UN PARÍS SILENCIOSO

— Y entonces, ¿ verdad Bob?, notamos algo raro en los Campos Elíseos. Al menos lo noté yo. Era como si a los automóviles les pasara algo. Bajaban en silencio, todos acompasados, como si descendieran en procesión. Y sobre todo, en silencio, sin rozarse, sin ruido de motores.

—¿En silencio total? — preguntó el periodista.

—Ezacto. En silencio total. No se rozaban. No sonaban los cláxones. Parecían de seda. Todos los Campos Elíseos de seda.

— ¿ Y usted los vio?

— Bueno, yo acababa de salir con Bob de un restaurante de los Campos Elíseos. Bajábamos por la acera de la izquierda bajo un sol de justicia. Me impresionó aquel silencio. Un silencio en las casas y en el tráfico, un silencio interior y exterior. No se oía nada en todo París. Una ciudad en completo silencio. Yo diría que era un silencio “resplandeciente”.

—¿ Por qué lo llama “resplandeciente” , señor Asimov?

— Porque era así. Todo París estaba resplandeciente. No solo los Campos Elíseos, sino toda la ciudad, las dos orilllas. No le he visto jamas de esa forma.

—¿Y qué hizo?

— Pues como pude llegué a Montparnasse. Seguía todo en silencio. Duró muchas horas. Yo creo que duraría seis o siete horas todo aquel silencio de París.

—¿ Va usted. a escribir algo sobre ello?

— Sí. Quizás sí. Puede ser el principio de un cuento.”

José Julio Perlado

( del libro “La mirada”)

(Imagen — escena de una película de Bergman)

EL REINO DE LAS MÁQUINAS

“El maquinismo, ¿es una etapa o el síntoma de una ruptura del equilibrio, de un desfallecimiento de las altas facultades desinteresadas del hombre, en beneficio de sus apetitos? He aquí la pregunta que a nadie le gusta hacerse.— decía el escritor francés Georges Bernanos en “Francia contra los robots”— No hablo de la invención de las máquinas, hablo de su multiplicación prodigiosa, a la cual nadie parece poner fin, pues el maquinismo no crea sólo máquinas, tiene también medios para crear artificialmente nuevas necesidades que aseguran la venta de nuevas máquinas. Cada una de estas máquinas, de una manera u otra, se agrega a la potencia material del hombre, es decir, a su capacidad, tanto para el bien como para el mal. Al hacerse cada día más fuerte, más terrible, sería necesario que cada día se hiciera mejor. Ahora bien, por descarado que sea, ningún apologista del maquinismo se atreverá a pretender que la máquina moraliza. La única máquina que no le interesa a la máquina es la máquina para disgustar al hombre con las máquinas, es decir, con una dedicada enteramente hacía idea de rendimiento, de eficiencia y, finalmente, de provecho.

( Imágenes- – 1- Paul Nicklen- national geográphic/ 2-Donato Giancola)