Durante mucho tiempo a Hisae Izumi le persiguió aquella visión. En sus “Memorias” habló mucho de ella pero nunca aclaró si aquella figura que se le apareció fue producto de su imaginación o de la realidad. “ Estando yo en París a principios del siglo XX —- escribió en sus “Memorias” —, debió de ser en enero o febrero de 1901 cuando yo vivía entonces en la rue de Notre Dame des Víctoires, después de las charlas que quise dar a los franceses interesados por Hokusai e Hiroshige, una tarde que estaba medio adormilada en el sillón de mi cuarto y sola en mi habitación, serían las cinco o cinco y media de la tarde, de repente, al entreabrir los ojos, vi a un samurai que estaba frente a mi, de pie, mirándome fijamente. Reconozco que no me impresionó verlo allí, en Paris, después de tanto tiempo transcurrido y eso me hizo pensar si todo aquello que me estaba sucediendo no podía ser mas que fruto de una visión irreal inventada por mi sueño. Pero aquel samurai situado frente a mi, vestido con un simple kimono blanco y con un largo cabello sujeto por una cola enrollada en el cráneo, yo lo conocía muy bien Nos habíamos encontrado en Japón, en 1549, en un puerto de la isla de Kyushu y recordaba perfectamente llo que me impresionó la gran brecha que entonces recorría su frente de arriba abajo, producto de una sangrienta pelea que había tenido y donde Anjirō — que así se llamaba el samurai —había matado a un hombre. Llevaba dentro de él la conciencia de aquella muerte y buscaba alguien que escuchase su arrepentimiento. Yo lo hice en parte, intentando comprenderle con paciencia en el mismo puerto donde estábamos ,y eso hice durante horas. Me contó que había nacido en Kagoshima, en el dominio de Satsuma, uno de los más poderosos de Japón, de familia noble y con grandes posesiones y riquezas, pero que había perdido prácticamente bienes y fortuna por culpa de su temperamento belicoso y de su ira, y sobre todo de su permanente deseo de batallar. Desde hacía tres años había ido huyendo de un sitio para otro, inquieto, primero había sido acogido por el capitán de un barco portugués, Alvaro Vas, que le ofreció trabajo en su tripulación pero con el que al final no se entendió. Después oyó hablar de un tal Francisco Javier, español, nacido en el castillo de Javier, en Navarra, que se encontraba por Japón y a quien llamaban “el sanador de almas” y Anjirō, con la enorme cicatriz de la brecha en la frente pero sobre todo con el peso de su culpa en la conciencia, se fue a buscarlo hasta Malaca y allí lo encontró en 1547. A aquel español de barba oscura y ojos inquietos, me explicó Anjirō intentando retratarme al tal Francisco Javier, le fui enseñando yo muy poco a poco palabras en japonés y él a su vez, no sé si como agradecimiento, me ponía la mano de vez en cuando en la frente, sobre mi cicatriz, y me tranquilizaba. Nos hicimos grandes amigos.
Hubo un momento, me añadió Anjirō, en que Francisco Javier me dijo: “Tú has sido el primer japonés que me ha entendido, el que me ha enseñado las palabras.” Me estaba muy agradecido. Sobre todo cuando Francisco Javier, algunos amigos suyos y yo también, conseguimos, después de un trabajo muy duro, traducir al japonés el catecismo de su religión que él ya tenía escrito en lengua malabar y en malayo. Después, Francisco Javier quiso aprendérselo de memoria para poder predicarlo. Aquello me impresionó. Yo creo que fue lo que me curó por completo. Más tarde me convertí y me bauticé. “Eres el primer cristiano converso japonés de la historia.y te llamarás Paulo de Santa Fe”., me dijo Francisco Javier. Y así ahora me llamo.”
No había vuelto yo a ver a aquel samurai herido desde entonces. Levanté mis ojos en la habitación de Paris pero el samurai había desaparecido.
José Julio Perlado
(del libro “Una dama japonesa”)
(texto inédito)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(Imágenes- 1- Katsamatsu Siro- 1938- bruce gog archive/ 2-pájaro singular japonés/ 3 – Tori Kotondo- Mary and lugin collection)
“Las hojas no se movían en los árboles- escribe Chejov en “La dama del perrito” -, chirriaban las cigarras y el monótono y sordo rumor del mar que llegaba desde abajo, les hablaba de paz, del sueño eterno que nos espera.
Así soñaba el mar allí abajo, aún no estaban aquí ni Yalta ni Oreanda, así se seguía ahora el rumor y así seguiría , igual de indiferente y sordo, cuando no estuviéramos. Y en ésta inmutabilidad, en la completa indiferencia hacia la vida y la muerte de cada uno de nosotros se esconde, quizá, el secreto de nuestra salvación eterna, del ininterrumpido movimiento de la vida en la tierra, del constante perfeccionamiento.”
