanco, me coloqué donde me dijeron, es decir, en  un lugar preciso de la fila de un largo cortejo, camino del castillo. Delante de nosotros  ( pues para aquella audiencia aparecían convocados muchos monjes, nobles y guerreros) avanzaban , presidiéndolo todo, las antiguas insignias del poder supremo: el espejo de Izanami, la diosa que se decía dio nacimiento al sol en la isla de Awaji-si;  las enseñas cuyas largas banderolas de papel habían flotado entre las tropas del conquistador Zinmu; el puñal que, según decían, había herido a la hidra de  las ocho cabezas; el sello con que se marcaban las leyes primitivas del imperio, y el abanico de madera  de cedro que servía de cetro y que hacía dos mil años pasaba siempre del emperador difunto a las manos de su sucesor.



Detrás de aquellas insignias aparecían los bonzos y monjes formando un cortejo de interminables filas con sus cabezas tonsuradas o completamente afeitadas, unas totalmente desnudas y otras cubiertas con extrañas tocas o con sombreros de ala ancha. Algunos  avanzaban con cayado en su mano derecha, otros con una concha marina y otros con  un hisopo de tiras de papel. Los colores de los manteos iluminaban sus trajes. Detrás de ellos marchaban los guardias pontificales vestidos de ceremonia. Se cubrían la cabeza con un casco de laca cuyo adorno consistía en una roseta en forma de abanico abierto, la cintura cerrada  con un paño de seda bordada, los pies ocultos  bajo anchos pantalones, y como armas en sus manos llevaban un gran sable curvado, un arco y una caja repleta de flechas. 

Algunos de ellos avanzaban a caballo y otros a pie. Y detrás aparecían los coches. Eran coches pesados, que parecían construidos con madera preciosa,  cada uno pintado de un color distinto y tirados también cada uno por dos búfalos negros guiados por pajes que vestían cortas chaquetas blancas. En alguno de aquellos coches, según me decían conforme avanzábamos en hilera, debía de viajar la emperatriz. Por las ventanillas de alguno de aquellos coches, me comentaban también,  podía verse a la emperatriz y en otros coches más pequeños a las doce esposas legítimas del emperador. En cuanto al emperador, siempre que  se dirigía al castillo, y eso lo pude comprobar yo misma directamente, lo llevaban en un palanquín fijo sobre largos palos, acompañado por cincuenta conductores vestidos de librea blanca que resaltaban sobre la multitud. El palanquín , aunque lo vi de lejos, tenía forma de urna como la que se emplea para exponer reliquias. Era como un pabellón con techo de cúpula amplia y con campanillas de adorno y aquella cúpula estaba rematada por una bola, y sobre la bola aparecía la figura de un animal, una especie de gallo con las alas tendidas y la cola dilatada que representaba un ave mitológica muy conocida en Japón. 

El pabellón portátil del emperador, resplandeciente de adornos de oro, iba cerrado tan herméticamente que nadie podía adivinar que viajara alguien dentro. Se presentía que iba  allí un gran personaje porque junto a las portezuelas del pabellón caminaban todas las mujeres del servicio doméstico, que eran las que tenían el privilegio de rodear al emperador.

Al fin llegamos al castillo. Allí iban a tener lugar las audiencias pontificiales. Destacaba un gran patio embaldosado y con árboles donde se escalonaban los cortejos de honor. Apareció un destacamento de oficiales de órdenes y de guardias del emperador que tomaron posición y diversos grupos de dignatarios del séquito. En ese momento las mujeres desaparecieron. Los cortesanos, luciendo sus mantos de larga cola, comenzaron a desfilar con paso lento y subieron para ocupar su puesto designado con el rostro vuelto hacia las puertas, aún cerradas, de la gran sala del trono. Hacia el ala izquierda del edificio, los sonidos de las flautas y de las conchas marinas anunciaron que el emperador iba a hacer su entrada en el santuario. Había un profundo silencio en la multitud y el recogimiento duró varios minutos.


