
Tardé bastantes semanas en volver al Museo y sin embargo me acuerdo que me persiguió durante todo aquel tiempo una imagen muy concreta y deseada: quería contemplar un cruce de miradas, la mirada de un hijo hacia su padre separada por un espejo casi invisible. Al otro lado de ese espejo que apenas se percibe, su padre, muerto, miraba de algún modo el devenir de su vida y a la vez, con ojos vivos, dejaba trabajar a su hijo, que le estaba pintando. Los dos eran pintores. Una familia de pintores. Un fenómeno extraño. Un retrato insólito. Por eso una mañana me decidí a ir hasta el Museo para contemplar el ”Autorretrato de Luca Cambiaso”, el cuadro de un pintor italiano del siglo XVl, un cuadro que durante años había estado en los Uffici y que ahora — sin duda por el valor, misterio y relación de aquellas dos miradas más que por su calidad pictórica, que no era grande — se encontraba allí, en el museo madrileño cercano al Botánico. El guía aquella mañana nos fue informando a quienes le escuchábamos de los no muy numerosos datos que se poseían de la vida del artista. Cambiaso había sido un pintor y dibujante italiano del periodo renacentista español, se llamaba Luca Cambiaso, había nacido en Monegli en 1527 y fallecido en septiembre de 1585 en San Lorenzo del Escorial, cerca de Madrid. Se le conocía también, y así lo iba señalando el guía, como » Luccheto de Genova » y era hijo del pintor Giovanni Cambiaso, que había sido su primer maestro y que ahora aparecía también allí, representado en aquel cuadro. A la edad de 15 años había colaborado con su padre en pintar algunos temas en la fachada de una casa en Génova y desde muy joven había tenido la habilidad de poder pintar indistintamente con ambas manos. En este cuadro pinta con la mano izquierda. ¿Pero qué pinta? ¿ Se pinta a sí mismo evocando a su padre? ¿O su propósito esencialmente es pintar a su padre? Su padre, Giovanni, a pesar de haber ejercido un importante papel en la introducción del Renacimiento en Génova a principios del siglo XVl, había muerto, con más de ochenta y tres años, envuelto en el olvido, y como señalaba uno de sus biógrafos ”el paso del tiempo y la incuria de los hombres habían borrado todo rastro de su muerte”. Entonces, ¿ quería Luca, su hijo, ahora, de algún modo, resucitarlo — restaurar su vida— con aquel cuadro? ¿Y qué .quería resucitar? ¿ las facciones, las palabras, los recuerdos? ¿Aquel espejo casi invisible que separaba a los dos era el paso del tiempo? Todas aquellas preguntas me las hacía yo alejándome conscientemente cada vez más del guía y de su voz que no me interesaban demasiado, alejándome por tanto del grupo, y acercándome en cambio yo solo a la mirada de Luca Cambiaso.que era la que me interesaba. Me venían a la memoria las frases de un filósofo: ”el rostro habla. Habla en la medida en que es él el que hace posible y comienza todo discurso.” ¿Y de qué me hablaban esos dos rostros casi frente a frente? Luca Cambiaso había repetido aquel autorretrato dos veces, lo que delataba la importancia de su motivo. El pincel de Luca se acercaba casi sin tocarla a la boca de su padre quizás para que le hablara más. Pero el padre hablaba con su vida, no con sus labios. El pintor, el espejo y el cuadro formaban, pues, la extensión del lienzo. Pero cuando yo, por ejemplo, muchas veces en el cuarto de baño descubría en el cristal del espejo la imagen de mi padre tras la mía, es decir, algunos rasgos de mi padre que yo había heredado, había siempre como un espejo de tiempo entre los dos, aunque, como yo no era pintor, nunca me atreví a hacerle un retrato.
José Julio Perlado
(del libro ”La mirada”) (relato inédito)
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(Imágenes—1– “Autorretrato de Luca Cambiaso”/ 2- botánico de madrid)