“Y esta mujer se ha despertado en la noche, y estaba sola, y ha mirado a su alrededor, y estaba sola, y ha comenzado a correr por los pasillos del tren, de un vagón a otro, y estaba sola, y ha buscado al revisor, a los mozos del tren, a algún empleado, y ha gritado en la oscuridad, y estaba sola, y ha oreguntado quén conducía, quién movía aquel horrible tren. Y no le ha contestado nadie, porque estaba sola. Y ha seguido días y días, loca, frenética, en el enorme tren vacío, donde no va nadie, que no conduce nadie.”
“Dices que somos literatos — escribe Chejov en una carta de 1896–y que eso hace rica nuestra vida. ¿Cómo? Estamos metidos de lleno en nuestra profesión, la cual nos ha ido aislando poco a poco del mundo exterior, y el resultado es que tenemos muy poco tiempo libre, poco dinero, pocos libros, leemos poco y sin ganas, escuchamos poco, viajamos poco… ¿ Hablar de literatura? Ya hemos hablado,.. Cada año es igual que el anterior, y todo lo que solemos hablar de literatura se resume en quién ha escrito mejor y quién peor; conversaciones más generales, temas más amplios nunca se plantean, porque cuando alrededor tienes tundra y esquimales, las ideas generales al no ser aplicables a la actualidad, rápidamente se esfuman y se eluden como los pensamientos sobre la eterna felicidad.¿ Hablar de la vida personal? A veces puede ser interesante, y podríamos hablar de eso, pero nos molesta pues somos cerrados y no sinceros, nos ata el instinto de protección personal, y tenemos miedo. En fin, de nuestro silencio, de la falta de seriedad y de interés de nuestras conversaciones no eches la culpa ni a ti ni a mi, sino, como dice la crítica, “a la época”, echa la culpa al clima, al espacio, a lo que quieras, y deja sus circunstancias al azar del destino fatal, a la corriente inexorable, confiando en un futuro mejor.”
(Imágenes— 1- Chejov- melikhovo- Wikipedia/ 2- San Petersburgo-Julián Barrow 1939)
Un libro se tarda en escribir como mínimo alrededor de dos años o quizá dos años y medio. En el “Times Literary Supplement”, la publicación de crítica literaria más prestigiosa del planeta, aparecida en 1902, fue una de las lamentaciones de Virginia Woolf: Ella le confesaba a una amiga: “El TLS me manda una novela por semana; hay que tenerla leída el domingo, reseñar el lunes e imprimirla el viernes. Así es como hacen las salchichas en Estados Unidos, ya lo sabes.”
“Federico García Lorca, el cárdeno poeta granadí —- decía Juan Ramón Jiménez—, paisano como yo del duende y del ángel, escribió una preciosa”teoría y juego” del duende, llena por todas partes de chispa duende algo angelista. Hablar o escribir del duende o del. ángel en Andalucía no es ninguna originalidad, es como hablar o escribir de los moros, de la manzanilla, del cante hondo, de los toros, de los gitanos, que todos hablamos de ellos y de otras cosas que no todos ven. Es claro que el duende de Granada no es como el de Sevilla, ni el ángel tampoco. Granada es la montañosa mística escondida, una Santander de Andalucía; Sevilla, Moguer, Cádiz, mi Tartesos del cuerpo y del alma, son mar de tierra abierta, espacio total, ante cuya hermosura los soldados de Napoleón, sobrecogidos al dominarla desde Sierra Morena, y no sabiendo qué hacer, presentaron armas y banderas y redoblaron tambores. Saludaban, sin saberlo, entre otros andaluces, a los garrochistas de Bailén que, sólo 300 con sus 300 caballos y sus 300 garrochas, derrotaron un ejército francés de 30. 000 hombres con cañones y socavaron así el toro colosal de Bonaparte.
Yo me limito hoy a señalar estos entes deliciosos como lenguas de llama, briznas de aire, ondas de arena, inseparables de la mejor poesía como apoyo de una consideración crítica.Pero no hablo del ángel en el sentido azúcenesco melodioso, como Federico García, ni le doy al duende el aire malsano de caño que él le da. Mi duende y mi ángel de mi parte andaluza no tienen categoría de divinos ni de malditos, no son ni malos ni ni buenos. Son, y nadie sabe en qué consiste su ser. Se les quiere y se les mima, y eso basta para ellos, que son un poco egoístas como los gatos.
Parece que el ángel y el duende necesitaran más del mar que otros entes del hombre, que necesitaran siempre del mar, además de la tierra, el aire y el fuego. Que son completos elementales. “La vida sin el mar no se comprende”; yo por lo menos, no la comprendo y todas mis eternidades de las debo a él; el mar es vida sin sueño, siempre abierta; vida sin mar es vida cerrada, poesía cerrada. Por eso los poetas que yo llamó abiertos se dan más en los litorales. El poeta de tierra adentro, que no ve el mar, tiene que “realizarlo” en las cosas y las personas que lo rodean, por síntomas emanadores. Lo materializa en otra experiencia porque ha oído acaso de él y no puede olvidarlo; y no puede olvidarlo, es claro, porque no puede recordarlo. Es un mito imprescindible. Pero el mar no puede pensarse más que en el mar pleno, ni naturalizarse sino como mar eterno; pues, como puede ser manipulado por el hombre, conserva, bajo el espacio elemental, su naturaleza elemental, con el sol o la luna o las estrellas, elementales. Yo he renovado siempre mi poesía cuando estoy en alta mar.”
