
— Y entonces, ¿ verdad Bob?, notamos algo raro en los Campos Elíseos. Al menos lo noté yo. Era como si a los automóviles les pasara algo. Bajaban en silencio, todos acompasados, como si descendieran en procesión. Y sobre todo, en silencio, sin rozarse, sin ruido de motores.
—¿En silencio total? — preguntó el periodista.
—Ezacto. En silencio total. No se rozaban. No sonaban los cláxones. Parecían de seda. Todos los Campos Elíseos de seda.
— ¿ Y usted los vio?
— Bueno, yo acababa de salir con Bob de un restaurante de los Campos Elíseos. Bajábamos por la acera de la izquierda bajo un sol de justicia. Me impresionó aquel silencio. Un silencio en las casas y en el tráfico, un silencio interior y exterior. No se oía nada en todo París. Una ciudad en completo silencio. Yo diría que era un silencio “resplandeciente”.
—¿ Por qué lo llama “resplandeciente” , señor Asimov?
— Porque era así. Todo París estaba resplandeciente. No solo los Campos Elíseos, sino toda la ciudad, las dos orilllas. No le he visto jamas de esa forma.
—¿Y qué hizo?
— Pues como pude llegué a Montparnasse. Seguía todo en silencio. Duró muchas horas. Yo creo que duraría seis o siete horas todo aquel silencio de París.
—¿ Va usted. a escribir algo sobre ello?
— Sí. Quizás sí. Puede ser el principio de un cuento.”
José Julio Perlado
( del libro “La mirada”)
(Imagen — escena de una película de Bergman)