VIEJO MADRID (51) : PLAZA DE SANTA ANA

 


“Esta plaza, a la que el madrileño llama sencillamente “Santana “ — decía Ramón Gómez de la Serna en sus “Nostalgias de Madrid” —, es una aurícula del corazón de Madrid. Cuando yo vuelva pienso ampararme en la acera de sol, entre Santa Cruz y Príncipe, y ya no saldré de ella en el resto de mis días. El invierno se mete en sus invernaderos de cristal, en que se come y se bebe — como sea día de sol sale al jardín— , pero en cuanto se inicia la primavera hace vida al aire libre día y noche.  Sus mejores horas son veraniegas, y la mejor, esa en que el reloj de la una marca las dos. Plaza de coronas de laurel— incluidas las del teatro Español —, es sitio para que sientan los hombres de talento. Piscina de cerveza — se puede bañar en ella el que quiera —, allí se estacionan los hombres silenciosos y a los que se les fue la mujer, y los ruidosos gamberros que saben beber sin morir. Por allí acude aún la sombra de los hombres del Siglo de Oro y la de los  románticos.
(…) En esa revuelta que da nuestra predilecta plaza hacia la del Ángel es por donde se le escapan la respiración y el agua del río de sus cangrejos. El vendedor de mojama y huevos duros se acerca como jugando al toro con sus grandes centollas, y con la navaja más afilada del mundo os cortará ese pedazo de mojama que es como un resumen  del mar y de la tierra, en que la cecina se une a la ballena. (…)

Toda noticia se sabe en la plaza de Santa Ana antes que en ningún otro sitio, gracias a unas ondas que posee desde muy antiguo, y allí se encuentra el amigo que no se veía desde hace cuarenta y dos años. Es rica en jabones, camisetas, café y otras especias, pudiendo encontrarse en sus librerías los libros más serios y seguros que figuran en los catálogos. Su mañana es también feliz como su noche, y allí se orienta el hombre que ha nacido optimista  y que compra en un estanco un puro con anilla, que según  hacía dónde apunte en el manipuleo de reconocerle, por allí habrá que tirar, logrando la dicha del mediodía, que para la de la tarde, Dios dirá. Una mirada al teatro Español y a su contaduría llena de la palpitación teatral del día, ya con las entradas  a la venta. El sitio ideal para la decisión o para la meditación del transeúnte está en esa esquina entre la vida y el teatro, entre el bajar y el subir, entre el irse por la derecha o por la izquierda. A la tarde se refugian en la recoleta plaza los que quieren recapacitar, los que quieren contemplar la gloria de vivir y ver los toros desde la barrera, sin mezclarse demasiado en los embates del negocio, de la literatura o de la política.”

(…)

 

(Imágenes-: dibujos de Mingote)

VIEJO MADRID (50) : ALGUNAS TERTULIAS

 


“Cuando yo llegué a Madrid en el año 1942  — contaba Fernando Díaz Plaja —, las tertulias estaban todavía en su apogeo y mi deslumbramiento ante ellas fue tal que a veces acudía a varias en el mismo día, a saber: aperitivo de la mañana en el café Gijón con Melchor Fernández Almagro, Vicente Gállego, Joaquín Calvo Sotelo y Mariano Rodríguez de Rivas.

A veces la alternaba con la del “Teide” donde estaba González Ruano en un rincón escribiendo sus dos o tres artículos diarios. Cuando los terminaba nos acercábamos a tomar el aperitivo con él, Alfonso Tovar, Mariano Gómez Santos, Martínez Barbeito. Después de comer y en el “Gijón” ocurría la más importante.  El “Santón” de la tertulia era Gerardo Diego, que apenas hablaba; su alma mater era García Nieto, que tenía habilidad y simpatía para conseguir que nadie se propasase en la crítica personal… me refiero a cuando estaba el aludido presente. La otra no  sólo era aceptada sino que resultaba incluso obligatoria.

La tertulia del Gijón compuesta por E. Azcoaga, García Luengo, Ponce de León, Víctor Ruiz Iriarte, Eugenio Montes (cuando estaba en España), Cela, J. J. Garcés, Suárez Carreño, Pedro de Lorenzo, Mediano Flores, erc terminaba como las otras sobre las cinco.
Tras salir del Gijón, todavía me quedaban dos tertulias que apurar en la jornada. A la hora del aperitivo nocturno me encaminaba a “Lhardy” que tenía una característica especial. La tertulia se hacía de pie en el salón de entrada mientras nos tomábamos un jerez seco o una combinación y la gente seguía entrando a comprar jamón y croquetas. Iban Luis Calvo, el doctor Sacristán, psiquiatra, el pintor Ignacio Zuloaga, el periodista Julio Camba.

Si la tertulia iba a continuar con la cena me trasladaba a “Chicote” donde se reunía alrededor de Miguel Mihura y su hermano Jerónimo un grupo de amigos como Joaquín Calvo Sotelo, Antonio Fernández Cid, José López Rubio, “Tono”.

