“Lo más relevante de Venecia — decía el ruso Joseph Brodsky— es que la ciudad es tan hermosa que se puede vivir allí sin estar enamorado. Tiene una belleza asombrosa que uno toma conciencia de que jamás podrá inventar o crear algo — especialmente en términos de pura existencia— de una belleza semejante. Venecia pertenece a una categoría superior. Si tuviera que reencarnarme, no me importaría ser un gato, pero un gato que vive en Venecia. Hacia 1970 se me metió en la cabeza la idea fija de que tenía que ir a Venecia. Tenía incluso un plan para irme a vivir allí y alquilar un piso en la planta baja de algún “palazzo” a orillas de un canal. Me sentaría a escribir y tiraría las colillas al agua para oír cómo se apagaban con un sonido sibilante. Cuando obtuve libertad para viajar en 1972, después de un semestre dando clases en Ann Arbor, lo primero que hice fue comprar un billete de ida y vuelta a Venecia para pasar allí las vacaciones de Navidad. Es interesante ver a los turistas que llegan a la ciudad. La belleza que encuentran es tan abrumadora que se quedan anonadados. Lo primero que hacen es ir a las tiendas de ropa para vestirse adecuadamente — Venecia tiene las mejores “ boutiques” de Europa —, pero cuando salen otra vez a la calle, perfectamente ataviados, sigue habiendo una dolorosa incongruencia entre la gente, las masas, y todo lo que hay alrededor. Porque por muy bien que se vistan, y por muy generosa que haya sido la naturaleza con ellos, carecen de la dignidad del artificio que los rodea, que es en parte la dignidad de la decadencia. En Venecia, uno toma conciencia de que lo que el hombre es capaz de hacer con las manos es mucho mejor que él mismo. Lo que me gusta de Venecia, aparte de su belleza, es la decadencia, la belleza de la decadencia. Es algo irrepetible. Como dijo Dante: “Una de las principales características de una obra de arte es que es imposible de repetir”.
(Imágenes : – 1- lucien Lévy Dhumer/ 2-Karl Kaufmann)