
Me pide un amigo mío libros para leer y le llevo hasta el puesto de la memoria, ese puesto inclinado que muestra – —- como si fuera fruta al aire libre— encuadernaciones rosadas, verdes, negras, hojas antiguas y modernas, títulos al derecho y al revés, reelecturas inciertas, aficiones, tendencias, allí aparecen —- todos mezclados a propósito— Lampedusa, Calvino, Basani, Buzzati, Hemingway, Cunqueiro, Pavese, Le Carré,Tolstoi, Aldecoa, Borges,Mann, Delibes, Chejov, Ferlosio, Proust, Woolf, Pirandello, Baroja, Cortázar, Zweig, Bioy Casares y tantos y tantos otros que nunca se leyeron, o que quizá se leyeron mal, a a una edad insólita o insípida, variaron los gustos, se elevaron las admiraciones y se hundieron los desprecios
Lo cierto es que mi amigo va escogiendo cubiertas y solapas, autores, historias, lleva unos guantes elásticos de goma para hacer su compra, valora, pesa, calcula las dimensiones de su tiempo. Al fin le acompaño y nos sentamos a leer los dos en el despacho.
José Julio Perlado
(Imagen – Leslie Ballebeg)