JOHN LE CARRÉ

 


“La novela de espionaje — decían Boileau- Narcejac — nos instala en lo excepcional; en ella todos los golpes están permitidos y todas las mentiras autorizadas. En el fondo nada nos puede sorprender. Y como  el misterio  no es más que una operación “top secret”,  la investigación degenera en una simple localización;  ya no se trata de desenmascarar  a un monstruo sino de “localizar” a un adversario. La novela de espionaje, que es una novela de guerra, es sobre todo una novela de acción, una novela de acontecimientos.”

Julian Symons, comentando las novelas de espionaje,  anota que “ existen  dos tradiciones . La primera  es conservadora, se coloca en el bando de la autoridad, reconoce  que los agentes luchan para proteger cosas que poseen un valor. La segunda es radical, critica a la autoridad, acusa a las fuerzas del orden de perpetuar — de crear incluso — unas barreras falsas entre “nosotros” y “ellos”. Fleming  pertenece  a la primera tradición, Le Carré a la segunda. Los mensajes  de los libros de Le Carré  dicen  que la autoridad  no se muestra benévola  con aquellos  que están a su servicio; es más, que es frecuente  que los destruya, que la labor de espionaje  y contraespionaje es a menudo torpemente incierta en sus objetivos y en sus efectos, que “nuestros” hombres  pueden ser personalmente viciosos y los “suyos”  gente decente  y, lo que es más importante, que un agente secreto suele ser un individuo  débil y no fuerte, totalmente indefenso una vez atrapado en la red del espionaje.

Las cualidades  especiales que reúnen los libros de Le Carré son el sentido de los escenarios y de un destino inexorable, así como su ironía.”

 

En 1959 el escritor francés Jean Giono contaba sus lecturas de misterio: “ de vez en cuando me reservo un día para la lectura de ese tipo de novelas. En invierno elijo un domingo sombrío. El cielo tiene que estar encapotado y para largo tiempo, con un viento que agite la lluvia y la haga repicar en los cristales. Ha de hacer un frío que penetre hasta los huesos . No me lavo, no me afeito y me quedo en pijama debajo del batín. Cargo mi estufa, que tiene que estar al rojo vivo… No me queda más que hacer sino leer ese tipo de novelas. Resulta también  imprescindible tener la conciencia tranquila y estar seguro de haber llevado a bien la labor: el resultado es el olvido, el apaciguamiento, la tranquilidad, la desaparición de las preocupaciones (…) Y así me ofrezco una buena jornada de combates en un sillón… De ella se sale muy tranquilo y despejado. Es un placer y una medicina.”

( en memoria de John Le Carré, que acaba de fallecer)

Descanse en paz.

 

 

(Imágenes-1- Arthur Tanner/ 2-Luigi Cortesía- 1968/ 3-Alexandre Benois – 1898)

JEFES Y EMPLEADOS

 


“¡Vosotros, jefes auténticos, acercaos para que pueda percibir el aspecto de las verdaderas cualidades de jefe! —escribe Robert Walser en “Desde la oficina”—. Los jefes son, en mi opinión, una rareza muy valiosa, y un jefe es, a mi juicio, una persona a la que aquí y allá asalta la extraña necesidad de olvidar que es un jefe. Mientras que los empleados se distinguen porque se imaginan encantados de ser jefes, los jefes encaran de vez en cuando con cierto desdén y una especie de envidia fácilmente comprensible las alegrías e imprudencias de los empleados.; porque me parece un hecho indudable que los jefes están solos en que continuamente tienen razón y en consecuencia añoran conocer el sabor o el aroma  de la equivocación que les está vedado conocer. Los jefes pueden hacer lo que se les antoje;  los empleados, no, y en consecuencia ansían continuamente el mando del que carecen, contra lo que cabría decir que a menudo los jefes se hartan de mandar , que preferirían servir, obedecer, más que mandar, en lo que ven consumirse su existencia de una manera en realidad muy monótona.

 

“Cómo me gustaría que me echasen una bronca en alguna ocasión “, puede, en mi opinión, venirle fácilmente a la cabeza a algún que otro jefe, mientras que los empleados desconocen por completo tales deseos que jamás se cumplen.  Lo que distingue al jefe no es la mera riqueza, y por otra parte un empleado tampoco tiene por qué ser necesariamente  un pobre diablo. Opino que un jefe más bien es lo que es porque le consultan, igual que un empleado es lo que cree ser porque de su boca salen preguntas. El empleado espera; el jefe hace esperar. Pero esperar puede ser a veces tan agradable o incluso más agradable  aún que hacer esperar, que exige fortaleza. El que espera puede permitirse el lujo delicioso de no ser responsable de ningún modo; puede , mientras espera, penar por su mujer, por sus hijos, etc. Como es natural, esto también puede hacerlo el que hace esperar, si le satisface. Pero sucede que la figura insignificante del que espera no quiere absolutamente írsele de la cabeza, lo que, como es natural, lo incomoda.”

 

 

(Imágenes— 1- Peter Masek/ 2- Amir Shingray- 2008- craig scott galería – artnet/ 3- Mircea Suciu – 2011)