EL AÑO EN QUE MURIÓ FRANCO

Anoche, al oir que un juez deseaba comprobar de modo documental si había muerto realmente Franco, abrí  la novela que escribí hace años contando todo aquello y estuve leyendo largo rato:

«Era el principio de la parálisis. La cuarta lágrima negra había salido de Peña Urbión, en los confines de la provincia de Logroño con la de Soria, y metiéndose en aguas del río Duero por un cauce tortuoso, profundo y difícil, había recibido por su derecha al río Pisuerga y al río Esla, y por su izquierda al río Eresma y al río Tormes. Pero al ir a entrar en Portugal para buscar el Atlántico en Oporto, la lágrima negra se detuvo en la frontera, como si no supiera qué iba a pasar en España, si merecía la pena seguir o quedarse. La quinta lágrima negra bajó por la cuna del río Miño desde la laguna de Fuenmiña, en la provincia de Lugo, recibió al río Sil y pasó por Orense, pero cuando estaba ya siguiendo el borde de la raya portuguesa para desembocar junto a Caminha, en el Atlántico, se quedó inmóvil en la frontera, palpitando igual que un párpado. Era el principio de una parálisis que afectó a todas las lágrimas negras que viajaban por los ríos, un embotamiento que se transmitió al vuelo de los pájaros trigueros abandonando los hilos del teléfono, una morosidad en las alas de la alondra, un sosiego en el tamborileo del pico picapinos y una calma en el concierto del petirrojo. Durante muy largos meses las aves y los pájaros de las tierras españolas emprendían el vuelo en el aire y quedaban suspendidos en una indecisión de plumaje, sin saber si avanzar o retroceder, mirando a todos lados, sin atreverse a preguntar ni saber adónde dirigirse.

Aquel entumecimiento del país lo notó también en sus manos el viejo Tesifonte Morerías. Mientras los atentados querían precipitar la historia, mientras el cuadro de La prisa en el Prado quedó convertido en un bloque helado de lentitud, las manos vendadas del anciano Tesifonte fueron descubiertas una tarde por sus hijos. Felipe Argirión y Benito José se acercaron y vieron que las venas habían estancado la sangre y que las líneas de las palmas habían rejuvenecido tanto que las rayas ya no existían y la piel era la de un niño. Un día después murió Franco. Un día después murió el viejo Tesifonte. Un día después todas las lágrimas negras desembocaron en el mar. («Lágrimas negras».-Ediciones B.-1996, pág 200)

Luego cerré  mi novela «Lágrimas negras»  y apagué la luz.

(Imagen: foto: Man Ray.-bbc.co.uk)