¿CÓMO QUERRÍA USTED SER RECORDADO?

A veces, en confesiones últimas, en esas confidencias postreras que surgen al borde de la enfermedad o de la muerte —- a mí me ha pasado — le preguntan a uno: ”cómo le gustaría ser recordado”. Se lo preguntan también al general retirado, al médico excelente, al ama de casa diligente y eficaz, al director de grandes industrias, incluso al actor fascinado por su ego, al celebrado arquitecto, al aclamado pintor, a tantos destacados protagonistas en el desempeño de sus oficios, y, sorprendentemente, como si surgiera de debajo de sus ropas, es decir, de las ropas que un día fueron oropeles, de los desfiles entorchados, de las blancas batas de los quirófanos, de las vicisitudes de las familias, del poderío de las reuniones empresariales. de los escenarios embriagados de aplausos, de la vanidad de los pinceles, de la perfección de los planos, la voz desnuda de la conciencia y de la humildad, una voz que lleva años despojada de prejuicios, dice sencillamente: ”a mí me gustaría sobre todo que me recordaran como una buena persona.”

¿Y qué es ser buena persona? ¿Dónde se estudia esa carrera? Aparecen al principio unas motas que se van posando en las palmas de las manos del alma, y que son como pequeñas envidias hacia los condiscípulos, enfrentamientos con los padres, manchas y motas que se van pronto y que no conviene ni siquiera frotarlas porque la edad se las lleva consigo, la capa de la adolescencia las envuelve en el aire, el aire las traslada de ciudad en ciudad y de oficio en oficio, pero esas motas reaparecen de pronto en las palmas de las manos del alma y son como sarpullidos rojizos, desprecios, desplantes, traiciones, alguien que me ha mentido por la espalda, desconfianzas, y todo ese polvo inesperado y doloroso produce poco a poco grandes heridas abiertas que pasan años sin cicatrizar. Entonces la caja del perdón que todos llevamos dentro del corazón, una caja pequeña, azul, totalmente forrada y a la vez transparente, permanece cerrada entre olvido y resentimiento, sobre todo ante infidelidades y humillaciones, y el flujo del perdón no se abre, el corazón palpita como si no existiera el perdón, como si esa palabra jamás se hubiera pronunciado, hasta que en el borde de la muerte, o de la ultima enfermedad, o quizá antes, cuando el corazón de repente se desborda, el perdón fuerza a la caja a abrirse y se derrama su interior encima de la vida y todo el misterio de ser una buena persona nos invade para siempre.

José Julio Perlado

(Imágenes— 1-Gao Xingian/ 2- Edward Moran)