EL ÚLTIMO CONCIERTO (1)

Hisae Izumi se sentó allí, en la primera fila del palco, en la primera planta de la Sala Dorada del Musikverein , la sede de la Sociedad de Amigos de la Música de Viena, creada en 1870. Lo hizo como lo hacía todos los días Primero de Año, contemplando una vez más la dorada sala iluminada, con sus famosas hileras de cariátides o las representaciones de Apolo y las nueve musas en el techo. Nunca se acostumbraba a tanta elegancia y  belleza. Su forma de “caja de zapatos” le confería a aquella sala una de las mejores acústicas del mundo y aquello siempre le impresionaba a Hisae desde hacía años. Rosas, claveles, azucenas y orquídeas se reunían allí en un mar de 30. 000 flores de todos los colores desde las puertas a los escenarios.

Después Hisae paseó su mirada por la gran orquesta que esperaba la entrada de su director, una gran orquesta de sonido asombrosamente refinado con variantes singulares como el oboe, la trompa y el timbal. Sus ciento treinta y ocho instrumentistas, con una violinista y varias solistas de viento y arpa — a la violinista Albena Dainalova colocada ante el primer atril Hisae ya la conocía—, aguardaban a Daniel Barenboim, el director argentino- israelí que nada más entrar y saludar se quedó durante un minuto en silencio, concentrado, como era su costumbre. Vestido con su chaqueta negra y su corbata plateada, a los 79 años de edad, Hisae conocía bien los movimientos de Barenboim : a veces dejaba hacer a la orquesta limitándose simplemente a marcar el compás, o a seguir la partitura con la vista baja y la pose estática, y en cambio en otras ocasiones lanzaba indicaciones dinámicas o marcaba precisos ataques con enérgicos gestos de batuta y manos.

Una de las primeras piezas que escuchó Hisae aquella mañana fue el vals “Alas del Fénix” de Johann y a continuación la polca mazurca “La sirena”, una polca lenta de Josef. Pero Hisae se estuvo fijando sobre todo en Barenboim y en sus movimientos. Muy alejados a los que ella había seguido hacía unos años, en 2002, a un compatriota suyo, Seiji Osawa, un director japonés que en aquella misma sala había dirigido el concierto de primero de Año. Osawa era célebre por su memoria fotográfica, gracias a la cual era capaz de memorizar partituras enteras de obras inmensas, como por ejemplo las sinfonías de Mahler: los ademanes del japonés, a veces impetuosos y sorprendentes, le habían proporcionado elogios y críticas y a Hisae todos aquellos recuerdos le vinieron mezclados a la cabeza. Vestía Hisae aquella mañana un elegante kimono de ramas de ciruelo y hojas tiernas de glicina y siguió escuchando ahora el particular homenaje a la prensa que presentaba la orquesta por medio del vals “Periódicos matutinos” de Johann Strauss hijo mientras se asistía al paseo que daba una pareja de enamorados por el centro de la capital austriaca, llegando hasta el monumento dedicado a Mozart en el Burggaten

José Julio Perlado

(del libro “Una dama japonesa”) ( relato inédito)

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( Imágenes- 1- museo de arte de Japón/ 2- estampa japonesa)

EL CUENTO Y EL RITMO DEL JAZZ

La experiencia me dice— señalaba Cortázar — que, de alguna manera, un cuento breve no tiene una “estructura de prosa” . Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos ( o intentar las de otros autores, como alguna vez con Poe) he sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependía de esos valores que dan su carácter específico al poema y. también al “ jazz”: la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros pre- vistos, esa “libertad fatal” que no admite alteración sin una pérdida irresstañable.

(Imágenes— 1 – el baterista de jazz Art Blakey- 1985- wikipedia / 2- Mille Davis- wikipedia)