VIAJES POR ESPAÑA (25) : PINARES DE VALSAÍN

 

 

“Por allí está mi Puerto — recordaba  Pedro Corominas en ”Por Castilla adentro” —. Por allí pasé hace cerca de veinte años.  Es toda una vida de juventud  la que me separa de aquellas primaverales jornadas, ¡ Que Dios os guarde, pinares de Valsaín,  Puertos de Navacerrada y del Paular! Arrancando del Puerto sube atrevida la bella silueta de Peñalara, moteada de nieve. “ Allí, donde la nieve se acaba — me dijo el señor Luis—, está la laguna, ancha taza de granito, donde surge a borbotones el agua, tan profunda, que en algunos puntos, por cuerda que le sueltes, no llegas al fondo.” Ante el Puerto, más próximo a nosotros, hay un cerro negro y redondo, que yo supuse fuera el Toril. El círculo continúa después de Peñalara y desciende hasta el Reventón:  detrás de allí están La Granja y Segovia. Más allá vuelve a levantarse la Sierra encima del pinar de Navafría, hasta descender hacia su corte más profundo en el Puerto de Somosierra. Detrás del Puerto asoma su mole azul los montes de la Sierra de Buitrago. Y aquí el círculo empieza a cerrarse, viniendo hacia nosotros por el Portachuelo y la Hoya del Nido, pasando por los cerros de Santa Ana y los huecos de Canencia. Desde la planicie de la Marcuera, por donde andábamos, nos señalaba un límite la línea de los Hoyuelos y más abajo, al descender al Paular, atravesamos la falda de las Granjeras.

 

(Imágenes— ríos y pinares)

EL SILENCIO DE LAS HABITACIONES

 

“Estoy en la habitación silenciosa de una casa heredada, entre un montón de objetos tranquilos, sedentarios, y oír fuera, en el jardín ligero y de un verde luminoso, los primeros páridos que ensayan su canto, y, a lo lejos, las campanadas del reloj del pueblo. (…) ¡Oh, silencio de la escalera!  Silencio de las estancias contiguas, silencio de lo alto del techo. Oh, madre ; tú, la única que alteraste ese silencio, antaño en la infancia.  La que carga con él, y decía : no temas, soy yo. La que tiene el valor, en plena noche, de ser ese silencio para quien tiene miedo, para quien querría que la tierra se lo tragara de tanto miedo como tiene. Enciendes una vela y te conviertes en ese ruido. (…) Y entonces se hizo el silencio. Un silencio como cuando cesa un dolor. Un silencio extrañamente palpable, que producía comezón, como si sanara una herida. No se puede describir cómo era aquel silencio; hay que haberlo vivido”, escribe Rilke en “Los cuadernos de Malte Laurids Brigge”.

¡ Cuánto se ha escrito sobre el silencio y su compañía!

 

(Imágenes—1-Stanislaw  Yulianovich zhukovskyov / 2- Edward Lamson Henry)

FEDERICO Y MIGUEL

 


“A Federico se le ha comparado con un niño, se le puede comparar con un ángel, con un agua ( “mi corazón es un pozo de agua pura”, decía él en una carta): con una roca; en sus más tremendos momentos  era impetuoso, clamoroso, mágico como una selva — decía Vicente Aleixandre—. Cada cual le ha visto de una manera. Los que le amamos y convivimos con él le vimos siempre el mismo, único y sin embargo cambiante, variable como la misma naturaleza.  Por la mañanas se reía tan alegre, tan clara, tan multiplicadamente como el agua del campo, de la que parecía siempre que venía de lavarse la cara.”

 

“En el rostro de Miguel  brillaban claros los ojos y claros, clarísimos, los dientes. — decía Aleixandre—.Rompían entre el ocre de su tez, barro cocido, amasado y abrasado y capaz de contener, y rebosar, el agua más fresca. Porque esta era la verdad. Los pómulos abultados, el pellizco de la nariz, la anchura de su cara, afinada en su base, asociaban este rostro a la imagen de una vasija de barro popular, gastada y suavizada por el tiento de su uso, pero enteriza siempre.”

( Imágenes: 1- García Lorca-Wikipedia/2- Miguel Hernández- abc es)

UN LIBRO SOBRE NADA

 


“Me gustaría escribir un libro sobre nada — decía Flaubert —, un libro que no hiciera referencia a nada fuera de sí mismo, que se sostenga por sí solo mediante la fuerza interna de su estilo, del mismo modo que la Tierra se sostiene sola en el espacio, un libro que careciera de tema  o, en cualquier caso, de uno que apenas fuera perceptible.  No hay temas buenos ni malos, y uno casi podría convertir en un axioma  el que no hay ninguno desde el punto de vista del arte puro, siendo el estilo solo una forma absoluta de mirar las cosas.”