(Imágenes-1- Granada/ 2- Sorolla- calle de Granada- 1910- museo Sorolla/ 3- Córdoba)
Cuenta Oliver Sacks en su “Musicofilia” que un joven de treinta y pocos años le escribió una carta en la que le contaba que padecía un trastorno bipolar que le habían diagnosticado cuando tenía diecinueve años. Sus episodios eran graves, y escribió aquella carta porque cuando era un veinteañero había descubierto que tocar el,piano ejercía un efecto sorprendente sobre su estado de ánimo. “ si me sentaba al piano — confesaba—, podía comenzar a tocar, improvisar y sintonizar con mi estado de ánimo. Si estaba exaltado, tocaba música que estuviera a ese nivel de exaltación y tras un rato tocando, podía ir rebajando mi ánimo hasta un nivel más normal. Y de igual modo, si estaba deprimido, conseguía animar el ánimo. Es como si fuera capaz de utilizar la música del mismo modo que algunas personas utilizan la terapia o la medicación para estabilizar su estado de ánimo.(…) Escuchar música no obra el mismo efecto de ninguna manera. Tiene que ver con la manera en que soy capaz de controlar todos los aspectos de la música: el estilo, la textura, el tempo y la dinámica.”
“ Ha muerto el viernes pasado, caído entre las hojas de un árbol en el bosque gallego de Caldas de Reyes, cerca de Villagarcía de Arosa, en Pontevedra, “Plumón”, un mirlo que me ha acompañado durante años mientras yo escribía. Perteneciente a una gran familia melódica, su padre fue muy reconocido en los ambientes musicales gracias a sus paseos cadenciosos y rítmicos por la barandilla de la ventana de la casa que ocupaba entonces Paul Mc Cartney en Londres , cuando aún estaba integrado en los Beatles y componía diversas canciones, entre ellas “Blackbird”. Sentado junto a la ventana abierta de su cuarto en una cálida noche de verano de 1968 y acompañándose con una guitarra acústica, Mc Cartney miraba cómo se paseaba el mirlo de aquí para allá y de derecha a izquierda por la barandilla, acunado o influido por unos compases de Bach que eran los que Mc Cartney estaba escuchando. Aquella unión de melodías Mc Cartney la había oído ya meses antes en su granja de Escocia y en ella se había inspirado casi instantáneamente, pero fue en Londres cuando el mirlo con sus pasos y sus melodías por la barandilla tomó más cuerpo y se adentró más en la canción.
El hermano de este mirlo de Paul Mc Cartney, es decir, el tío de mi “Plumón” que ahora acaba de morir en Galicia, fue célebre también en la historia de la música por haber acompañado muchas veces al compositor francés Olivier Messiaen por los prados, jardines y bosques de Francia mientras éste escribía “El despertar de los pájaros”, en 1953. El juego sonoro de los pájaros en aquella composición, comentó mucha gente entendida, era un verdadero comprendió de ornitología musical. El dúo entre un petirrojo y el mirlo, por ejemplo, abría el camino hacia unas tórtolas que se convertían en flautas y hacia un pardillo que se transformaba en clarinete. Después cantaban dos mirlos como si estuvieran invitando al piano, el tordo se unía a la abubilla y a la risa del pico verde y asomaban después en aquella alabanza de los pájaros las llamadas y gritos del verdecito, el estornino y el jilguero.
El mirlo de Messiaen, es decir, el tío de “Plumón”, siempre afirmó que el árbol genealógico de los mirlos se remontaba Historia arriba, hacia los inicios, e incluso aseguraba que llegaba hasta las teclas del piano de Beethoven, aunque eso no está en absoluto demostrado. Pero había muchas gentes que afirmaban que un mirlo “compuso” realmente la frase inicial del Rondó del “Concierto para violín” de Beethoven. Las tonadas de los mirlos, y así lo han dicho muchos especialistas, no están siempre completas la primera vez que las cantan. Van añadiendo toques que completan la idea musical primogénita.
¿Y cómo era “Plumón, desde el viernes caído hacia un lado y que ayer enterré bajo los árboles ? Tenía un plumaje negro en donde resaltaba como contraste el amarillo naranja del pico y de un anillo alrededor del ojo. Silbaba parsimoniosamente unas estrofas musicales interrumpidas por cortos silencios. Era un gran consumidor de larvas, caracoles y lombrices y le gustaba pasear cerca del arroyo que hay frente a mi casa. Un día que estaba yo escribiendo y que para distraerme tomé unos minutos mi violín, empezó a copiar las notas a su manera con el cuello estirado las plumas de la cabeza erizadas, los ojos chispeantes y el pico abierto. Nunca he oído cantar mejor una melodía.”