De repente, una marcial tocata resonó y una gran persiana de corteza de bambú pintada de verde y suspendida del techo de la sala fue bajando hasta quedar a dos o tres metros del suelo. A través de una abertura se podía ver parte de un lecho formado por esterillas y tapices, sobre el cual se extendían los grandes pliegues de un ancho ropaje blanco. Únicamente aquello era la aparición del emperador en su trono.

La persiana estaba trenzada de modo que el emperador podía verlo todo sin ser visto. Me dijeron que de todo el espacio que él podía abarcar con su mirada sólo podía ver cabezas inclinadas ante su invisible persona. Entonces fueron pasando ante aquella persiana de bambú cada uno de los invitados a la audiencia. Unos comentaban algo con unas palabras y otros desfilaban en silencio.. Cuando me llegó el turno oí la voz del emperador que me preguntaba por Europa y por Francia, y aunque yo no le veía, le hablé de Paris, de lo hermoso que era París, de todo lo que se estaba haciendo en París, de sus gentes, de sus calles y de sus plazas.”

josé Julio Perlado

(Del libro “Una dama japonesa”)

(texto inédito)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

( Imágenes— 1- yamatame museum of Art/ 2- Shimura Tatsuma/ 3- Ogata Korin-1658/ 4-museo de arte japonés)

VERANO 2021 (2) : JOSEP PLA




“ En verano — decía Pla— la inteligencia se entorpece y la sensibilidad se desfibra. Horacio hablaba de la luz rabiosa del verano.; Malllarmė, del lúcido invierno. A mí me parece que estos dos adjetivos son perfectamente adecuados. Si yo pudiera practicar una concepción cualquiera del verano, me parece que coincidiría más con las ideas de antaño que con las actuales. No iría a veranear para tener más calor ni para llevar gafas ahumadas; dormiría, si fuera posible, con una manta en la cama.”


( Imagen — Agreda- vista nocturna- wikipedia)

EL RESPETO AL OTRO



“Las normas de la buena convivencia tienen que ser claras y explícitas para que todos y cada uno sepan qué pueden exigir y qué pueden esperar unos de otros — escribe Victoria Camps en las “Buenas maneras”—-.Pero el miedo al dogmatismo se ha proyectado en miedo e incomprensión hacia la disciplina, y la ausencia de disciplina ha hecho tambalear las bases de la buena educación. Minimizar el valor de la disciplina es ignorar lo que los griegos ya sabían y aceptaban: que la virtud es hábito, costumbre, repetición de actos, es decir, disciplina. Ciertas maneras de comportarse — con orden, con limpieza, sin dar voces, sin agredir —, cierto modo de ocultar o manifestar los sentimientos, de estar con los otros, son el primer paso para inculcar y dar a entender en qué consiste el respeto al otro. Los hábitos, las formas , las maneras de transmitir el respeto mutuo, pueden ser diversas, pero es imprescindible que sean de algún modo determinado. Los niños no entienden de teorías; aprenden por los ojos y por los oídos, lo que ven y lo que oyen, día a día, sin equívocos ni ambigüedades. La repetición es fundamental para la creación de hábitos, y para repetir una regla hay que sabérsela bien y proponerla con convicción. Es un error confundir la tolerancia con la ausencia de normas.”


(Imágenes—1– Twombly/2- Sir Terry Frost)

LA INSPIRACIÓN Y El TRABAJO


(¿ No es la emoción, la sinceridad del sentimiento de la naturaleza, lo que nos lleva…? y aunque esas emociones sean a veces tan fuertes que se trabaja sin sentir —le escribe Van Gogh a su hermano Theo —cuando a veces los toques vienen uno detrás del otro y las relaciones entre ellos como las palabras de un discurso o de una carta, es preciso recordar entonces que esto no ha sido siempre así, y que en lo porvenir habrá también días pesados sin inspiración.+


(Imágenes— 1- Van Gogh- tronco de tejo/2-/ Van Gogh – par de botas 1887)