
Anteayer por la noche llovió —- escribía Joseph Roth en mayo de 1921—.El asfalto de la Kurfürstendamm estaba resbaladizo y una mujer cruzó corriendo la calle con el paraguas abierto, se tropezó, pasó un coche y la atropelló. Su paraguas quedó abandonado en el pavimento; la gente corrió hacia el lugar del accidente para socorrerla. Que no le había pasado nada sólo se supo una vez pudieron llevarla al café. Pero, antes de saberlo, mientras aún yacía en el suelo, ensangrentada en la imaginación de todos los transeúntes que habían presenciado el accidente, y quizá hasta amputada, un hombre tuvo presencia de ánimo suficiente para recoger el paraguas de la mujer accidentada y robárselo. Nunca había creído que la bondad de la gente pudiera superar su egoísmo. Pero el incidente del paraguas me convenció de que la bajeza es más grande aún que la curiosidad, y de que no es difícil quitar a un moribundo la almohada y malvender las plumas en la primera esquina.
En cualquier caso la mujer, que había salido ilesa, lloró la pérdida del paraguas sin alegrarse de haber tenido la suerte de conservar los miembros. Como puede verse, hay dos tipos de personas: malvadas o estúpidas.