José Julio Perlado
(del libro “Museo de la mirada’)
(relato inédito)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS)
(Imágenes— 1- Vadim trunov 2- foto Richard Day- national geográficamente/ 3- Youssef Nabil – 2011/4-Joseph Cornell)
“La cercanía del Palacio Real hizo que la gente conectada con la Corte buscara casa en el barrio madrileño de Rosales. Como por ejemplo la que en la calle Martin de los Heros ocupó hasta su muerte la duquesa de Dúrcal, dama que fue de la reina Victoria Eugenia. Entrar en esa mansión era retroceder cien años. Tras un zaguán se subía una escalera corta que llevaba a una planta noble arropada en cortinajes con espléndidos cuadros qué, con la alfombra, formaba como una concha de antiguo encanto. Todos los invitados al llegar bajaban la voz; el alto tono necesario para hacerse oír entre el tráfico de la calle se transformaba en un civilizado susurro. Leticia Dúrcal, que cuando la conocí— recordaba Fernando Díaz Plaja — ya estaba en unos noventa espléndidamente llevados, nos hablaba de los almuerzos en Palacio a los que tenía que asistir en su calidad de dama de la reina, igual que al rey acompañaba su gentil hombre de servicio. Y a la pregunta obligada del invitado curioso de la pequeña historia contestaba graciosamente: “ Se comía muy mal. Y siempre frío porque las cocinas quedaban muy lejos del comedor y, reconozcámoslo, ni la reina ni el rey eran precisamente unos “gourmets”.
Imagen — Francisco Brambilla- el Palacio Real visto desde la Cuesta De la Vega- ministerio de Hacienda)
El viernes 3 de mayo de 1901, una semana después de la intervención de Hisae Izumi en París en la Galería de arte del alemán Siegfried Bing para hjablar del pintor Hokusai, tuvo lugar la siguiente sesión en la que, como ya había anunciado Hisae, se iba a tratar del pintor Utagawa Hiroshige. Pero en esta ocasión el escenario había cambiado completamente. Toda la sala central de la Galería aparecía preparada como si fuera a iniciarse una representación. Se habían distribuido de un modo distinto las sillas de los asistentes tal y como si se dispusiera un teatro, se habían retirado muchos objetos de venta que solían ocupar numerosos pasillos y sobre todo se habían decorado todas las paredes de la gran habitación con amplias estampas japonesas que transmitían un aire nuevo, insólito y casi misterioso. La sala, como había ocurrido en las sesiones precedentes, estaba totalmente abarrotada por el público. Se notaba que Hisae y sus temas atraían siempre a muchas personas. Se encontraban allí entre muchos otros artistas, los asiduos Degas, Toulouse Lautrec, el americano Whistler, además de Mary Cassatt que había venido esta vez con algunas amigas.
Al entrar Hisae Izumi en la gran sala con un elegante kimono azul celeste y colocarse en la mesa presidencial al lado de monsieur Bing, se hizo un total silencio y casi por completo se redujo la potencia de las luces. Unos focos perfectamente colocados sobre las estampas que cubrían las paredes daban un aire casi mágico a la habitación. En aquellas estampas sobresalían puentes iluminados, lluvias torrenciales, rocas moradas, montes amarillos, pequeñas casas junto a los ríos, comitivas de peregrinos, arbustos violáceos, cascadas doradas, vestimentas diminutas y sobre todo un paisaje diverso y prolongado, como una cinta que ahora podríamos llamar cinematográfica y que enlazara estampa con estampa, que uniera árboles y gentes, los movimientos y la naturaleza, y el ojo humano lo pudiera perfectamente contemplar. El, público iba girando la cabeza con gran curiosidad de uno a otro lado de las paredes siguiendo la sucesión de las estampas iluminadas para intentar abarcar todas las escenas y realmente no sabía bien en cuál detenerse. Entonces se oyó por primera vez en medio de la penumbra la voz de Hisae Izumi surgiendo del silencio : “Esto que ven ustedes aquí, en esos grabados y dibujos colocados en las paredes —- dijo Hisae —forman parte de las Cincuenta y tres estampas que el maestro Hiroshige quiso pintar mientras recorría la Ruta Tökaidö que une a Kioto con Edo, y que bordea la costa oriental de Japón, es decir, la costa del mar del este de Honshu, y en ese recorrido la Ruta se extiende en 488 kilómetros. Yo tuve la suerte de poder acompañar a Hiroshige en esa Ruta. Las mujeres no podíamos viajar solas y me uní a un grupo de peregrinos situándome cerca de Hiroshige de tal forma que muchas veces podía verle pintar sus esbozos en sus cuadernos de trabajo. Fue en agosto de 1832, cuando Hiroshige tenía 34 años y aún no pensaba en raparse por entero la cabeza y hacerse monje, cosa que sí quiso cumplir pocos años antes de su muerte. Hiroshige, de extracción humilde e hijo de un capitán de bomberos pero con grandes disposiciones para la pintura y apasionado por los viajes, tuvo la ocasión en ese agosto de 1832 de acompañar a un mensajero oficial del gobernador que llevaba , como cada año, dos caballos como regalo a la corte imperial de Kyoto y así pudo recorrer el camino de ida y vuelta entre esas dos ciudades y aprovechó para pintar todo cuanto veía. Yo solo recorrí la mitad del camino, el sendero de ida. ¿Y qué pintó