
El garabato del candil ilumina el elogio de la sombra, como dirían los japoneses, y la punta de su llama enciende la habitación del silencio, los rincones de las casas, despeja de oscuridad los hogares. La mano lleva en lo alto su candil que ha desprendido de un clavo, que a su vez estaba prendido de una pared, y yo me imagino a esta dama de otros siglos con su bata bordada avanzando por el cuarto antiguo porque ha oído un pequeño ruido y no sabe bien si es la cola que se esfuma de un diminuto ratón o los pasos del enamorado que se acerca a la ventana. Los Diccionarios señalan que el candil es un utensilio que sirve para alumbrar y está formado por un pequeño recipiente provisto de un gancho para colgarlo y con un pico en el borde por donde asoma la mecha, la cual, por el otro extremo, queda sumergida en el aceite que contiene el recipiente.
Pero yo me sigo imaginando a la dama de otros siglos, observada de lejos por Lope, cómo camina en busca del enamorado, el candil en lo alto de su mano y dejando en sombras el pasado, los muebles y los rencores. El candil ilumina tan sólo una parte de su vida, el sendero de las ilusiones. Los candiles no dan para más. Un autor del siglo XVll lo dijo en un libro de Proverbios morales: “Y jamás candil que se cayó tenía gota de aceite, porque así lo dicen las criadas”.El candil ha atravesado los escenarios de las comedias y enredos. Su llama nos precede y desearíamos saber en qué ha quedado ese encuentro entre el enamorado y la dama de la bata bordada.
José Julio Perlado

(Imágenes- 1- candil de latón/ 2- candil siglo Xl- Museo de Jaén)