Y aún me quedaba otra tertulia para después de cenar si  no lo hacía con los de “Chicote”, la del “Lyon d’ Or”, el café de Alcalá junto a Sevilla que presidía José María de Cossío y cuyo santón era Eugenio  d’ Ors, a quien acompañábamos al terminar la velada hasta su domicilio en la calle del Sacramento. Acudían el arabista Emilio García Gómez, los toreros Domingo Ortega y, cuando llegaba de Sevilla, Juan Belmonte, Edgar Neville y su novia Conchita Montes, el profesor Camón Aznar. Se hablaba de toros, de poesía, las dos especialidades de Cossío o de otras disciplinas. El caso, como en las demás tertulias de Madrid, era no quedarse callado.”

 

 

(Imágenes:—1- café Gijón/ 2- banquete a “Don Nadie” en “Pombo”)

VIEJO MADRID (49) : VÍRGENES MADRILEÑAS

 

 

”A aquella hora de las doce de ese martes, como cualquier día de la semana, entró Madrid uniendo lentamente sus agujas y la hora también entró como suave flecha en el pensamiento de muchas gentes, mujeres y hombres, que se recogieron en sí un momento, el mediodía en Madrid a finales del XX parecía pagano y era sólo apariencia, en ese segundo en punto de las doce la Virgen de Atocha, la advocación de la Almudena y la llamada de la Paloma recibían pensamientos y sentimientos, oraciones y labios que las pronunciaban. España, a pesar de sus avatares, era país religioso y cristiano, había una lucha entonces por devastar sus costumbres de siglos y otras por renovarlas y reedificarlas , quién ganaría a quién, cuántos y cuáles emplearían ejércitos invisibles, qué sería más eficaz, el hedonismo o el cristianismo español, o es que acaso lo antiguo era enviar recuerdos a las Vírgenes madrileñas, las doce del mediodía como en cada jornada en la Villa de Madrid y en toda su historia repartía sus oraciones al cielo y las avemarías de todos los tiempos se abrieron como brotes del corazón y del cerebro, la voluntad es quien rige y vence a la pereza y domina al humano  olvido, y en medio de los automóviles y de las prisas, entre gentes y vehículos, en el fondo de oficinas y de despachos, cruzando calles y haciendo altos con el pensamiento, comenzaron a volar avemarías cuyos cuerpos se forman con palabras seculares y divinas, y las palabras fueron a cobijarse en la eternidad, pero antes rozaron en el tiempo la historia de Madrid y cruzaron en espacios lejanos y pasados la Virgen de los Remedios, la de la Soledad, aquella otra del Buen Suceso, aun cuando sobre todo Madrid guardaba quizá en lugar primero, discusiones había sobre ello, la Virgen de Atocha, algunos creían que tal nombre provenía de la hierba tocha o  atocha,  por haber gran abundancia de ella en el lugar donde se levantó la antigua ermita, campo que decía llamarse del Atochar o de los Atochares. Fueron segundos, algún minuto quizá, fulgores de tiempo clavados en relojes de muñecas que elevaron el instante de su oración apenas perceptible en tanto tráfago y murmullo. Reyes y monarcas habían venerado a vírgenes madrileñas, y desde Felipe lll y Felipe V, que este último al llegar a Madrid había hecho pública su devoción a la Virgen de Atocha, la Corte, los sábados, con todo su aparato de magnificencia y poderío, Cortes que parecen y reaparecen, y al fin desaparecen creyéndose soberbias al inicio y siendo tiernamente humildes, rezaban la salve ante la advocación  de esa  Virgen de Atocha, mientras por todo el mapa de la capital de España, quedaban nombres como el de la Virgen del Milagro, o aquella célebre y famosa de la Almudena a la que tanto se encomendó, embarazada como estaba de la infanta doña Margarita,  la primera esposa de Felipe lV, doña Isabel de Borbón, embarazada, sí, de aquella infanta que preside el centro del cuadro de Velázquez, “ las Meninas” 

José Julio Perlado

( del libro “Ciudad en el espejo”’)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

 

 

(Imágenes— 1- palacio real visto desde la cuesta De la Vega- Fernando Brambilla- colección Ministerio de Hacienda/ 2 – Francisco De Goya- Madrid)

VIEJO MADRID (93) : TIENES MORISCAS LAS ENTRAÑAS

 


“Madrid, tienes moriscas las entrañas.

Fuiste corte y no fuiste cortesano.

Y si villa, no ha sido por villano

que capitalizaste las Españas.

Todo lo peregrinas y lo extrañas

desde tu aldeanismo castellano:

que Lope hizo gatuno y sobrehumano

teatro de invisibles musarañas.

A la luz que tus aires aposenta

Cervantes le dio voz, Velázquez brío,

Quevedo sombras, Calderón afrenta

rodeando las llamas tú vacío.

Y Goya con su sutil mano violenta

máscara de garboso señorío”.

