“Madrid empezó para mí en la calle de Ventura Rodríguez —recordaba Gonzalo Menéndez Pidal —. Eran tiempos en que las casas tenían: bajo, entresuelo, principal, primero, segundo…pues en ese segundo vivía mi familia. Aquella calle guarda para mí rasgos memorables; poco más abajo estaba el museo Cerralbo, de ese museo me era bien conocida su fachada, pero, como es natural, tardé muchos años en conocer su interior, y aún más en valorar aquellas colecciones que hoy todavía sigo descubriendo. Desde esa Ventura Rodríguez empecé a ir a la escuela en la calle del Obelisco (…) era continuo el cruzarse entonces, en todas partes y a todas horas, con barrenderos que juntamente con el riego de los mangueros mantenían las calles madrileñas bien limpias; también era personaje de todos los días el farolero que, al atardecer, iba encendiendo los mecheros de gas. Alguna vez en la calle de Eloy Gonzalo pude ver parado un coche sin capota, y subido en él, un auténtico sacamuelas; cuando llegaba el momento en que gatillo en mano le hacía abrir la boca a su víctima, al pie del coche rompía a sonar una estrepitosa charanga, buena anestesia al menos para los mironcillos que estábamos en la acera.
El tranvía, aunque había trayectos de 5 céntimos, me era prácticamente desconocido. Luego vino la bicicleta y el estimar las calles con un nuevo criterio: la de Ventura Rodríguez fue tal vez la primera en que, a modo de ensayo, los adoquines se rejuntaron con cemento, pero pasada Princesa y antes de llegar a Conde Duque, había un tramo demoníaco para mi bicicleta, estaba engorronado con pedernal; en compensación, otras muchas calles por las que tenía que pasar eran de tierra, o cuando más de grava o de guijo.
La circulación callejera era por entonces más o menos por la izquierda, en verdad escasa y un tanto anárquica; pero llegó el día en que decidieron que tranvías, automóviles, coches de caballos, carros con sus mulas y carretas con sus bueyes, circulasen en las calles por la derecha; la cosa se hizo sin trauma. En la vieja carretera de Chamartín, que ahora lleva el pomposo nombre de Avenida de La Habana, hubo una casilla de peón camionero. Un conocido general paseaba a menudo a caballo por aquellos descampados, y se paraba a hablar con Apolonio Morales, el peón camionero, y un día dijo: “ Mi general, ¿ ve usted cómo he arreglado este lado de la casilla? , ¿ a que parece una calle? ¿Por qué no hace que le pongan mi nombre?” Y Madrid creció y surgieron casas y más casas en aquellos andurriales, y se abrieron calles, y se vio en el Ayuntamiento que allí figuraba una con el nombre de nuestro peón caminero.”
(Imágenes —1- metro de Ventura Rodríguez/ 2- museo Cerralbo)