en sus esbozos Hiroshige durante esa Ruta? Todo el Japón que iba observando estación tras estación y etapa tras etapa. : su observación realista de la naturaleza por encima de las apariencias. Pintó el azul, la verticalidad, la flor, las ciudades, los poblados, las costas, los puentes, el mar, los valles y los arrozales, artesanos, agricultores, de nuevo el azul ( que luego incluso se ha querido llamar “el azul de Hiroshige”, pero que era el azul de Prusia importado desde Occidente) reflejado en la lluvia, en la tormenta, la luna, los juegos de líneas curvas y onduladas, el amanecer, el crepúsculo, todo lo que podía retratarse de aquel largo camino lleno de gentes, de vendedores ambulantes, comerciantes, santones itinerantes y peregrinos. Comprobé también cómo a Hiroshige le interesaba la calma, pintar la serenidad, el viento, la bruma, los efectos atmosféricos, los fenómenos climáticos, el carácter efímero de las cosas y también la nostalgia y la melancolía. Todo ello, como ustedes saben — añadió Hisae—, tuvo gran eco en Japón en su momento, pero también aquí, en Francia, pues monsieur Bing me contaba el otro día que uno de los artistas más singulares entre ustedes, Vincent Van Gogh, en sus estancias en París, y antes en Amberes, adquirió seiscientos grabados japoneses porque ellos le animaban en su inspiración y algunos de esos grabados estuvieron guardados aquí, en los áticos y en los sótanos de esta Galería donde ahora nos encontramos.
Pero volviendo a la Ruta Tökaidö de que les hablaba — continuó Hisae—decirles que se tardaban casi treinta días en recorrerla. La mayoría de la gente íbamos a pie, ya que viajar a caballo era costoso, y nos deteníamos en los numerosos sitios de reposo que allí aparecían. Además, los caballos se utilizaban principalmente para cargar equipajes demasiado pesados y algunos de nosotros viajábamos a veces en palanquines que eran transportados por dos porteadores pero que estaban reservados para señores feudales. Yo iba en algo mucho más sencillo, una enorme cesta de bambú de la que de vez en cuando descendía para poder ver de cerca a Hiroshige y poder comprobar cómo pintaba al aire libre. Ya les he comentado que en lo que él trabajaba allí, a lo largo del camino, era solamente en apuntes o esbozos porque fue únicamente al final, ya en su casa, al año siguiente, cuando pintó el total de las Cincuenta y tres estampas de la Ruta, que en realidad eran cincuenta y una, aunque él quiso añadir dos más, una como principio y otra como final. A mí me interesaba enormemente ver cómo trataba los paisajes y cómo iba aplicando los azules. Se lo pude preguntar una noche que nunca olvidaré, una noche que descansábamos en uno de los lugares de reposo ya casi al final del camino, una gran casa de té. Nunca se me olvidará aquella casa ni tampoco aquella conversación porque estábamos los dos rodeados de una multitud enorme, con numerosos grupos de personas que permanecían todas en cuclillas al lado de las paredes ocupadas por hornillos y calderas humeantes. Allí se distribuían bandejas cargadas de tazas de té, también peces fritos y frutas de la estación. En el umbral de la puerta de aquel refugio aparecían sentados en pequeños bancos varios faquires que se aireaban con abanicos y algunas mujeres que encendían sus pipas en el brasero común. Pues bien, en ese sitio tan inesperado para mí es donde Hiroshige me habló de sus comienzos, de su pintura y de sus estampas. Allí quizá fue el mejor lugar donde Hiroshige y yo hablamos de su obra. Me contó que al principio, en el taller de un artista no muy célebre, se había interesado en pintar episodios históricos, retratos de actores y figuras femeninas. Después, a la muerte de su maestro, él quiso iniciarse en el paisaje, inspirándose en las vistas que Hokusai había hecho del monte Fuji y también en composiciones de flores y pájaros. Pero había sido ese descubrimiento de la Ruta de Tökaidö cuando — así me lo dijo Hiroshige, aseguró Hisae —estaba encontrando su estilo. Puedo decir que en las estampas dedicadas a esa Ruta es donde la naturaleza se baña de poesía y de sensibilidad, con toques delicados y con un colorido más armonioso, con un lirismo que correspondían muy bien con el gusto del público. También pienso que en estas estampas que hoy tienen ante ustedes en esta Sala — añadió Hisae—podemos encontrar a la naturaleza profundamente unida con el hombre, y si se fijan bien y de modo especial en la estampa número 45, ésa que está ahí en la pared de la izquierda, la que lleva por título “Shôno”, se asombrarán de las líneas oblicuas de las colinas, de los techos, del bambú y de la lluvia, que crecen en ángulos agudos, traduciendo el movimiento y la agitación pero sin destruir el equilibrio y la armonía de la composición. Los personajes que en esa estampa aparecen revelan el talento del pintor y unifican toda la escena gracias a un tono sombrío que evoca la tristeza de un día de lluvia sobre el campo. El efecto de los bosques de bambú que se diluyen en el fondo creo que es uno de los aciertos de esta obra y ahí se ve la sensibilidad del pintor para mostrar las variaciones del tiempo en las estaciones.