José Bergamín — “Tres sonetos a un Madrid, viejo y verde” (1961)

 

(Imágenes—1- Madrid siglo XVll – biblioteca virtual/ 2-Madrid –  siglo XVll- pinterest)

VIEJO MADRID (94) : EN LA COCINA DEL REY

 


“Las cocinas del Palacio Real ocupan el subsuelo — describía el argentino Roberto Arlt  durante su viaje a Madrid en 1936 —. Se llega a ellas por estrechas escaleras de piedra. Un guardián de librea azul, gorra plana, galones dorados, ex-cocinero, nos dice la dirección de la cocina. Cuando llego a la puerta, otro ex-cocinero  se calienta las manos en un encendido brasero. Sigo adelante. He entrado al primer equipo de las cocinas. Estantes larguísimos, cargados de peroles de cobre, chocolateras, barreños, moldes para hacer helados. Un anciano que me acompaña me dice:

—Aqui se preparaba el desayuno de los reyes. La reina desayunaba después de escuchar misa, a las nueve de la mañana, jamón, mantequilla con tostadas y café con leche muy liviano. El rey desayunaba a las diez, café con leche y unos bizcochos. A las once y media, después de terminar la audiencia, se le volvía a servir un vaso de vino añejo y algunas galletas.

Junto a este equipo, destinado exclusivamente a los desayunos, se encuentra la despensa. Grandes tableros de mármol ofrecen la extensión de sus mesas. Docenas y más docenas de bandejas de cobre, unas estañadas y otras no. Morteros monumentales. Una inmensa heladera eléctrica aparece adosada al muro. El ex-cocinero me dice:

—Después de que colocaron la heladera, el rey bajó para verla. La reina nunca bajaba a la cocina.

—¿Y esto?

—Es la legumbrera. Aquí se ponían las patatas, allí las coles, para lavarlas.

En un estante relucen, enfilados, ataúdes de cobre. Son salmoneras. Al fondo de la repostería, con elevados arcos encalados,donde la media luz evoca la soledad conventual, hay una garita encristalada. Desde aquí vigilaba el cocinero mayor, aquí llevaba la contabilidad del menú, desde el casamiento de Alfonso Xlll. El menú se escribía en francés.

 

De la despensa se pasa a la cocina. Dos fogones monumentales, de siete pies de largo por tres de ancho cada uno, con numerosas hornallas, dan la idea de la fabulosa cantidad de vituallas que ingerían los señores nobles los días de fiesta y banquetes oficiales.  Ollas estañadas, grandes como toneles, muestran sus panzas de asteroides.  Incrustado en un muro, un horno monumental. Sus asadores son altos como lanzas. Allí se puede dorar un buey sin descuartizarlo. Pantagruel se refocilaría en este subsuelo pavimentado de anchas lozas de piedras; se enternecería  contemplando las ristras de coladores, de marmitas, de estantes cargados de casquetes de aluminio. Dichos casquetes  cubrían los platos servidos que el montacargas  elevaba al antecomedor. En otro estante veo aros de aluminio, redondos y ovales. Se aplican a los bordes  de los platos y fuentes, para que los dedos de los cocineros no maculen la loza real, ni la salsa llegue a salpicar las orillas. Se sale de esta cocina monstruosa y entramos a otra cocina más pequeña: es la pastelería. Un horno enlozado muestra su puerta de hierro, el muro tiene estanterías con hileras de moldes para pastas, redondos, cóncavos, poligonales, con cantos en estrellas, unos son de cobre rojo, otros estañados. Aquí se preparaban los dulces para los reyes.

—¿Trabajan muchos hombres en las cocinas?

—Veintisiete, en tiempo normal. Cuando había fiestas se elevaban hasta sesenta.”

 

(Imágenes—1-Palacio Real/ 2-Palacio Real visto desde la cuesta de la Vega- Fernando Brambila-  colección del ministerio de Hacienda/ 3- Palacio Real)

VIEJO MADRID (93) : PLA Y LA CALLE DEL ARENAL

 

“La calle más bonita, más elegante, más ciudadana, de Madrid — dice Pla en su “Dietario de 1921” — sigue siendo la del Arenal. Es la que va de la Puerta del Sol al Teatro Real, o sea, a la Plaza de Isabel ll. La calle tiene una cornisa perfecta — no puede haber calle sin cornisa — y hace una revuelta de lo más gracioso.

En época de nuestros abuelos la calle del Arenal era la más animada de Madrid. Su sabor isabelino le conserva un perfume de chocolate a la  francesa,, y por poca imaginación que tengáis os da la sensación de que os vais a tropezar en ella con Mérimée y Eugenia de Montijo. Después, don Juan  de Valera seguramente amó esta calle clara y normal. El estilo de la iglesia de San Ginés me recuerda la naturalidad burguesa del estilo de Valera. Los pisos de la calle os transportan  al clasicismo amable del escritor y os hacen evocar sus ninfas españolas de largas camisas de dormir e inacabable cabellera deshecha.

 

A la izquierda, en dirección al Teatro Real, está el pasadizo de San Ginés, que lleva al Teatro Eslava. Después, más abajo, a mano derecha hay una tienda llamada La Poupée. La calle termina en la costanilla de los Ángeles. Todos estos nombres son típicos del Madrid de Galdós, ya que no del de don Juan de Valera — por un matiz más fino de cursilería mesocrática—.”

