UNA NUEVA FOTOGRAFÍA

La primera vez que tuve delante la fotografía del lóbulo izquierdo y del lóbulo derecho de un cerebro me quede paralizado. Me la proporcionó aquella máquina que adquirí en unos Grandes Almacenes.


“Este aparato que se lleva usted, caballero, me susurró aquel día el dependiente de la gran tienda, es lo último en tecnología. Una joya. Ahora ya no prima en absoluto la velocidad, eso ya pasó, ya no se lleva, ahora todo está en la profundidad, en potenciar la profundidad”. Así me lo decía apoyado en la pequeña vitrina que contenía los objetos más lujosos de regalo y que aún estaban guardados bajo llave, y me lo decía con una mirada muy fija desde sus pupilas azules, una mirada penetrante que atravesaba la corta distancia que había entre los dos, como si quisiera estar hipnotizándome. Vestía aquel dependiente una chaquetilla negra de la que sobresalía una camisa blanca y un cuello también blanco, cerrado y redondo. Era un consumado vendedor. Me seguía mirando fijamente desde sus ojos azules tras las gafas, apoyadas sus manos en la vitrina de los tesoros, sin ninguna prisa, y me insistía en que aquella máquina fotográfica que me atraía tras el cristal y que yo me disponía a comprar, más que lograr mayor instantaneidad y más velocidad de comunicación, lo que me ofrecía en cambio era una mayor hondura de visión, una impresionante profundidad, es decir — me aseguraba—, que yo no solamente podría ver con instantaneidad la imagen al hacer la fotografía, sino también descubrir lo que hay “detrás” de la imagen.”  “¿Pero qué es lo que hay “detrás” de la imagen ?”, le pregunté. “Pues usted mismo lo comprobará, caballero”, me dijo mirándome con fijeza. “Pruébelo. Viene de China. Lo ultimo que han conseguido esos chinos. Una maravilla.”

Cuando por la tarde coloqué a mi madre en el ángulo del salón que a ella le gusta más, sobre todo para hacerle fotografías, y dispuse todo con el mismo ritual de siempre: un libro entreabierto sobre la pequeña mesa en la que ella suele hacer  las cuentas, un diminuto jarrón lleno de margaritas y unos bolígrafos de colores con los que ella concluye  sus anotaciones, me dispuse a probar la máquina nueva. Mi madre tiene sesenta y dos años. Es  una mujer delgada, bella, elegante, a quien le gustan las flores y que nunca  se retrae a la hora de retratarse. Yo diría que no oculta su coquetería fina.

—¿Ésta es tu máquina nueva?— me dijo atusándose el pelo — Pues a ver  cómo me sacas, a ver cómo salgo.

Se la veía ilusionada. Hice  varios disparos, de frente, de perfil, luego le enseñé a ella el resultado. Estaba encantada

Cuando un rato después mi madre salió de compras y yo me quedé solo en la casa, repasé despacio aquella maquinaria que había comprado— sus ruedecillas, sus filtros, los botones— me acerqué a las dos o tres cosas que allí habían quedado guardadas y vi toda la infancia de mi madre que allí estaba, lo que ella me había contado muy por encima pero que ahora resaltaba en sus contraluces, allí había quedado fijado todo, cuando ella aún no conocía a mi padre y marchaba en bicicleta bajo los pinares, junto al mar, cantando, el pelo desenvuelto, el lóbulo derecho de su cerebro lleno de pensamientos y su lóbulo izquierdo lleno de palabras y razonamientos.

José Julio Perlado

(del libro ”Relámpagos”)

(Imágenes— 1- Edward Steichen — 1924–museo of modern art – nueva York/ 2- Edward Steichen —