El otro día les hablaba a ustedes de Hokusai como un viajero que recorrió Japón como un monje — concluyó Hisae — y hoy les hablo de Hiroshige que recorrió Japón como un poeta.”
José Julio Perlado
(del libro ‘ Una dama japonesa”)
(relato inédito)
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(Imágenes— 1- japanese Art/ 2 Osata Korin- 1658- museo de arte japones/ 3- Sciobo/- japanese estéticos/4-Ikeda Terukata)
Papini le hace decir en su “Juicio universal” estas palabras al ingeniero Eiffel: “ Fui para algunos el primer arquitecto de una nueva Babel, de una Babel de hierro, que quisiera elevar torres metálicas como picas de desafío hacia el cielo.
Fui sólo un ingeniero más animoso que otros, que se propuso resolver, con medidas cada vez mayores y con materia nueva, los antiguos problemas de las construcciones humanas.
Más que imaginador de torres que desafiasen el firmamento, fui un atrevido lanzador de puentes y viaductos. La famosa torre que hizo famoso mi nombre no fue más que un simple recurso de reclamo para una exposición mundial; la clamorosa enseña de una feria. Mi espíritu estaba educado en la ciencia y abandonaba a los literatos de oficio las fantasías estüpidas sobre el hombre que sueña con escalar la casa de Dios. ¿ Qué podían significar mis pobres trescientos metros de altura frente a las cimas del Himalaya y la distancia de Sirio? Todo lo más un monumento para la humildad humana.
Mi amor más profundo fueron los puentes. El puente que unía las orillas de los ríos, que enlazaba los flancos opuestos de los valles, que superaba abismos y precipicios, que a veces era como una prenda de fraternidad entre dos pueblos distintos y enemigos, tenía a mis ojos una poesía más embriagadora que la buscada en los versos de los poetas. La torre bíblica confundió las lenguas: los puentes eran, por el contrario, símbolo de unión entre los hombres separados por la naturaleza y por la ignorancia.
El uso del hierro me liberó de la pesadez de los pilares macizos, pude lanzar airosas y casi aéreas arcadas, venciendo, casi, la fuerza de la gravedad y la pasividad mineral.
El logro feliz de cálculos cada vez más arriesgados, la solución de problemas cada vez más arduos, las victorias cada vez más decisivas, la pesadez de la materia, fueron, durante años y años, mis únicas alegrías. El mucho estudio y el demasiado trabajo me libraron de los pecados más vergonzosos.
Y con gran tristeza pienso que toda la obra de mi vida está destruida. Mis temerarios viaductos, mis atrevidos puentes fueron, poco a poco, consumidos por la herrumbrosa lepra del tiempo y lo que de ellos quedó era chatarra anónima perdida en la disolución terrestre. De mi ya no queda nada más que una pobre alma insegura y desarmada, que recuerda con temor sus triunfos y no sabe encontrar en sí mismo un solo acto de amor verdadero para ponerlo en la balanza del Juez.”
Imágenes— 1- exposición de 1889/ 2- Robert Delanuay- torre Eiffel/ 3-Robert Delanuay – torre Eiffel)
¿ Es usted el que está ahí sentado o soy yo? A veces los confundo. Está usted o estoy yo revisando papeles, una antigua tarjeta postal de las que ya no hay ahora, un sello antiguo, una escritura aún legible. Me cuenta usted que está sentado en el porche de la casa de sus abuelos, que se ha puesto el sombrero de verano, que hace sol, que está leyendo esta tarjeta postal en que yo le escribo y donde rememoro los veranos de mi juventud, cuando daba el sol y me ponía en camisa como usted hace ahora, y me ponía también el sombrero de verano en el porche de casa de mis abuelos y pasaba por mi mano el manojo de postales antiguas con sellos diversos, como aquella que ahora está usted leyendo y en donde le hablo de la ermita de San Juan de Gaztelugatxe, cerca de Bermeo, en el norte de España, usted la conocerá, le hablo de cuántas veces he subido y bajado por allí, por aquellas escaleras, por los peldaños del tiempo. Son paseos y recuerdos de mi juventud.
Como podría hablarle también de los ruidos que se escapaban furtivos los veranos, ruidos insospechados, únicos, aquel ruido de cascos, por ejemplo, del caballo que monté en Andújar, cerca de Jaén, en Andalucía, y de cómo escuchaba yo el aldabonazo de la pezuña contra la roca que resbalaba y resbalaba sin caer nunca y que a mí, aquel ruido seco, desde la altura de mi juventud, el pelo desordenado y el cuerpo temblando sobre la grupa, me daba tanto miedo. Me habla usted en su postal del mar, del ruido del mar, es el mismo ruido del mar de siempre, el mismo mar, el mismo ruido, ¿alguien ha podido cambiar el mar?, respira profundamente el mar,, acompasadamente, cuando pasa el médico para verle siempre ve al mar dormido sobre el océano, está tranquilo, las constantes vitales de sus peces van y vienen ondulándose en colores, el brazo del mar dormido llega hasta el faro.
