“En el “Gibel- Musa”, vapor inglés — cuenta Rubén Darío —, después de tres horas de mar, llego a tierra mahometana. Ya a bordo ha comenzado para mí lo pintoresco con el amontonamiento, sobre cubierta, de moros y judíos de distintos aspectos, blancos, morenos, de ropajes oscuros o de vestidos vistosos. Había ancianos de largas barbas blancas, semejantes a los Abrahames de las ilustraciones bíblicas, y mocetones robustos, hombres de faces serenas y meditativas, mercaderes con morrales y cajas. Había pipas humeantes de cazoleta diminuta. Cabezas con fez, con turbante, con capuchón.
Entro a la ciudad por una de las tres puertas juntas arábigas que hay en los muros blancos, entre una muchedumbre de albornoces, turbantes y babuchas, burritos cargados, cargadores que atropellan, mendigos que tienden la mano y dicen palabras guturales, amontonamiento de fardos, de cajas, de cargamentos de todas clases (…) Tras esta mezcla de árabes, de moros, de kabilas, de europeos, que constituyen la población accesible, existe el misterio y la poesía de la verdadera vida de Oriente, tal como en los tiempos más remotos. El Marruecos contemporáneo es siempre el Imperio moro del siglo duodécimo, con su organización feudal, su lujo y sus artes exquisitas.
Salgo del hotel a dar mi primera vuelta por la ciudad, caballero en una mula mansa y vieja, en una silla morisca forrada de paño rojo. Me precede, en otra mula, el guía, un español que hace largos años reside aquí, y que conoce el idioma perfectamente. Me sigue, a pie, un mocito vivaracho. Ambos llevan látigos: el guía para los moros del pueblo, que no se apartan del camino, y el morito para mi mula. (…) Quiero conocer los alrededores. En los declives del terreno, o sobre graciosas colinas, hay construcciones donde moran extranjeros. Después es la campaña. Hay profusión de áloes y tunas, lo que en España llaman higos chumbos, y dátiles e higueras. Manchas de flores rojas y amarillas entre los repliegues del terreno, y gencianas y geranios. Todo lo ilumina una luz grata y cálida. No muy distante, advierto grupos de casas bajas, aldehuelas como sembradas en el seno de los valles, y de donde se eleva una columna de humo. Y sobre una altura, de pronto, la silueta de un jinete. Unos cuantos soldados entran montados en sus hermosos caballos y armados de las largas espingardas que se creerían tan solamente propias para las panoplias de adorno y las colecciones de museos y armerías. Son de las tropas que vienen del interior, en donde una nueva insurrección se ha levantado de manera tal, que desde hace algunos días son escasas las caravanas que entran en Tánger, y, por lo tanto, sufre el comercio.”
(Imágenes—1– Tánger- segobo/ 2-Tánger- eldiario/ 3-Tąnger— el desmarque)