VENECIA, EL SILENCIO, LOS RUIDOS

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La Red me trae el texto de Una temporada en el infierno con el regalo del catálogo veneciano de la Fundación Beyeler y la Red me lleva a  la evocación de otro texto mío, recuerdo de una de las visitas a aquella ciudad.

» Entré en San Marcos ayer a las doce en punto de la mañana. Los dos moros de bronce tocaban en ese instante las campanas. Escribir sobre la plaza de San Marcos…: a pesar de ello cada encuentro tiene un significado nuevo y cada ojo humano descubre un signo, sea original o repetido, que conserva todo su encanto. Creo que ha de penetrarse en San Marcos con el espíritu desnudo de turismo. La invasión turística ya se encargará de transmitirnos todo su eco mecánico, artificial y falso. Pero el centro de la belleza, el corazón de lo  maravilloso y de lo insólito, debe llegarnos directamente, sin el obstáculo de las prevenciones, como un tiro de gracia: con sorpresa, como un disparo que lanza la belleza al cuerpo. San Marcos, nueva plaza para mi memoria, invadida, alborotada, orquestada por las palomas. Fomentan el turismo estas palomas de San Marcos. Caminan a pasos cortos; con sus patas rojas se amontonan, revolotean, se picotean breve y fieramente en una guerra intestina en busca de los granos de maíz. Es necesario levantar la mano a media altura y no bajarla, no arrodillarse: levantar la palma repleta de granos y sentir en la piel  las puntas de estos picos que no hacen daño, que a una velocidad asombrosa devoran los copos sin fallar un solo golpe, con una voraz y consumada maestría. El rumor que acompaña a estos banquetes es únicamente el del aleteo, clásico aleteo registrado en las postales y en los filmes: ese volar muy leve, como una onda o como un golpe de viento».venecia-0008-edouard-manet-el-gran-canal-de-venecia-1874-fundacion-beyeler

» Curiosos estos ruidos de Venecia. El oído humano, acostumbrado a la tensión del tráfico y a su trepidación, encuentra aquí sonidos distintos: el motor ronco, no muy fuerte, de las motonaves de pasajeros; un levísimo chapoteo en el agua: el único remo de estos gondoleros, uniformados con jerseys a listas, inclinándose e irguiéndose: todo a un ritmo acompasado, como un rito, un movimiento permanente realizado con sumo cuidado para rendir pleitesía al turismo y elevar la cifra de las divisas. Estos son los rumores venecianos. Y las pisadas. Pisadas de hombres. Los hombres sobre los puentes, en el laberinto de las estrechas calles; los hombres andando por fin con total libertad, sin semáforos, sin el sobresalto de los claxons; los hombres pisando y paseando sobre la tierra. En su reino.

El resto, como en una frase de Shakespeare, es silencio. Una ciudad extendida sobre el silencio. La voz del hombre y sus pasos dominando esta sensación de paz en la ciudad más sorprendente del mundo. Anteanoche, cuando venía en el pequeño vapor desde la estación hacia el Lido y el cielo se había cerrado bruscamente, la noche comenzaba y Venecia entera, oscurecida, se me ofrecía como una estela de agua y de fachadas cada vez más asombrosas, comprendí el encanto de este lugar en donde pintores y escritores vienen a beber el lenguaje de los sueños. Aquí estuvo Thomas Mann. La muerte: precisamente La muerte en Venecia y no otra cosa. Aquí han estado Dostoievski, Somerset Maughan, Simenon, por nombrar a cuatro escritores diversos que recuerdo en este momento. Cuando había pasado ya bajo el puente de Rialto, la tormenta se anunció sobre la ciudad con su primer trueno. Estaban encendidas las luces de los farolillos en las dos orillas; en las casas, por el fuerte calor con sus ventanas abiertas, se vislumbraban rostros, tapices, cuadros. Una mujer se peina ante el espejo; un niño se recorta en el umbral de una habitación; un hombre, con la cabeza vuelta hacia fuera, observa los temblores del cielo. Todo ello se contemplaba desde el vaporcito. A mis pies, el agua casi negra hacía espuma… y el rumor, el rumor del motor atravesando el Gran Canal mientras unas gruesas gotas hacían batir el río…» («El artículo literario y periodístico». Paisajes y personajes.-págs 240-242)

(Imágenes: Pietro Fragiacomo: «Venecia, Plaza de San Marcos», 1899.- Fundación Beyeler/ Edouard Manet: «El Gran Canal de Venecia», 1874.-Fundación Beyeler)