 

(Imágenes—1-calle del Arenal – secretos de Madrid/ 2 y 3 – calle del Arenal- foto jjp)

VIEJO MADRID (92) : TIPOS MADRILEÑOS EN EL TEATRO

 


“Sobre el telón madrileño — escribía la profesora Carmen del Moral al hablar del llamado “género chico’ en el teatro  del siglo XlX—, están  los supuestos habitantes de la ciudad. La galería es muy variada. En primer lugar, están los representantes de ese Madrid preindustrial que está especialmente formado por los trabajadores de artes y oficios, muy numerosos todavía en la ciudad  y que englobaban sectores muy diversos que iban desde el taller artesano de mediano y pequeño tamaño hasta el trabajador autónomo que empleaba singularmente la destreza o la habilidad artesanas. Es rara la obra inspirada en Madrid en la que no salga algún carpintero, sillero, ebanista… Están después los oficios diversos muy ligados a la vida urbana, como sereno, portero, guardia municipal y la inevitable e imprescindible lista de tenderos.

 

 

Esto del lado de la población masculina, que se complementa con unas actividades femeninas en las que junto a las mujeres ocupadas en quehaceres domésticos aparece una enorme serie de mujeres trabajadoras que va de las cigarreras y verduleras a planchadoras, zurcidoras,, peinadoras, costureras, modistas… En general, trabajos que permiten la obtención de un salario sin abandonar la familia ni el hogar. En un renglón aparte las criadas, sin duda alguna por la significación numérica que este sector tenía en la sociedad madrileña de aquellos años.

A medida que el género evoluciona, la galería se completa y amplía (…) Así van apareciendo tímidamente el parado junto al cesante y los grupos marginales de golfos y delincuentes al lado de vagabundos y rateros profesionales.

(…) La ciudad no cambia y tampoco lo hacen sus gentes. Está anclada en los barrios bajos y en la clase baja — como  se titulaba  muy expresivamente una obra del género escrita por Sinesio Delgado y López Silva en 1890 —. Todo lo demás no existe.

 

(…) No habrá ya ni criadas descontentas, ni cigarreras semiproletarizadas, ni jornaleros en paro, ni obreros conscientes. Seguirán existiendo en los libretos unos y otros, pero únicamente atentos a definir materialmente — a través de  palabras  o de frases — la singularidad de sus faenas u oficios y a representar hasta el fin de la obra un papel que desde el principio ya está codificado: a medida que el tiempo pase hasta los propios espectadores sabrán de antemano qué va a decir, qué va a cantar y cómo va a hacerlo. El prototipo funcionará, porque la obra no tendrá por objeto nada más que la idealización de esa sociedad de pequeños trabajadores y trabajadoras urbanos. Esto sólo era posible hacia 1900 en Madrid si uno se apartaba de la realidad, la idealizaba y creaba en el escenario el mito de Madrid. O sea, de Madrid al cielo…, como pregonaba tonta y crédulamente Felipe.”

 

 

(Imágenes—1 – Eduardo Vicente/ 2- José Sancha/ 3 y 4 – Eduardo Vicente)

VIEJO MADRID (91) : EN TORNO A “POMBO”

 

 

“En 1916 Ramón fundaba la tertulia de Pombo —evocaba Juan Manuel Bonet —. Un sombrío café de la época de Larra, un espacio al que alguien le veía un algo de tartana, se convertía en  trinchera de la pequeña vanguardia madrileña. Al año siguiente —“Parade” y otros ballets rusos en el Teatro Real — iba a ser recibido ahí Picasso, con motivo del que sería su último viaje a la ciudad donde a comienzos de siglo había participado en la aventura noventayochista de “Arte joven”. Pero Madrid tiene mala memoria. A comienzos de los años cincuenta, poco después de la última visita de un Ramón ya dramático, exilado en Buenos Aires e irremediablemente nostálgico de Madrid, cerró sus puertas el café. En su lugar se instaló una tienda de maletas. Hoy —decía Bonet en 1992 — ni tienda queda: un solar siniestro ocupa el espacio del que fuera el lugar de convivencia y de banquete por excelencia. El cuadro de José Gutiérrez Solana “La tertulia de Pombo”, que a partir de 1920 presidió las tertulias sabatinas, es una de las obras maestras de su autor. Ramón iba a catalogar fantasiosamente a las vanguardias en su disperso y brillante libro “Ismos” (1931), reflejo de su comercio con los artistas de Paris, pero tuvo además la genial intuición de conservar de sus años simbolistas, la fe en en el brillo oscuro solanesco.”

(Imagen – José Gutiérrez Solana —“La tertulia de Pombo’

VIEJO MADRID (90) : GENTES DE LA PUERTA DEL SOL

 

 

“Los primeros días no sabía alejarme de la Puerta del Sol — escribía el italiano Edmondo de Amicis cuando era corresponsal deLa Nazione” de Florencia en su visita a España en 1871 —, allí permanecía horas y horas y me gustaba tanto que hubiera querido estar todo el día en aquella plaza. Y en verdad que es digna de su fama, no tanto por su grandiosidad y su belleza, como por la gente, por la vida, por la variedad del espectáculo que presenta a todas horas del día. No es una plaza como las demás;  es a la vez un salón, un paseo, un teatro, una academia, un jardín, una plaza de armas, un mercado. Desde que apunta el día, hasta después de media noche, hay allí una turba inmóvil y una muchedumbre que va y viene por las diez grandes calles que a la plaza afluyen, con tal movimiento de coches que aturde y marea.

