1954: HISAE Y “LOS SIETE SAMURAIS”


Debió ser en la reunión que tuvieron los guionista japoneses Shinobu Hashimoto e Hideo Oguni con el director Akira Kurosawa en diciembre de 1952 cuando saltó en la conversación el nombre de Hisae Izumi como alguien que había conocido muy bien a muchos samurais. Hashimoto había escrito el guión de “Rashomon”, basado en un cuento de Akutagawa, y Kurosawa había impuesto allí, como siempre, el sello de su personalidad. Por ejemplo, había teñido con tinta negra el agua de la lluvia para intensificar su efecto en la película y había utilizado todo el suministro de agua de la zona en que rodaban para crear una impresionante tormenta. A la vez, había completado con los actores lo que siempre hacía: distribuía los ropajes y vestimenta semanas antes de la filmación para que los actores lo llevaran puestos casi de manera continua y con ello establecieran un vínculo con la película. Pero ahora Kurosawa quería hacer un film sobre los samurais que llevaba pensando hacía mucho tiempo. Después de largos tanteos con productores y guionistas que fue desechando poco a poco, se decidió a rodar una película cuya trama se ambientaba en el año 1586, durante el Período Sengoku, es decir, un largo período de guerra civil en la historia de Japón, narrando los acontecimientos de un pueblo de granjeros que contratan siete rōnin (samuráis sin amo) para combatir a los bandidos que intentan robarles sus cosechas  .Todas las localizaciones del rodaje pensó que quedarían situadas en la península de Izu, en la prefectura de Shizuoka, cerca de Tokio, porque Kurosawa se negó a filmar la aldea campesina en los Estudios Toho.

Y allí, a la península de Izu, acudió Hisae Izumi llamada por Kurosawa y allí se conocieron los dos. Kurosawa tenía mucho interés en conversar con ella antes de comenzar el rodaje y quiso que también estuviera presente en las conversaciones el gran actor Toshiro Mifune de ojos fieros y penetrantes y de cuerpo hercúleo, dispuesto a mil batallas, que iba ser un personaje importante representando a los samurais. Hisse le habló a Kurosawa de distintos samurais, que ella había conocido y de los que jamás hablaba, pero principalmente le habló de dos. De Kiromi Kastase, el que había sido su gran amor, el hacedor de espadas, muerto en la batalla de Dan- no- ura en 1185 y cuyo cuerpo se decía que aún navegaba bajo las aguas y también del “samurai herido”, con el que había soñado en 1550, no sabiendo aún si aquello había sido sueño o realidad, como también de los  paseos que en sueños o en realidad, tampoco lo sabía, ella había dado con Kiromi Kastase  en la aldea en que éste nació.

Pero lo que nunca había contado a nadie de su primer amor y de su muerte, sí quiso contárselo a Kurosawa porque eran leyendas mezcladas con realidades y por si alguna de ellas le podía servir . ” A mis alumnos, los niños, a los que daba clase hace muchos años  — le dijo Hisae a Kurosawa —- ,les conté que aquel hacedor de espadas del que yo me había enamorado había muerto en el estrecho que une a las islas de Kyūshū y de Honshū, en esa batalla de Dan- no -ura, y que allí quedó su cadáver en el mar flotando entre un ejército de fantasmas. Yo no he vuelto por allí, les dije a los niños. Y eso hice. Nunca he vuelto. Pero dicen— añadió Hisae –   que los espíritus de los samuráis que allí quedaron siguen reflejados con sus mismos rasgos humanos en la concha de los cangrejos. No sé si eso es verdad, pero se han visto cangrejos gigantes que asoman de repente en el mar, cangrejos con un cuerpo enorme porque llevan dentro de sus conchas las corazas de los samurais muertos como si se las hubieran tragado, llevan también sus cascos e incluso sus espadas, de tal forma que los cangrejos gigantes forman un ejército compacto e imprevisible, surgen de entre las olas, a veces es uno solo el que emerge con la espuma, pero otras veces son cientos y cientos los cangrejos- samurais que aparecen sobre las aguas. No sé — dijo Hisae— si eso puede servirle de algo para la película. A mí me da algo de miedo, pero me han contado que es así.

Kurosawa, que había estado muy atento a todo el relato, le dijo a Hisae: “Le agradezco toda esta historia, que es apasionante, y que bien podría ser una película, pero yo quiero hacer una película de época. Las películas japonesas tienden a ser ligeras, comprensibles, simples pero saludables. Yo quisiera hacer una que fuera suficientemente entretenida. Fíjese en este actor, Mifune, que será un campesino., y por tanto deberá gritar como un campesino. Cuando Mifune se pone delante de la cámara y grita yo siempre miro al cámara y al equipo de luces y veo cómo experimentan todo con él y ellos también gritan.”
Hablaron Hisae y Kurosawa de muchas cosas. Hisae le fue explicando la vida y el concepto del sable que le había comentado su gran amor, y cómo el sable de un samurai era considerado como la prolongación del guerrero y que incluso ocasionalmente el guerrero se consideraba una prolongación del sable. En  aquella singular “humanización “ del arma, la hoja se identificaba de alguna forma con el alma, la empuñadura con la cabeza, la vaina con el  cuerpo y los demás complementos con el vestuario.  Como depositario de lo más valioso, como era la Lealtad y el Honor,—continuó  Hisae ante un  Kurosawa atento a todo ello —, el sable recibe todo tipo de veneración por parte del samurai. Mas de un templo y  de una familia en Japón conservan un sable como objeto de adoración. Incluso al más común de los puñales se le rodea de respeto.

En ese momento, como si alguien se lo ordenara, Kurosawa empezó a dibujar sobre un papel que tenía delante y dibujó enseguida un sable entero y también la cabeza de un enorme  cangrejo – samurai tal como él la concebía, emergiendo de las aguas. Aunque en principio – le dijo Kurosawa a Hisae – no voy a hacer esa película de la que usted me habla, la película de los cangrejos gigantes, a mí me gusta siempre dibujar antes lo que voy a filmar. El dibujo me sirve como herramienta en mi proceso creativo. Yo pienso para luego dibujar y dibujo para generar nuevos pensamientos. El dibujo me permite tomar luego decisiones, encuadrar, elegir el punto de vista, clarificar las emociones de los personajes, determinar los movimientos, incluso la iluminación, por eso ve usted que dibujo todo lo que me dice, y procuro hacerlo detalladamente, como si fuera un cuadro, porque en cierto modo es un cuadro para mí.

Estuvo Hisae con Kurosawa muchos meses. Todo el tiempo que duró el rodaje de “Los siete samurais”. Sentada cerca del director y envuelta siempre en su kimono, asistía a todos los movimientos de los actores y cuando el director se lo pedía opinaba sobre trajes y actitudes. El rodaje se extendió desde mayo de 1953 a marzo de 1954. Kurosawa construyó un decorado completo en Tagata, en la península de Izu. Para la filmación, el japonés utilizó múltiples cámaras para que las escenas de acción llenaran la pantalla y metieran al público en ella, y  para las artes marciales contrató a Yoshio  Sugino, un experto en artes marciales antiguas. Hisae asistía a todo ello com enorme interés; algunas veces preguntaba y otras asesoraba. Le recordaba tiempos anteriores, los vivía con emoción y a la vez permanecía impasible y sobre todo valoraba que Kurasawa y ella se habían hecho poco a poco dos grandes amigos.

José Julio Perlado

(del libro “Una dama japonesa” ( relato inédito)

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(Imágenes—“Los siete samurais” wikipedia)