(Imagen – Susan Ritcher Knox)

SOBRE LAS TERRAZAS

 

 

Ahora están de moda las terrazas y sobre todo su supervivencia en tiempos de pandemia, y el ojo histórico – literario de Fernando Díaz- Plaja en su “Madrid desde (casi) el cielo” las evocaba así: “la terraza sobrevive a la guerra y se ampliará con la paz aunque siempre como prolongación del local cerrado. Serán famosas las literarias del Teide, Gijón, Lepanto, las de Serrano o las más recónditas del paseo de Rosales. Poco a poco la demanda aumenta y por primera vez en su historia la terraza en vez de ser un apéndice del local cerrado, es cuatro o cinco veces más grande, llegando incluso a depender toda ella de un quiosco diminuto situado en el centro del paseo de la Castellana o de la calle de Juan Bravo. Y naturalmente, al ampliarlas, se mejora su instalación. En el ABC  de 1987  podía leerse: “Madrid en primavera  y verano amenaza  en convertirse en una casi única y gigantesca terraza”. Y ese mismo año en El País se decía : “ y  aún gracias que no han coincidido todas, si no Madrid  sería una terraza grande y única desde Villaverde a Fuencarral. Aun así el eje Prado-Recoletos- Castellana cuenta con ellas desde Atocha hasta más allá de los Nuevos Ministerios”.

Y también aquel aspecto decorativo tan variado que tenían: una carabela en la Plaza de Colón, columnas  posmodernas en Ortega y Gasset, módulos que pueden armonizarse  aumentando o disminuyendo el espacio.

Aquellas terrazas estivales eran un centro social, incluso con encargados de relaciones públicas, como si estuvieran en un crucero,  porque “las terrazas — afirmaba Díaz- Plaja — tienen algo de barco”.

(Imagen — : el escritor Francisco Ayala en la terraza del  Café Gijón- 1930)

LA POESÍA Y EL JARDÍN

 


“El mejor ejercicio que puede hacer un poeta — recuerda el escritor Carlos Aganzo —es el de podar sus versos como poda y pone a punto su jardín el jardinero. Del torrente  caudaloso que brota de la emoción  debemos dejar tan  solo el agua clara  de unos pocos, esenciales versos. Sencillos pero, al mismo tiempo, desveladores de toda la historia emocional y la vida interior que tienen detrás. Lo que se dice debe revelarnos poéticamente  lo que no se dice, que es siempre lo más importante.”

 

(Imágenes-: 1-Caillebotte- rosas en el jardín/ 2- Renoir- el jardín de la calle cortot- de Montmartre- 1876)

ORO DE JUAN RAMÓN

 

“La palabra oro vivía en el piso principal de la calle de Padilla 38, en Madrid, en la misma casa en la que vivía Juan Ramón Jiménez. Como anillo redondo, la palabra oro, a la que todo el mundo confundía con un metal precioso, maleable, dúctil y brillante, estaba hecha con hojas de letras, dos vocales redondas y una consonante en medio, y en el fondo había vivido en todas las casas de Juan Ramón, también en la de Moguer, en la casa de la “Calle  Nueva” y luego estaría igualmente en su  casa  de  Nueva York,  y después, al final, en la de Puerto Rico, en la Universidad, hasta la muerte del poeta. Era una palabra luminosa, pequeña, redonda en su forma, resplandeciente y con poderes especiales para imantar. El círculo de  la palabra oro imantaba enseguida a la palabra  sol, a cielo, a verano, andaba por el cerebro de Juan Ramón dando vueltas por las habitaciones y abriendo puertas sin apenas hacer ruido, y quizá por eso sobresaltaba siempre al poeta cuando éste se asomaba al ventanal, y contemplando enfrente el sanatorio de Nuestra Señora del Rosario con sus fuentes, su palmera y su pérgola, venían hasta él recuerdos y amores en Madrid, y se dejaba ir ya en primeros versos. Pero la palabra oro insistía, venía brillante y rodando por las habitaciones aprovechando que Zenobia había salido de compras, y se subía a las manos de Juan Ramón, ensartaba de luminosidad sus dedos y le hacía escribir con lápiz muy despacio las primeras intuiciones, por ejemplo,  niños de oro, o el oro de mi alma.”