Alli se encuentran los negociantes, los demagogos desocupados, los empleados cesantes, los viejos rentistas, los jóvenes elegantes ; allí se trafica, se habla de política, se pasea, se leen los diarios, se  caza a los deudores, se buscan los amigos, se preparan las manifestaciones contra el ministerio, se inventan las noticias falsas que dan la vuelta a España y se comenta la crónica escandalosa de la ciudad.

 

Por las aceras, que son tan anchas que podrían pasar por ellas cuatro coches de frente, es necesario abrirse paso a la fuerza. En el espacio que abarca una losa, veréis un guardia civil, un vendedor de fósforos, un corredor, un pobre, un soldado, todos formando un haz. Y pasan grupos de escolares, criados, generales, ministros, gente del pueblo, damas; pobres vergonzantes que os piden limosna al oído para que nadie los vea; sombreros que saludan , sonrisas, apretones de manos, frases alegres, voces de : “¡fuera!” a los mozos de cuerda, o los taberneros que atropellan con el barril a cuestas; gritos de vendedores de periódicos y de aguadores, campanilleo de diligencias, toses de viejo, punteos de guitarras y cantares de ciego. Luego pasan los regimientos con sus músicas; más tarde se riega la plaza con inmensos chorros de agua que se cruzan en el aire; y llegan los fijadores de los avisos teatrales, y los vendedores de suplementos, y sale un ejército de empleados del Ministerio, y vuelven a pasar las bandas; se iluminan las tiendas, la muchedumbre se hace más compacta, se multiplican los codazos y crece el vocerío, el estrépito y la algazara.

Y no es el rumor de un pueblo ocupado: es la vivacidad de gente dichosa, el ocio inquieto, un torbellino, una fiebre de placer que os contagia y allí os detiene u os hace dar vueltas como unas devanaderas sin dejaros salir de la plaza; una curiosidad que no se satisface nunca, un ansia inmensa de no hacer nada, de oír chistes, de bromear, de reír. Tal es la famosa plaza llamada Puerta del Sol.”

 

 

(Imágenes—1-Puerta del Sol -1887/puerta del Sol/ 3-puerta del Sol -1900)

VIEJO MADRID (89) : EL MUSEO Y EL AIRE

 


 

“A Madrid se llegaba, sobre todo, por la estación de Atocha ( y por la estación del Norte, por supuesto, lo que sucedía es que esa porción del mundo —el norte —no existía para mí )—recordaba Ramón Gaya —. También se llegaba por carretera, a pie, o montado en un carro, o en burro. No en automóvil. Todos aquellos que habíamos nacido en provincias acudíamos a Madrid  como moscas sin saber muy claramente por qué ni para qué.

 

 

 

 

En enero de 1928, casi un niño todavía, entraba yo temblando, sin respiración, sin aliento, en el museo de más…”sustancia pictórica” que existe. Nada más entrar en las salas de Velázquez me pareció sentir en las mejillas, en las sienes, en los párpados, el roce de un aire frío, como el que sintiera el día anterior en la calle. Era un frío limpio, de roca viva, no subterráneo, como  el de  Paris, por ejemplo; el frío de Paris es de sótano, de rata mojada, de alcantarilla . Madrid, a pesar de sus barrios pobres, de sus mendigos, de sus traperos, de sus basureros, no nos parecerá jamás un algo sin redención, pues todo se diría poder salvarse, elevarse, gracias a ese frío tan puro, tan desnudo, del aire de la sierra.

 

 

Pero eso tan  incorpóreo, tan delgado, es muy difícil de ver, de comprender;  sin la vigorosa ayuda de Velázquez era muy difícil caer, sin más , en el gracioso laberinto de lo castizo. Recuerdo  que venía de contemplar  en Goya algo mucho más visible: el madrileñismo, un madrileñismo que es cierto y verdadero, pero no esencial. El madrileñismo no es Madrid, sino, a lo sumo, su marco, el marco que lo estiliza, que lo caracteriza, que lo facilita, pero el carácter no es nunca la esencia de nada. La esencia de Madrid es el aire.

 

 

Y sólo el gran sevillano — la sensibilidad  más firme, más invulnerable que ha existido — podía darnos esos retratos de caza suyos.  Porque Velázquez nunca se dejó deslumbrar —equivocar — por esa primera corteza que tienen las cosas todas del mundo, sino que su mirada llegó hasta el centro mismo de la vida. Por eso en su retrato de Madrid no hay nada sino aire, un aire azulado, aristocrático, de altura. Velázquez comprendió  y nos hizo comprender que Madrid es el Guadarrama.  Existe, además, lo madrileño, o sea, un estilo; Madrid tiene, claro está, una figura, una figura garbosa, popular, muy elaborada: Goya y Galdós —acaso también Ramón —son, quizá , sus más grandes pintores. La verdad es que me gustan mucho esos retratos, pero siempre volveré al del  “Niño de Vallecas”; allí, en un rincón , asoman unas cuantas  manchas que no llegan a decidirse en árboles, montañas o nubes, es decir, que no son paisaje, sino aire solo, un aire vívido, un aire que no es de ciudad, sino de campo, un aire que le llega a Madrid por la plaza de Oriente y se abre paso Arenal arriba.”

