¿Qué valor se concede a la inteligencia para probar si un hombre es normal o patológico? – así se lo pregunté hace años, lo recuerdo muy bien, al eminente profesor Pierre Pichot, ex- presidente de la Sociedad Francesa de Psicología. Nos encontrábamos los dos en San Sebastiàn, con motivo de un Congreso sobre «Psiquiatría y Sociedad» y aún tengo en la memoria sus reflexiones.
– Hay una deficiencia de la inteligencia – me dijo entonces el profesor Pichot – considerada como patológica. El niño nace con una anomalía. Tenemos medios para medir la inteligencia. Hay dos tipos de patología de la deficiencia intelectual: por ejemplo, si un niño nace con una lesión de cerebro, su inteligencia está patológicamente baja. Pero otros casos se sabe que hay una inteligencia media y baja inteligencia, pues la inteligencia, como la estatura, depende de varias cosas. En el caso de la alimentación deficiente hay una inteligencia más baja que si recibe una buena alimentación; lo mismo ocurre respecto al ambiente; si se vive en un ambiente inteligente y culto se da un crecimiento de la inteligencia. Existe también el tema de la herencia: si el padre o la madre son de baja inteligencia hay gran posibilidad que los niños sean de inteligencia baja.
La inteligencia baja, aunque sea de causa normal, puede ser patológica por una razón muy sencilla: porque no permite una adaptación a la sociedad. Para vivir en nuestra sociedad se necesita un coeficiente de inteligencia de 7o o algo más, ya que la media es de 100. Hay personas cuyo coeficiente de inteligencia es de 60; desde el punto de vista de la sociedad estas personas son consideradas enfermas porque tienen una debilidad mental patológica.
En resumen – prosiguió Pichot -, hay dos tipos de patología. Un tipo o comportamiento es patológico porque la causa es patológica; otro tipo es patológico porque desde el punto de vista social no permite un funcionamiento normal.
Si sigo con este mismo ejemplo, puedo decir que al principio del siglo XlX los psiquiatras conocían muy bien esta enfermedad mental y consideraban como retraso mental un nivel correspondiente a un coeficiente intelectual de 50 o incluso más bajo; 60 era ya normal, ¿por qué? Porque la civilización y la cultura de principios del XlX era esencialmente agrícola y uno podía ser más independiente y podía permanecer más en el campo y ganar su vida sin demasiadas complicaciones. A partir de finales del XlX se introdujo en todos los países de la Europa occidental la escuela obligatoria. Todos los niños tenían que estudiar por la simple razón de poder participar en una civilización industrial. En ese mismo instante se comprobó que ciertos niños que hasta entonces no eran considerados patológicos, se les calificaba así, y en ese momento entran en la patología aquellos niños que no alcanzan el coeficiente 60.
El límite que se traza entre la patología y la normalidad depende de factores sociales; y se puede decir de una manera general que esto es cierto, ya que existen variaciones culturales de la tolerancia social respecto a las desviaciones mentales. Hay ciertas sociedades con una tolerancia mayor hacia ciertas desviaciones mentales y que, por tanto, no las considera patológicas, y otras en cambio no son tolerantes y las consideran patológicas.
Incluso cuando no hay lesión cerebral se consideran patológicas las alucinaciones, como por ejemplo, aquellas personas que escuchan voces en la habitación contigua y creen que es una conspiración contra ellas.
El gran problema que a mi parecer existe – concluyó Pichot – es el de la alienación entre el límite desde lo normal a lo patológico influidos por la tolerancia social».
(Imágenes -1 – Groebli – 1946/2- Ljubisa Danilovic/ 3-hannes Kilian – 1965)