José Julio Perlado

(del libro “Miradas”) (relato inédito)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

 

(Imágenes—1-Sipho  Mabona – 2014/ 2- Sir Terry Frost)

 

LA DESAPARICIÓN DEL DINERO

 

 

“Creo que pocas veces he tenido mayor placer — dice uno de los personajes de una obra de Stevenson — que el que me proporcionó  la clasificación de aquellas monedas. Inglesas, francesas, españolas, portuguesas, del rey Jorge, Luises, doblones y guineas de a dos, moidores y cequíes, retratos de todos los  monarcas europeos durante los últimos cien años, raras monedas orientales que mostraban  extraños haces de cuerdas o trozos de tela de araña, monedas redondas y cuadradas, monedas  con un agujero en medio, como para llevarlas colgadas del cuello; todas las monedas del mundo, según creo, estaban representadas en aquella colección; en cuanto al número, eran como las hojas de otoño, de modo que me dolía la espalda de tanto agacharme y me dolían los dedos de manipularlas para contarlas.”

Ruido y tacto ante tantos hechos pasados, que inmortalizó la pintura y que ya no volverán ante el anuncio del inmediato futuro de la desaparición del dinero tal y como  hoy lo conocemos.

 

(Imágenes—1y 2- marinus van Reymeswaele- 1539 y 1540)

REAPERTURA DEL RASTRO

 


“Taladrante hacinamiento

residuos de tantas vidas

destruidas;

cada cosa es un lamento,

cada ajuar amontonado,

en montón indescriptible

tiene un dolor indecible

de despedida al pasado.

Naufragio, desolación,

mala estrella, triste suerte;

hogar lleno de ilusión

¡que ha hecho cenizas la muerte!

Lo que sobra, lo que queda,

sólo impregnado de llanto;

la vida antigua que rueda,

la alegría y el encanto;

lo más íntimo y más tierno,

la emoción más escondida,

llegan rodando a este infierno

del naufragio de la vida.

Aguafuerte desolado

de la vida triste y pobre. Mucho honor amontonado

¡por un poquito de cobre!”

Emilio Carrere— (Revista “Nuevo Mundo”, 6- Vl- 1927)

(Imagen —El Rastro – 1929 – museo municipal de Madrid)

TACHADURAS

 


“Cuando estoy en plena crisis de escritura — decía el francés Pierre Michon —, en mi mesa, escribo diez horas al día, entre dos y cinco páginas, primero a lápiz. Son páginas en las que algunas palabras faltan de entrada, pero en que la rítmica — es decir, la puntuación — tiene ya desde el principio la forma definitiva. Le doy muchas vueltas y tacho mucho. Pero  lo hago hasta que esas páginas me parezcan perfectas. Entonces no puede ya revisarse nada. Las tecleo de forma tal que, al día siguiente, no tenga libertad para corregirlas, sino obligación de seguir adelante.
Soy de los que vuelven a escribir diez veces la primera página, por ejemplo, pero que tachan muy poco cada vez que la vuelven a escribir. La décima versión puede ser diferente por completo de la primera; pero en el medio, tacho muy poco. La sobrecarga de tachaduras me parece que estorba para que surja algo largo…, en fin, cuando digo largo, quiero decir tres páginas. La tachadura bloquea las salidas. Cuando pongo muchas tachaduras es que estoy enfadado con mi texto, y a mí no me gusta enfadarme con lo que escribo porque resulta ruinoso para el vigor de lo que venga después. No hay que bloquearse contra el propio texto. Torturarlo así me daría pena, ya no podría seguir. Yo tengo muchos arrepentimientos, no paro de hacerme preguntas en todas las encrucijadas. Pese a todo, me obligo a seguir adelante. Hago una página en una mañana, la hago diez veces. Como digo, la décima vez la paso al ordenador. Entonces es intangible. Puedo aún corregir un adjetivo o dos en el ordenador, pero al día siguiente me pongo a redactar “ lo de después” de esa página. No vuelvo a tocar ya la página anterior, es decir, que lo ya escrito es como si estuviera petrificado. Es mármol.”