 

 

(Imágenes —1-el bobo de Coria/ 2- perro en “Las Meninas” /3- Pablo de Valladolid/ 4/el niño de Vallecas / 5- don Diego de Acedo, el Primo)

VIEJO MADRID (88) : CALLE DE VENTURA RODRÍGUEZ

 

 

“Madrid empezó para mí en la calle de Ventura Rodríguez —recordaba Gonzalo Menéndez Pidal —. Eran tiempos en que las casas tenían: bajo, entresuelo, principal, primero, segundo…pues en ese segundo vivía mi familia. Aquella calle guarda para mí rasgos memorables; poco más abajo estaba el museo Cerralbo, de ese museo me era bien conocida su fachada, pero, como es natural, tardé muchos años en conocer su interior, y aún más en valorar aquellas colecciones que hoy todavía sigo descubriendo. Desde esa Ventura Rodríguez empecé a ir a la escuela en la calle del Obelisco (…)  era continuo el cruzarse entonces, en todas partes y a todas horas, con barrenderos que juntamente con el riego de los mangueros mantenían las calles madrileñas bien limpias; también era personaje de todos los días el farolero que, al atardecer, iba encendiendo los mecheros de gas. Alguna vez en la calle de Eloy Gonzalo pude ver parado un coche sin capota, y subido en él, un auténtico sacamuelas; cuando llegaba el momento en que gatillo en mano le hacía abrir la boca a su víctima, al pie del coche rompía a sonar una estrepitosa charanga, buena anestesia al menos para los mironcillos que estábamos en la acera.

El tranvía, aunque había trayectos de 5 céntimos, me era prácticamente desconocido. Luego vino la bicicleta y el estimar las calles con un nuevo criterio: la de Ventura Rodríguez fue tal vez la primera en que, a modo de ensayo, los adoquines se rejuntaron con cemento, pero pasada Princesa y antes de llegar a Conde Duque, había un tramo demoníaco para mi bicicleta, estaba engorronado con pedernal; en compensación, otras muchas calles por las que tenía que pasar eran de tierra, o cuando más de grava o de guijo.

La circulación callejera era por entonces más o menos por la izquierda, en verdad escasa y un tanto anárquica; pero llegó el día en que decidieron que tranvías, automóviles, coches de caballos, carros con sus mulas y carretas con sus bueyes, circulasen en las calles por la derecha; la cosa se hizo sin trauma. En la vieja carretera de Chamartín, que ahora lleva el pomposo nombre de Avenida de La Habana, hubo una casilla de peón camionero. Un conocido general paseaba a menudo a caballo por aquellos descampados, y se paraba a hablar con Apolonio Morales, el peón camionero, y un día dijo: “ Mi general, ¿ ve usted cómo he arreglado este lado de la casilla? , ¿ a que parece una calle? ¿Por qué no hace que le pongan mi nombre?” Y Madrid creció y surgieron casas y más casas en aquellos andurriales, y se abrieron calles, y se vio en el Ayuntamiento que allí figuraba una con el nombre de nuestro peón caminero.”

 

Museo Cerralbo / Cerralbo Museum (Madrid, Spain/España)

 

(Imágenes —1- metro de Ventura Rodríguez/ 2- museo Cerralbo)

EL AÑO DE GALDÓS (2) : MADRID Y “FORTUNATA”

 

 

“Mientras deambulaba por los Barrios Bajos — cuenta Berkowitz, biógrafo de Galdós—, por azar tropezaría con el prototipo de Fortunata, bajo circunstancias muy parecidas a las descritas en las páginas iniciales de la novela. Estaba ella de pie en el portal de una casa de viviendas, sorbiendo un huevo crudo. Su interés por aquella mujer trajo una relación de intimidad con ella que llegaría incluso a producir gran parte del rico contenido humano de los cuatro tomos de la obra maestra.”

La primera parte de “Fortunata y Jacinta” la concluye en enero de 1886 y la última parte en junio de 1887, cuando Galdós tiene entre cuarenta y dos y cuarenta y cuatro años. Mientras tanto y a lo largo de los cuatro tomos, la ciudad de Madrid se despliega como escenario intenso y viviente en toda la novela : el Palacio Real, el Congreso, los ministerios de Ultramar, Hacienda, Gracia y Justicia, Gobernación; los Tribunales, incluido el Supremo y el Ayuntamiento. Aparece también la Bolsa, la Aduana, varias Facultades de la Universidad; el museo del Prado, la Academia de la Historia, siete periódicos de la Villa, el Casino, el Rastro, el Hospicio, la Inclusa, varios asilos, varias cárceles (Saladero, la Modelo, Prisiones Militares), el Manicomio, el Retiro, los Almacenes de la Villa, cuatro conventos de la realidad y uno de la ficción ( “las Micaelas”), catorce iglesias, cinco teatros, un pequeño tratado de las aguas de Madrid —sus “viajes” y sus fuentes públicas—, estaciones de ferrocarril, tres mercados, 20 cafés, el Matadero municipal, casi todos los cementerios. Se extienden en la novela 97 calles, más de 20 plazas y plazuelas, 8 paseos además de Rondas, Costanillas,  Cavas, Campos y Campillos, aparte de “la Carrera” y “la Red” que en total llegan a 137 nombres de vías urbanas.

