
Papini le hace decir en su “Juicio universal” estas palabras al ingeniero Eiffel: “ Fui para algunos el primer arquitecto de una nueva Babel, de una Babel de hierro, que quisiera elevar torres metálicas como picas de desafío hacia el cielo.
Fui sólo un ingeniero más animoso que otros, que se propuso resolver, con medidas cada vez mayores y con materia nueva, los antiguos problemas de las construcciones humanas.
Más que imaginador de torres que desafiasen el firmamento, fui un atrevido lanzador de puentes y viaductos. La famosa torre que hizo famoso mi nombre no fue más que un simple recurso de reclamo para una exposición mundial; la clamorosa enseña de una feria. Mi espíritu estaba educado en la ciencia y abandonaba a los literatos de oficio las fantasías estüpidas sobre el hombre que sueña con escalar la casa de Dios. ¿ Qué podían significar mis pobres trescientos metros de altura frente a las cimas del Himalaya y la distancia de Sirio? Todo lo más un monumento para la humildad humana.

Mi amor más profundo fueron los puentes. El puente que unía las orillas de los ríos, que enlazaba los flancos opuestos de los valles, que superaba abismos y precipicios, que a veces era como una prenda de fraternidad entre dos pueblos distintos y enemigos, tenía a mis ojos una poesía más embriagadora que la buscada en los versos de los poetas. La torre bíblica confundió las lenguas: los puentes eran, por el contrario, símbolo de unión entre los hombres separados por la naturaleza y por la ignorancia.
El uso del hierro me liberó de la pesadez de los pilares macizos, pude lanzar airosas y casi aéreas arcadas, venciendo, casi, la fuerza de la gravedad y la pasividad mineral.
El logro feliz de cálculos cada vez más arriesgados, la solución de problemas cada vez más arduos, las victorias cada vez más decisivas, la pesadez de la materia, fueron, durante años y años, mis únicas alegrías. El mucho estudio y el demasiado trabajo me libraron de los pecados más vergonzosos.
Y con gran tristeza pienso que toda la obra de mi vida está destruida. Mis temerarios viaductos, mis atrevidos puentes fueron, poco a poco, consumidos por la herrumbrosa lepra del tiempo y lo que de ellos quedó era chatarra anónima perdida en la disolución terrestre. De mi ya no queda nada más que una pobre alma insegura y desarmada, que recuerda con temor sus triunfos y no sabe encontrar en sí mismo un solo acto de amor verdadero para ponerlo en la balanza del Juez.”

Imágenes— 1- exposición de 1889/ 2- Robert Delanuay- torre Eiffel/ 3-Robert Delanuay – torre Eiffel)
Gracias por sus aportaciones y por compartir su visión del mundo.
Joaquín.
Me alegrará que alguno de mis textos sirvan para acompañarte.
Muy agradecido a tus palabras