 

 

(Imágenes—1- manuscrito de Watt , de Beckett/ 2-Jonathan Edwards)

LOS COLORES Y LAS GUERRAS

 

 

“ Y fue en uno de aquellos días dedicados intensamente a toda esta escritura cuando a Hisae le ocurriría algo realmente sorprendente. Estaba escribiendo como cada mañana una carta espontánea dirigida al futuro y, también, como siempre, sin un destinatario conocido sino tan solo por el placer de escribir y explayarse, cuando un gran temblor sacudió su casa, derribó de repente la mesa donde escribía y su pincel voló por los aires hasta estrellarse contra la pared. Ensimismada en su habitual tarea epistolar, Hisae se había olvidado casi por completo de los acontecimientos exteriores y en ningún momento había  podido suponer que estallaría una guerra y que aquella guerra estaría ya a un paso de su habitación. Inquieta por el temblor que acababa de sacudir toda la casa, se acercó hasta la ventana, y al abrirla, una enorme cabeza herida de un caballo negro cayó dentro de la habitación extendiendo un gran charco de sangre y arrastrando con aquella cabeza el cuerpo de un guerrero muerto. Hisae quedó espantada. Aquello sin embargo que estaba sucediendo en su cuarto, aunque Hisae lógicamente no podía imaginarlo, era solo el principio de una guerra feroz, una guerra civil que se haría casi interminable — a la que después  bautizarían como guerra o  guerras de  Onin, y que durarían  once años— y que  para Hisae supondrían una completa transformación. Precisamente lo más relevante que ha  quedado en la Historia menor de Japón sobre aquellas guerras, aparte lógicamente de los documentos y relatos importantes, son  las tres cartas redactadas por Hisae  y en las que ella describe de forma muy peculiar batallas y contendientes. Porque son tres cartas únicas en la historia de la correspondencia en las que se une continuamente guerra y color. Hisae quiso fijarse sobre todo en el color de la guerra. Le fascinó el color de los ropajes que vestían los señores de la guerra, el color de las lanzas, de las armaduras y de las espadas, el color gris- pardo de la enorme trinchera de diez metros de profundidad que estaba abierta en el suelo de Kyoto y  el color de los rostros en los jefes de los dos ejércitos, tanto de  Osokawa Katsumoto como de  Yamana Sozen. Especialmente le impresionó que aquel caudillo Sozen , al que llamaban “el monje rojo”, destacara por el color escarlata de su piel, que revelaba su  temperamento colérico, como le impresionó igualmente la negritud compacta de los dos ejércitos quietos y  enfrentados: los  85.000 hombres de  Osokawa y  los 80.000  de Sozen.

 

En esas tres cartas Hisae casi nunca habla de sí misma y esencialmente se dedica a contar lo que ve y cómo lo ve. No se conoce en qué momento pudo escribirlas y tampoco se sabe desde dónde las escribió, si desde su  casa  o quizá con motivo de supuestas visitas que hiciera a campamentos de batallas. Lo cierto es que aquellas tres cartas aparecieron en tres puntos distintos de la devastada ciudad, cada una en un rincón diverso, colocadas y como abandonadas bajo las armaduras de cuerpos muertos de guerreros pertenecientes a los dos ejércitos. “El cráneo pelado de Yamana Soren— podía leerse en una de aquellas cartas — revela el tiempo que le tonsuraron como monje en un santuario antes de dedicarse a la guerra, pero ahora ese  color rojo de  la sangre lo baña  todo, le empapa el rostro, la coraza, la espada y le baja hasta sus pies. El rojo, que es el color de la lucha, del atardecer y del amanecer, el color del fuego, de la vida fugaz, de la energía, del  calor y de la vitalidad, es el color del  propio Soren de pie, con la espada en alto, empujando a sus tropas. Yo lo he visto esta mañana con ojos iracundos mirar a su enemigo Katsumoto que le esperaba al otro lado de la trinchera con su casco negro, su armadura negra, todo su enorme ejército vestido de negro, ese negro que es el color anterior a todas las batallas, color de oscuridad, de ignorancia, de la tierra y del infierno, color de muerte, de temor, de destrucción y de tristeza. Y luego he visto detrás la extensión de los caballos blancos y azules de los dos ejércitos esperando con tranquilidad recibir órdenes, caballos limpios como el agua de las islas, caballos de respeto y lealtad, todas sus grupas azules y blancas preparadas bajo las lanzas amarillas, lanzas puntiagudas de valentía, refinamiento y coraje.”