Pero me alegra que me haya escrito usted esa postal. ¿ O he sido yo? Lo cierto es que escribimos los dos al unísono. Tiene usted una caligrafía, ya se lo he dicho muchas veces, que ya no se lleva. Tampoco se lleva mucho la lectura. Pero entre los dos nos entendemos.
Jose Julio Perlado
(Imágenes— 1- Peter Ilsted//2- Giovanni Boldini- 1980/ 3- playa de la isla de Naxos/ 4-Ferdinando. ScIanna/p
“ En las ciudades y los puertos — dice el yugoslavo Predrag Matvejevic en su “Breviario mediterráneo” los cementerios parecen islas o penínsulas. Hay entre ellos más diferencias de lo que a primera vista pudiera parecer: unos tienden hacia el mar, en otros prevalece el apego a la tierra. Pueden clasificarse según la posición que ocupan frente a la ciudad, sobre todo frente al puerto y su movimiento, así como según su relación con el mar y la tierra: por una parte, prevalece la creencia de que el mar salva de la descomposición y purifica, y por otra, de que la tierra es más leve y más segura que las profundidades marinas. La disposición de los templos de dimensiones reducidas ( pequeñas basílicas y capillas, o sinagogas y mezquitas) refleja en cierta medida la de los cementerios, y, muchas veces, su conexión con ellos.
Al igual que en los cementerios, alrededor de los templos también se plantan cipreses y pinos, a veces por separado, a veces juntos, mezclados. Probablemente, su distribución y sus relaciones no son arbitrarias pero determinar en ellas una pauta resulta prácticamente imposible. Los cipreses confieren a su ámbito un aire de paz y de cierta melancolía. No crecían solamente al lado de los cementerios y los templos : en el Mediterráneo se erguían sobre aras y academias.
Discurrir sobre los cementerios nos lleva inexorablemente al tema de las lenguas muertas. Hubo muchas, quizá tantas como islas. Por qué unas se perdieron en tierra firme y otras se hundieron en el mar es una pregunta a la que no puede contestar sólo la filología. Algunas palabras que formaron parte de su acervo quedaron esparcidas o subordinadas en diversas lenguas vivas: es difícil descifrarlas porque son resistentes y duras, inmemoriales y aisladas. Los coleccionistas de palabras antiguas formulan propuestas interesantes que generalmente no son prácticas: confunden las palabras y las cosas, creen que cada palabra garantiza la cosa indicada e incluso puede suplirla. Sin embargo, gracias a ellos algunos archivos se convirtieron en santuarios. Casi todas las ciudades mediterráneas disponen por lo menos de uno de estos archivos, público o privado, abierto o secreto, al igual que de un cementerio, por lo menos. El Mediterráneo es a la vez un enorme archivo y un sepulcro profundo.”
En el recorrido que quiso hacer el neerlandés Cees Nooteboom por las tumbas de poetas y pensadores, al llegar al sepulcro de Chateubriand encontró una gran Cruz que se asoma en su sepulcro frente al mar. “Desciende sobre mí playa natal — escribió en sus “Memorias de ultratumba”— en el extremo del cielo, aumenta su silencio, que comunica al mar”.
Muy probablemente bajo esa Cruz, en el fondo del mar, haya un cementerio marino.
(Imágenes—1-1- John Wohrff/ 2-Cadaqués-ºLa Vanguardia/ 3-Flotiana Barbu/ 4-Raiph Fellck)
“Me tenían totalmente vigilado — relataba un hijo de cuarenta y dos años — Mi padre no me quitaba la vista de encima y no hacía más que encontrar cosas raras en mis actos. No permitió nunca que cambiara la paja de mi jergón.” Estas son las voces que oyen las habitaciones a través de los siglos revelando confidencias, cosas que ocurrieron dentro de aquellos muros, cosas que desvelamos ahora al psiquiatra, cosas escondidas que guardábamos en el último rincón de la memoria y que nunca hemos contado. Solo las habitaciones lo saben porque los muros y el armario y las maderas y las cortinas parece que se inclinaron en aquellos momentos para escuchar mejor, se inclinaron un poco, apenas nada, pero escucharon perfectamente las órdenes de los padres y los gritos de la infancia, los portazos secos, y el espejo vio los desplantes en la cara, las muecas y los signos de burla que hacía ese hijo a su padre, ¿y dónde aprendió esa burla? ¿ se lo trajo la sociedad, el vendaval de la sociedad , un compañero marginado que le enseñó a burlarse? , porque este espejo, hasta entonces, había reflejado siempre a un niño sencillo, afable, normal,
“Es alrededor de la mesa cuando se tratan los negocios, se declaran las ambiciones y se deciden los matrimonios. Y, a la vez, se amplía el horizonte de la gastronomía: signo de prestigio y de excelencia como es, reviste también aspectos de conquista, se vuelve instrumento de poder y es prenda del éxito y la dicha.” Las voces de los comedores en las habitaciones, las voces de las vajillas, de los sillones, las voces de los orondos sofás, de los enhiestos respaldos de las sillas, han participado de las conversaciones humeantes traídas en grandes cuencos desde las cocinas, de las miradas furtivas, las reconvenciones, los guiños, los discursos, los aplausos y agradecimientos, las celebraciones, y de nuevo otra vez los discursos y los aplausos y los brindis. Las voces de los comedores de las habitaciones, ahora silenciosos y vacíos, han guardado los ecos de los sollozos, mutismos matrimoniales, pensamientos y tristezas.
