PROCESIÓN DE LAS SOMBRAS

 

 

“A mediados de aquel año Hisae empezó también a dar clases sobre la sombra. Las daba apoyándose en cosas muy concretas, en cosas que ella observaba. Sentada ahora frente al lago de las tortugas y rodeada de su público, una tarde vio llegar de repente hacia ella una larga columna de monjes que venía lentamente desde el  “Palacio de las flores”, uno de los barrios de Kyoto más invadido de cerezos, y al observar que aquellos monjes transportaban panes de oro, se fijó también en la sombra que proyectaban y enseguida empezó a explicarla a quienes la escuchaban. Todos los japoneses ya conocían la sombra y la amaban, pero hasta entonces ninguno de ellos había sentido el poder de la sombra que avanzaba ahora hacia el Pabellón de Oro. Porque aquella interminable fila de monjes vestidos con sus kimonos de tonos rojos y amarillos que se iban acercando hacia el lago  se dirigían a un Pabellón de Oro que aún no existía y que ellos pretendían edificar. Avanzaban en  larga columna, siguiendo las instrucciones de un guerrero o “shogun”, de nombre Ashikaga  Yoshimitsu, que viajaba en lo alto de un pequeño trono azulado y  tambaleante, con su rostro y su cuerpo diminutos y su mirada enigmática y con cicatrices producidas por muchas batallas, pero decidido a construirse un templo para poder retirarse a la meditación. Muchos de aquellos monjes transportaban sobre sus hombros panes de oro, otros unas largas y finas verandas plateadas, otros paneles delgados, había otros que trasladaban maderas, montones de musgo, persianas corredizas, ventanas en arco y trozos de tejados arqueados. Eran los materiales de una arquitectura que aspiraba a ser deslumbrante. Al final de la larga columna, detrás de un monje que iba sujetando con sus manos las patas de un  pájaro fénix, aparecía un último  monje con las manos curvadas bajo el aire, sin nada que transportar. “Es el vacío”, explicó Hisae a los que la escuchaban. “El vacío, como la sombra, es algo muy importante en cada casa. Ese monje lleva el vacío en las manos y cuando llegue lo colocará en el centro de la habitación una vez la rodee la sombra”. Hisae describía  muy bien todo aquello. Explicaba que debajo de los panes de oro y de los paneles que transportaban los monjes y a los que ahora daba  el sol, el suelo del camino era un reguero de sombra y la sombra iba marcando el sendero. Por aquel sendero avanzaba lentamente la procesión. Durante varios días siguió acercándose aquella columna de monjes.  Al fin los primeros monjes llegaron al lago en cuya orilla estaba Hisae y pronto se  pusieron a trabajar. Metidos en el agua hasta la cintura, levantando los brazos sobre el lago para irse pasando los materiales del uno al otro, aquellos  monjes comenzaron a elevar poco a poco la planta baja del “Pabellón de oro”. Era una estancia rectangular de madera rodeada por una baranda y cuya superficie quedaba abierta al agua y  al jardín. Yoshimitsu lo vigilaba todo desde la altura  de su  trono y ordenó que se hiciera un pequeño embarcadero para  poder cruzar el lago y bautizó aquella planta  la Cámara de las Aguas.’

José Julio Perlado – ( del libro “Una dama japonesa”) ( relato inédito)

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(Imágenes: 1-Tosa Mitsouki- Wikipedia/ 2- Hokusai- 1832- taringa net)