
“Ayer vi en la calle del Santo a un tipo de Vallecas, arreando un burro moruno que llevaba sobre sus hombros, quiero decir, sobre su albarda,un serón de melones — cuenta Enrique Sepúlveda al relatar la vida madrileña de 1886—.En los gritos que daba el árabe para pregonar la mercancía, se dejaba ver que el hombre acababa de llegar de las regiones del Sahara, o lo que es igual, de la zona tóttida madrileña, en cuyos campos abrasados se cultiva el melón, lo mismo que en la Arabia.
Los primeros melones son como las primeras caricias y el primer regalo que hace el sol de Julio a los mortales que se mueren de calor. Comiendo con azúcar rajas sazonadas de la fruta gigante, se encuentra placer, y no se corre el riesgo de morir de un cólico canicular. Los primeros melones, como las primeras violetas, son un símbolo. Aquellas se comen con delectación, y éstas se huelen con amor. El efecto es el mismo, y la fisiología también, porque ambos son fruto de la madre tierra.
Loz primeros melones son las primeras frutas de la estación estival.¡Gloria y honor al que los riega, los apila y cuida de que se sazonen, para que podamos comerlos sin peligro por la Virgen de Septiembre,y den ocasión a regocijado día de campo por las ferias de Madrid!”.

(Imágenes—1- Pierre Bonnard- 1906/ 2- Eliot Hodgkin – 1961)