 

José Julio Perlado

(del libro “Una dama japonesa” ) (relato inédito)

TODOS   LOS   DERECHOS   RESERVADOS

 

(Imágenes—1-Ikeda Terukata/ 2- Utagawa Kuniyoshi -sackler gallery/ 3- kamisaka sekka)

CRITICAR UNA NOVELA

 

“ El mecanismo novelesco  es tan preciso y sutil como el mecanismo de un poema — recuerda el francés Julien Gracq en “Leyendo y escribiendo” — ,pero en razón de las dimensiones de la obra, y a diferencia de un soneto, pongamos por caso, desanima a un trabajo crítico completo. Así pues, dado que la complejidad de un análisis verdadero excede a las posibilidades del intelecto, la crítica de novelas sólo trabaja sobre mecanismos intermedios o arbitrarios, grupos simplificadores muy vagos y tomados en masa: ciertas “escenas” o algunos capítulos, por ejemplo, en lugar de un análisis palabra a palabra, como el que es habitual en un crítico de poesía. Y sin embargo, si la novela vale la pena, su avatar transcurre línea a línea, y debería discutirse línea a línea. No hay más “detalles” en una novela que en cualquier otra obra de arte, aunque su masa así parezca sugerirlo, y también el prejuicio ( muchas veces acertado) de que el novelista no ha podido controlarlo todo. Por eso los críticos que resumen, agrupan y simplifican, pierden todo derecho a ser tomados en serio y arruinan su crédito, en este género, y en todos los demás.”

 

(Imágenes—1- Jamie Hawkesworth- 2015/ 2-Allison Glasgow)

MUJERES CÉLEBRES (1) : SARAH BERNHARDT

 

 

— ¿ Cúal es su recuerdo más vivo? — le preguntaba a la gran Sarah Bernardt la periodista y escritora Carmen de Burgos.

— Uno que me sucedió en San Quintín de California. Realizaba yo una gira por Norteamérica cuando recibí una extraña carta de seis condenados a muerte que me pedían que actuara en una representación. Naturalmente acepté. Era algo como un viático lo que me pedían, no me podía negar a darles esa satisfacción a los que iban a morir. Entonces  llegué asombrada a una prisión oculta entre flores, rodeada de un gran parque, con apariencia de catedral y con unos hierros forjados custodiando el presidio. Descendí del coche y me encontré con un hermoso quiosco Luis XV, donde músicos vestidos con pijamas de franela de rayas negras y blancas tocaban la Marsellesa. El director de orquesta se adelantó a besarme la mano, y como yo me asombrara  de ver un músico francés en prisión, él me dijo: “formamos aquí una pequeña colonia de franceses prisioneros”. Yo me senté. Todos aquellos caballeros eran los internos del establecimiento.
Entonces allí, en un hermoso patio lleno de sol y ante un público de dos mil prisioneros, entre los que se contaban treinta mujeres y el grupo trágico de los seis condenados a muerte ( dos de ellos debían ser ejecutados al día siguiente), interpreté “ La Navidad  bajo el Terror” . Yo no acertaba a darme cuenta de que aquellos caballeros y aquellas damas tan correctas fueran estafadores y asesinos. Una linda y elegante rubia había cortado la cabeza a una señora para heredarla; otra señora distinguida había matado a su marido, su hijo y dos nietos, sin perdonar a la nodriza. No se puede imaginar cuanto sufrí; en vez de representar tenía ganas de llorar, de pedir clemencia; no podía imaginar la idea de que aquellos hombres llenos de vida, que me aplaudían, habían de morir irremisiblemente. Era muy cruel el contraste entre aquella prisión tan lujosa, con piscinas, biblioteca y patios para tenis, con la triste muerte de los condenados. Creo que hay más crueldad en eso que en los calabozos de la fortaleza de Pedro y Pablo en Rusia.”

 

 

(Imágenes—1- / Sarah Bernhardt – Foto Nadar/ 2- Sarah Bernhardt – mujeres notables)

LAS OTRAS PANDEMIAS

 

 

No siempre ha habido  en la Historia aplausos  a las 8 de la tarde desde los balcones, no siempre ha habido agradecimientos a sanitarios, ni comprensión  ni compasión social ante las catástrofes. El historiador italiano Vittore Branca, importante especialista en literatura medieval, nos recuerda célebres textos describiendo la Peste europea del siglo XlV:

“muchos hombres y mujeres abandonaron su propia ciudad, sus propias casas, sus lugares y sus parientes… Y no saquemos ahora a colación que un ciudadano aborreciera al otro, y que ningún vecino se cuidara del otro, y que los parientes se visitasen raras veces, o nunca o hacía mucho tiempo; se había apoderado tal espanto en el ánimo de hombres y mujeres a causa de esta tribulación, que un hermano abandonaba al otro hermano, el tío al sobrino y la hermana al hermano, y muy a menudo, la mujer al marido; y que aún más , casi increíble, los padres y las madres a sus hijos, como si no fueran suyos, ni les visitaban, y rehusaban con asco el servirles (…) ; abandonados los enfermos por los vecinos, los parientes, los amigos, no les quedó ningún socorro salvo la avaricia de sus criados (…); desaparecido todo signo de piedad, no se honraba a los muertos con ninguna lágrima, o cirio, o compañía, es más, se había llegado a tales extremos, que se cuidaba tanto de los hombres que morían, como ahora se cuida de las cabras, y tal como se hace con las mercancías en la bodega de las naves, eran enterrados con poca tierra.”

