
Hay una especie de belleza —escribe el inglés Joseph Addison en 1726— que hallamos en distintas producciones del arte y de la naturaleza, que no actúa sobre la imaginación con el calor y la fuerza de la belleza que vemos en nuestra propia especie, pero que es capaz de suscitar en nosotros una delicia secreta y casi un aliciente por los lugares o los objetos donde la descubrimos. Esta consiste en la alegría o variedad de los colores, en la simetría y en la proporción de las partes, en el orden y en la disposición de los cuerpos, o bien en la fusión o confluencia de todos estos elementos en su justa proporción. Entre estas distintas especies de belleza, los colores son los que más deleitan la vista. No encontramos nunca en la naturaleza una escena más gloriosa y agradable que la que aparece en los cielos a la salida y la puesta del sol y está compuesta tan solo por las distintas manchas de color que se ven en las nubes situadas en distinta posición.
