Recibo el número 88 de la Revista «Turia», nacida en Teruel hace 25 años, un número mágico para una revista literaria cuando estas publicaciones cuentan fatigosamente el tiempo y suben pesarosas la cuesta de la edición creyendo que cada número va a ser el último de su vida. No ha sido así felizmente en el caso de «Turia», dirigida por Raúl Carlos Maícas y Ana María Navales. Logró esta excelente Revista el Premio Nacional al fomento de la lectura y esa lectura viene y va siempre por sus páginas induciéndonos a sumergirnos en las letras, a recostarnos en los párrafos y a pasear entre creaciones y pensamientos. Nada más abrir la presentación de este número se acerca Virginia Woolf a recordarnos: «He soñado a veces – dice la novelista inglesa – que cuando amanezca el día del juicio, y los grandes conquistadores y abogados y juristas y gobernantes se acerquen para recibir su recompensa, el Todopoderoso, al vernos llegar con nuestros libros bajo el brazo, se volverá hacia Pedro y dirá, no sin cierta envidia: «míralos; estos no necesitan recompensa. No tenemos nada que darles. Son los amantes de la lectura».
Son palabras del ensayo de Virginia Woolf que con el título «¿ Cómo hay que leer un libro?» aparece en «La torre inclinada» (Lumen), una muy interesante recopilación de las reflexiones creadoras que la autora de «Las olas» hizo en su vida.
Allí se complace la escritora inglesa en la atmósfera que puede rodear a la lectura, como en otro sentido se complace Italo Calvino en todo esa intimidad lectora en «Si una noche de invierno un viajero» ( Bruguera), o igualmente analiza o comenta Armando Petrucci (» Historia de la lectura en el mundo occidental») de Roger Chartier ( Taurus) hasta las posturas y lugares para leer, muy distintos a los silencios cómodos de Calvino. «Sobre ochenta entrevistados – dirá Petrucci -, sólo algunos desean leer al aire libre; doce de ellos señalan que prefieren leer sentados ante una mesa o un escritorio; y cuatro indican también la biblioteca como lugar de lectura. De todos modos, el espacio favorito es la casa y dentro de ella su habitación (el que la tiene), mientras que la forma de leer varía entre la cama y el sillón; la mayoría considera el tren como un óptimo lugar para la lectura, prácticamente equivalente al sillón casero».
Pero si nos volvemos al texto de Virginia Woolf descubriremos incluso otros matices. «Podemos leer estos libros – advierte ella – con otra finalidad, que no es la de arrojar luz sobre la literatura, ni la de conocer de cerca a gente famosa, sino la de refrescar y ejercitar nuestra propia capacidad de creación. ¿No está abierta esa ventana a la derecha de la biblioteca? Qué delicia es dejar de leer y mirar hacia fuera. Cuán estimulante es la escena, en su carencia de conciencia, en su trivialidad, en su perpetuo movimiento. Los potros galopan alrededor del campo, la mujer llena el cubo en el pozo, el asno echa la cabeza atrás y emite su largo, acre gemido».
Es el ojo humano el que lee y el que ahora descansa de leer, el que está leyendo la naturaleza y el que seguramente escribirá sobre ella un libro muy parecido al que está leyendo.
(Imágenes: foto: Suzanne DeChillo.-The New York Times/ portada del número 84 de «Turia»)