“La casa que habito es sencilla, aislada y bastante silenciosa — cuenta el escritor italiano Giorgio Manganelli -; habito allí desde hace ya muchos años y supongo que en este lugar, hacia el cual ya no siento sentimientos precisos, deberé dejar de existir. La casa no es grande: tiene dos dormitorios, una sala, una cocina y un guardarropas. Yo duermo solo y, en consecuencia, en la casa no hay más que un lecho; la sala no se usa para esparcimiento ni para las comidas, dado que casi nadie frecuenta mi casa. La casa se multiplica en relación a la luz: hay días luminosos en los cuales habito una casa entristecida, ruinosa, colmada de un vago olor a musgo, a moho, que me hace pensar en una biblioteca frailuna abandonada, las ventanas desde hace años abiertas de par en par a la lluvia y al viento, y los grandes volúmenes abiertos empapándose sobre el pavimento. No distingo los títulos, pero el olor de las encuadernaciones me hace desear que haya suficiente luz como para leer aquellos libros que, es posible, tienen que ver con mi soledad.
En breve, la luz que ilumina la casa no parece tener relación con la luz que debo suponer del mundo sino con una luz intrínseca, una luz que no emana de las paredes sino que la habita. A veces la casa es embestida por una luz color amaranto, fluctuante y metálica, que la transforma, me atrevería a decir, en un paisaje, un lugar casualmente encantador que yo admiro, inmóvil, y al que me entrego sin resistencia. Resulta inevitable preguntarme si esta luz color amaranto indica una particular relación con mi existencia , pero no sabría qué responder si, por así decir, tiene un significado. Mas desde hace tiempo he dejado de preguntarme si la casa es capaz de significados y cuáles pueden ser.
(…)
Sin embargo hay muchos momentos en que la luz de la casa es sencillamente vespertina, una especie de caricatura de la luz de una noche mundana. La luz vespertina tiene la obvia cualidad de ser próxima a todas las posibles luces y, por tanto, de estar en los umbrales del color amaranto, del violáceo y lo tenebroso, incluso en los umbrales de una luz que no he nombrado, un chillón anaranjado, que claramente me desafía (…) En estos momentos me queda claro que la casa está, al revés de lo que en apariencia he afirmado, habitada; aunque se trate de habitantes discontinuos de los cuales no tengo experiencia, sin duda, pero a quienes frecuento.”
(Imágenes—1- casa de Claude Monet/2- Kengo Kuma)