No siempre  han resonado aplausos desde los balcones, ni siempre ha habido comprensión o compasión social ante las catástrofes. La Historia nos lo recuerda.

 

(Imágenes—1- Gustav – Vigeland- Oslo- Noruega / 2- Alberto Sughi- artnet)

FRANCISCO BRINES

 


“El balcón da al jardín. Las tapias bajas

y gratas. Entornada la gran verja.

Entra un hombre sin luz y va pisando

los matorrales de jazmín, le gimen

los pies, no mira nada. Qué septiembre

cubre la tierra, lentos nardos suben,

y suben las palomas con las alas

el aire, el sol, y el mar descansa cerca.

El viento ya no quema. Riegan lentos

los pasos que da el agua, las celindas

todas se entregan. Los insectos se alzan

a vivir por las hojas. En el pecho

le descansan las barbas, sigue andando

sin luz. Todo lo deja muerto, negras

aves del cielo, caedizas hojas,

y cortada en el hielo queda el agua.

El jardín está mísero, y habita

ya la ausencia como si se tratase

de un corazón, y era una tierra verde.

Cruza la diminuta puerta. Llegan

del campo aullidos, y una sombra fría

penetra en el balcón y es un aliento

de muerto poderoso. Es la casa

que se empieza a caer, húmeda y sola.”

Feancisco Brines—“Las Brasas” (1960)

 

(Imágenes- 1-Camille Pizarro/ 2- Jacks Butler Yeats- 1950)

ORIGEN DE LOS CUENTOS

 


“El cuento hay que disfrutarlo — decía Stefan Zweig —, renunciando de antemano a cualquier explicación. Vieron la luz por casualidad, no obedecen a un propósito superior, más allá de lo inmediato., se inventaron para consolar a un niño o a un pobre, para aplacar a quienes se quejaban, para hacer que el camino pareciera más corto o para sobrellevar mejor las largas noches de invierno. No son hijos de la razón — sigue diciendo Zweig en sus “Encuentros con libros” —, sino del sueño; no tienen un propósito definido, sino ambiguo, pues surgen de las divagaciones de un espíritu ocioso. Por extraño que suene, creo que estos cuentos, sencillos, sabios y queridos, nacieron como respuesta a las malas condiciones de la vida. No los creó alguien animoso, fuerte, activo — alguien así está satisfecho con el mundo en el que vive y no tiene necesidad de inventarse otra realidad —, sino el soñador, el que prefiere quedarse sentado junto al fuego, el astuto, el mentiroso, el fanfarrón, alguien  que no se siente libre, alguien que no puede enfrentarse al destino con sus propias fuerzas.

 

Eso creo yo, pues los cuentos están pensados para el inútil, el desocupado, el iluso y el haragán. En la vida, en lo real, es el fuerte quien alcanza sus objetivos, es el listo quien triunfa sobre sus adversarios, el hábil quien supera cualquier dificultad. ¿ Qué podían hacer quienes  iban quedándose atrás, por ineptitud o por debilidad, más que imaginar otro mundo, un mundo al revés, en el que el cumplidor llega demasiado tarde, el tonto se hace rico y el ingenioso es engañado? En el fondo, los cuentos son una compensación por los sinsabores de la vida, una manera de soñar, un consuelo soberbio ( por eso gustan tanto a los niños), aunque se vistan con los ropajes de la moral, no son relativamente aleccionadores. Por ejemplo, el gandul se pasa todo el día metido en la cama; para darle una lección, sus compañeros, maliciosos, le colocan una olla llena de salamandras negras debajo del lecho, pero cuando mete la mano dentro, se produce un milagro, la olla está llena de oro y el vago se hace rico.”

 

( Imágenes— 1- Deng yu- 2007-/ 2- Hans Tegner- ilustración para los cuentos de Andersen- 1900/ 3- David Hockney-ilustración para los cuentos de los hermanos Grim-fundación canal)