Y luego vienen las voces de las habitaciones cuando la casa se vuelca por completo y queda el nido vacío. Entonces las sombras de los muebles parece que se agigantan, hay demasiados huecos entre las puertas, no se oyen pisadas, las carcajadas se han ido a vivir a un barrio de las afueras menos céntrico, sin ruidos, con jardín. Las sombras de lo que fueron las voces de las habitaciones están metidas en armarios, clasificadas, ordenadas, algunas forman parte de un álbum silencioso, y se pasan las hojas de aquellos ruidos para evocar el tiempo de los diálogos, de las exclamaciones y de los asombros..
José Julio Perlado
(Imágenes- 1- Jan Reich- 1986/2- Stanislaw Yulianovich Zhukovskyov/ – 3- Carl Holsoe// 4- Carl vilhelm holsoe)
“A finales de 1863, en Tolstoi se comprueba que las notas de su ‘Diario” se abrevian y se espacian. “ Ya no tenía tiempo ni ganas —dice Henri Troyat— de analizarse. Sufrimientos y alegrías movilizaban su atención. En 1865, cerraría por más de trece años el cuaderno donde había tenido por hábito relatar su vida. Pero antes escribió esta confesión: “ Mis relaciones con Sonia se han afirmado, consolidado. Nos amamos, es decir, somos más queridos el uno por el otro que los demás humanos y nos observamos más serenamente. No tenemos secretos ni nada que nos haga sonrojar. Somos felices juntos como no lo es, probablemente, uno entre un millón.” Y por su parte, Sonia escribía en su “Diario”: “¿Existe pareja más unida y feliz que nosotros? A veces cuando me quedo sola en mi habitación me echo a reír y me persigno.”
Él entraba en esos meses y años en una creación difícil. Fue lentamente, por impulsos, mientras iba escribiendo, que el plan de la obra se precisó en su mente. El mismo título, “Guerra y Paz”, lo encontró mucho después. Todo el invierno de 1863- 1864 consagró León Tolstoi a familiarizarse con la época que quería resucitar en su obra.
George Steiner es uno de los autores que mejor han diseccionado al escritor ruso. “Guerra y paz” es un poema de historia, pero de una historia vista bajo la luz específica, o bien, bajo la oscuridad específica de un determinismo Tolstoiano. La metafísica de Dostoievski se ha estudiado muchas veces, dice, y es una de las fuerzas originarias del existencialismo moderno, pero Tolstoi es distinto. Steiner habla continuamente de su fuerza homérica y recuerda las frases de Virginia Woolf cuando decía que “ si hablar de otra novela que no sea la novela rusa no será una pérdida de tiempo.” Tolstoi aborda Rusia y Europa como tema literario. Conociendo Europa, dira Tolstoi, conoce uno su propia patria. Y luego entra abundantemente en el terreno homérico, en la descripción que Tolstoi hace, por ejemplo, de los objetos. Pocos han estudiado bien, dice Steiner, la técnica de los novelistas rusos. Hay predilecciones y alejamientos. Se comprueba en las clases de Nabokov su admiración por Tolstoi y no precisamente por Dostoievski.
Ya desde el preludio de “Guerra y Paz” se advierten evocaciones de la poética clásica. Refiriéndose a “Anna Karenina”, Steiner advierte el paralelismo con una obra musical: efectos de contrapunto y de armonía al dibujar a las familias. También instantes antológicos. Hay un momento en que Levine recuerda unas palabras de San Pablo y dice Steiner que resuelven la ambigüedad latente y nos lleva hasta una armonia espiritual en los grandes conflictos de la novela. Como siempre en Tolstoi, los medios técnicos le sirven para exponer una filosofía. Todos los tesoros de invención mostrados en “Anna Karenina” – recuerda Steiner— tienden a esta lección que Levine recibe de un viejo campesino: “Nosotros debemos vivir no por nosotros mismos sino por Dios.”
Es lo homérico ya desde “Infancia y Juventud” y seguiá en muchas otras obras. Es la alegría de la visión homérica y es la armonía entre el hombre y el mundo. Es el orden del universo sobre la vida de los hombres y es la alegría de vivir.”
José Julio Perlado
(Imágenes— 1-Tolstoi en familia/ 2-Tolstoi con su mujer/3-Tolstoi arando- Repin/ 4-Tolstoi descansando en el bosque/ 5- Tolstoi trabajando- Wikipedia)