
Alberto Manguel se plantea en su “Historia natural de la curiosidad” una serie de preguntas interesantes. ¿Cómo razonamos? ¿Cómo vemos lo que pensamos? ¿Cómo preguntamos? ¿Quién soy? ¿Dónde está nuestro lugar? ¿En qué nos diferenciamos? ¿Qué podemos poseer? ¿Cuáles son las consecuencias? ¿ Cómo podemos poner las cosas en orden? ¿Por qué suceden las cosas? ¿Qué es verdadero?.¿ Qué queremos saber?
Siempre he pensado que para plantearse estas preguntas se necesita un espacio y un tiempo de silencio. O mejor dicho, sucesivos y serenos espacios de tiempo y de silencio. La vida contemporánea — y la vida anterior, lo que fue la vida de las flechas, los arcabuces, los cadalsos, el polvo de las caballerías desbocadas, los pasillos de intrigas, el fulgor de los descubrimientos, los amores impetuosos, las venganzas, los rencores, las conquistas… , y tantas ocasiones de prisas entremezcladas cada una a su ritmo —-se ha precipitado ahora con ruidos nuevos, insospechados, desde el tráfico a las preocupaciones, las huidas de las depresiones, las ansias de llegar (¿ adónde?), espejismos de la fama, temores antes desconocidos, insomnios, velocidades, trabajos, más velocidades, más trabajos, la aceleración de las pantallas múltiples…., y entonces ¿dónde encuentro esos espacios y tiempos de silencio? Es otra de las grandes curiosidades que son difíciles de contestar. Quizás ante el mar, quizás en la montaña, si no tenemos la inquietud y ansiedad de dejar el mar cuanto antes y de dejar la montaña en cualquier momento para volver a las carreteras del ruido. Pocas veces encontramos espacios de silencio. Se vive para llegar a fin de mes y para que el mes siguiente se pueda llegar a fin de mes y para que el mes siguiente ocurra lo mismo…, y luego viene la edad, trocitos de edad que uno va anotando en sus cumpleaños y al fin llega, casi inesperada, la edad postrera. la almohada de la edad horizontal en que sí, llegan hasta nuestro cuarto espacios de silencio y de esos espacios de silencio asoman las preguntas y las curiosidades que uno no pudo contestarse antes porque se dedicó a vivir, que era lo más importante, más que preguntarse quién era uno mismo.
José Julio Perlado
