Cuando comienza la canción «La chica de Aughrim» que va envolviendo poco a poco a Anjelica Huston conforme baja la escalera en «Dublineses«, la «epifanía» – tal y como la llamaba Joyce – se va haciendo realidad. A esa «epifanía» ya me referí en Mi Siglo el 12 de abril de este año y como ilustración a aquello habría que añadir lo que dice Richard Ellmann (Anagrama), en su biografía de Joyce, recordándonos la importancia de esa canción en el cuento «Los muertos» del gran libro «Dublineses» (Alianza). «La chica de Aughrim» habla de una mujer que había sido seducida y abandonada por Lord Gregory y que acude con su hijo bajo la lluvia a pedir acceso a su casa. Esa es la melodía que hace entrecerrar los ojos a Gretta , que la envuelve casi por completo y que la obliga a detenerse en la escalera. Su marido, Gabriel Conroy, que la contempla desde abajo, no presta atención a la letra: se abstrae viendo escuchar la canción a su mujer.
Cuando la canción acaba, Gretta (Anjelica Huston) parece como si despertase, como si le recorriera un levísimo estremecimiento interior. Sale de esa melodía, – sale de la «epifanía» – de nuevo desciende un escalón y entra en la realidad.