

Como podría hablarle también de los ruidos que se escapaban furtivos los veranos, ruidos insospechados, únicos, aquel ruido de cascos, por ejemplo, del caballo que monté en Andújar, cerca de Jaén, en Andalucía, y de cómo escuchaba yo el aldabonazo de la pezuña contra la roca que resbalaba y resbalaba sin caer nunca y que a mí, aquel ruido seco, desde la altura de mi juventud, el pelo desordenado y el cuerpo temblando sobre la grupa, me daba tanto miedo. Me habla usted en su postal del mar, del ruido del mar, es el mismo ruido del mar de siempre, el mismo mar, el mismo ruido, ¿alguien ha podido cambiar el mar?, respira profundamente el mar,, acompasadamente, cuando pasa el médico para verle siempre ve al mar dormido sobre el océano, está tranquilo, las constantes vitales de sus peces van y vienen ondulándose en colores, el brazo del mar dormido llega hasta el faro.

Pero me alegra que me haya escrito usted esa postal. ¿ O he sido yo? Lo cierto es que escribimos los dos al unísono. Tiene usted una caligrafía, ya se lo he dicho muchas veces, que ya no se lleva. Tampoco se lleva mucho la lectura. Pero entre los dos nos entendemos.
Jose Julio Perlado

(Imágenes— 1- Peter Ilsted//2- Giovanni Boldini- 1980/ 3- playa de la isla de Naxos/ 4-Ferdinando. ScIanna/p