 

 

Y luego están los barrios. Y los ruidos. Hablando de Barbarita Arnáiz ( esposa de Santa Cruz, padre), Galdós escribe en “Fortunata”: “Ni trocara tampoco su barrio, aquel riñón de Madrid, en que había nacido, por ninguno de los caseríos flamantes que gozan fama de más ventilados y alegres. Por más que dijera, el barrio de Salamanca es campo… Tan apegada era la buena señora al terruño de su arrabal nativo, que para ella no vivía en Madrid quien no oyera por las mañanas el ruido cóncavo de las cubas de los aguadores en la fuente de Pontejos; quien no sintiera por mañana y tarde la batahola que arman los coches correos; quien no recibiera a todas horas el hábito tenderil de la calle de Postas, y no escuchara por Navidad los zambombazos y panderetazos de la plazuela de Santa Cruz; quien no oyera las campanadas del reloj de la Casa de Correos tan claras como si estuvieran dentro de la casa; quien no viera pasar a los cobradores del Banco cargados de dinero y a los carteros salir en procesión. Barbarita se había acostumbrado a los ruidos de la vecindad, cual si fueran amigos, y no podía vivir sin ellos.”

 

 

(Imágenes —1-viejo Madrid – foto donada por Ángel Rojo Gutiérrez/ 2-modelo del Palacio Real – 1830– museo de Historia de Madrid/ 3-Congreso de los diputados – Ch Clifford – 1853- Biblioteca Nacional)

VIEJO MADRID (87) : EL PARTERRE DEL RETIRO

 

Vista de EL PARTERRE, en los JARDINES DEL BUEN RETIRO de Madrid (España).

“Recuerdo un olor… simplemente el olor del arrayán cortado, lo recuerdo extendido por un gran espacio en el que la luz también se extendía con el furor de la mañana, ya cerca de las doce —evoca Rosa Chacel —. Entrar en el clima del arrayán era el final de algo y el principio de otro algo interminable. El ámbito del arrayán era — o es —el Parterre, atrio del Retiro, por la parte contraria a mi casa. La que me correspondía como entrada era la gran puerta del paseo de coches, principio de O’ Donnell. Esa entrada era como pasar corriendo: a la izquierda la Sociedad Colombófila y el laberinto, en el que se podía perder mucho tiempo. Luego se avanzaba según el móvil y sin móvil alguno: claro que predominando el de las exposiciones… Ansiedad por los grandes paseos que enfocan los dos Palacios y esos días, el trébol en flor, bien alto y junto al Palacio de Cristal el aroma del paraíso —olivo de Bohemia —breve árbol exquisito… Y otros rincones que se hacían íntimos por algún otro olor —tal vez celindas —o por el arrullo de las tórtolas. Avanzando se llegaba — antes de llegar se empezaba a oler el arrayán… Avanzábamos por el Parterre, lugar radiante, luminoso y oloroso con un olor duro, sugeridor de la tijera que disciplinó  los durísimos troncos casi tan duros como el boj, tan graves como el ciprés.

 

 

Bueno, ya estábamos en el Parterre, ya no había más que cruzar la calle y entrar en el Casón. Se impone la terrible evidencia: si hablo del Casón, tengo que pedir un crédito que no sé si mereceré, no sé si me será  posible dar una idea de algo realmente visto y que ya nadie verá porque ahí quedan las bellezas del Retiro, ninguna explosión las destruyó, pero lo que había en el Casón ya no existe, se lo llevaron a no sé qué aula escolar y allí quedó. (…) Ahora me pongo a revivir aquello sólo para clamar por su ausencia… para imaginar el aura de aquel tiempo vagando por la soledad de las mañanas radiantes que, sin duda, repetirán el juego de los rincones íntimos, con celindas y tórtolas, pero no derivarán a aquel templo en el que se vivía la libérrima —sagrada por absoluta —belleza del cuerpo que, por ser humano, destellaba el saber… digamos el secreto del hombre, la medida, que dibuja el parterre del conocimiento. Aroma —hálito — de hojas recortadas en regular armonía, hasta la estricta norma que hoy día explora la materia como la más exquisita y misteriosa flor”.

