
Noche de insomnio. Es ya la tercera de la serie. Me duermo bien, pero una hora después me despierto como si hubiese metido la cabeza en un agujero equivocado. Estoy totalmente desvelado, tengo la sensación de no haber dormido nada o de haberlo hecho sólo bajo una fina membrana; de nuevo veo ante mí el trabajo de volver a dormirme y me siento rechazado por el sueño. Y desde este instante hasta cerca de las cinco, transcurre toda la noche en un estado en el que realmente duermo, pero a la vez me mantienen despierto unos sueños de gran intensidad. Duermo literalmente junto a mí, mientras yo mismo tengo que andar a golpes con los sueños. Hacia las cinco, se ha consumido el último rastro de somnolencia, y ya sólo sueño, lo que resulta más fatigoso que estar en vela. En resumen, me paso toda la noche en el estado en que se encuentra una persona sana unos breves instantes, antes de dormirse realmente. Cuando me despierto, todos los sueños se han congregado en torno a mí, pero evito pasarles revista en mi memoria. […]
Creo que este insomnio se debe únicamente a que escribo. Ya que, por poco y por mal que escriba, estas pequeñas conmociones me sensibilizan; especialmente al caer la noche, y más aún por la mañana, el soplo, la inmediata posibilidad de estados más importantes, más desgarradores, que podrían capacitarme para cualquier cosa, y luego, en medio del fragor general que hay en mi interior y al que no tengo tiempo de dar órdenes, no encuentro reposo.