 

(Imágenes—1- parterre del Retiro / 2- el Casón / 3- el parterre)

VIEJO MADRID (86) : LA CALLE DE SERRANO

 

 

“En aquellos años a que me refiero—evoca Soledad Ortega , digamos 1915 a 1936 , la calle de Serrano no tiene apenas ningún comercio; a lo sumo, alguno de comestibles; una cacharrería, más tarde un estanco y, en la esquina con la calle de Lista, una florista regordeta y frescachona que se envuelve en invierno en un mantón de gruesa lana y monta todas las mañanas su negocio con un modesto banquillo de madera en el que se sienta, rodeada de una porción de recipientes heterogéneos llenos de flores. En la esquina opuesta, y con la misma sencillez de instalación, se venden periódicos o se coloca, en invierno, una castañera. Algún chiquillo vocea por la calle : “El Sol”, “ABC”, “El Debate” por la mañana; “La Voz”, “El Heraldo” por la tarde.

 

 

El tranvía número 3, de color amarillo, con su trole conectado a los cables eléctricos que no quedan a mucha altura que las copas de las dos filas de árboles que bordean las anchas aceras, recorre la calle en las dos direcciones. El estrépito de herrería que produce tal medio de locomoción ciudadana es notable; pero cuando se presenta en su camino una ligera cuesta abajo — Madrid es casi tan llano como la palma de la mano — el conductor, sacando el codo, realiza un cabalístico giro de la gruesa palanca metálica que hace de timón y el tranvía se desliza sobre sus rieles sin ruido alguno.

 

La calle es ancha, pero la vista de los niños, recién estrenada aún, es fina y aguda para gozar del espectáculo de la acera opuesta. A veces se asoma una loca que vive enfrente y se escapa, medio desnuda, a la vigilancia de los que la cuidan. Debajo del piso de la loca está la farmacia cuyo titular usa todavía el casquete bordado que acredita su condición de boticario. Una confitería que se sigue llamando “Pesquera” por su anterior dueño pero que ya entonces se titula orgullosamente “La Hispánica: Pedro González López, ex-repostero de SS. MM. y AA. Reales”, el cual, con su atuendo y su gorro de cocinero inmaculadamente blancos, saluda por su nombre, título o profesión a todos los parroquianos: mi General, Señora Condesa, Señora de Marañón, Señora de Ortega, Señora de Topete… La calle de Diego de León es casi el extrarradio y la  Puerta de Alcalá, con el Retiro, un lejano confín que se adscribe más bien a la Plaza de la Cibeles y al centro de Madrid. Es, el de la calle de Serrano, un mundo manso, familiar ¡en que uno se siente tan seguro!”

 


 

(Imágenes —1-paseo del Prado -urbanity es/ 2-calle de Serrano -pinterest/ 3-calles de Velázquez y Goya -1930/ 4-tranvías -vigo es)

VIEJO MADRID (80) : LAS FERIAS

 

“En un principio las ferias de Madrid se celebraban en la puerta de Guadalajara para la comercialización de frutas; la compraventa de animales se llevaba a efecto en las puertas de Segovia y de la Vega. En el siglo XVl se trasladaron en torno a la Plaza Mayor, donde permanecerían también en el siglo XVll y con posterioridad se difundieron por distintos espacios en Madrid, llegándose a una cierta especialización. Así en 1790 se dice que en la plaza de Santo Domingo el comercio era de libros y almoneda de muebles viejos; en la calle de Tooedo se vendían telas, cuadros y vasijas de Talavera; en Carretas, géneros de algodón y lana, puntillas y encajes, en la Plazuela del Ángel y Santa Ana había tinglados de libros, cuadros, antigüedades, ropas y muebles; otros puntos de venta de muebles, cuadros, libros y multitud de objetos usados se localizaban en las plazas del Progreso, Antón Martín y Descalzas y en las calles de la Magdalena, San Bernardo y Segovia.

 

 

De de todas formas – sigue diciendo Florentino Lafuente en su bosquejo histórico -, el núcleo principal de las ferias se localizaba en la plaza de la Cebada. Ya en el siglo XlX el centro principal de las ferias se hizo itinerante y varió de escenario con gran facilidad. En 1809 se celebraron en el paseo del Prado, en 1813 volvieron a trasladarse a la plaza de la Cebada, en 1816 se situaron junto al convento de Santa Catalina, al año siguiente se asentaron en la calle de Alcalá, en 1834, se establecieron en el paseo de las Delicias, en 1839 recalaron en la Plaza Mayor, en 1846 regresaron a la calle de Alcalá y en 1858 se instalaron cerca de Atocha, frente a la verja del Jardín Botánico.

Pintores como Francisco de Goya nos lega su testimonio a través del cartón que pintara en 1778 para la fábrica de tapices de Santa Bárbara y que daría pauta al tapiz denominado “El ropavejero”, que retrata un aspecto de la feria madrileña en la plaza de la Cebada. Entre los literatos que nos dejan su crónica sobre las ferias, Eugenio Villalba publica su “Visita a las ferias de Madrid”, Mesonero Romanos también nos deja su testimonio en 1832 y Antonio Neira de Mosquera publica en 1845 “Las ferias de Madrid” con el subtítulo de “Almoneda moral, política y literaria”.


(Imágenes – 1- dibujo de Nogueras – Madrid – 1860 – Museo nacional/ 2- Grabador s kill- 1861- museo nacional/ 3- Antonio Rodríguez Onofre – 1801)