LA MUERTE DE UN VIAJANTE

“ Arthur Miller creía determinar lo trágico, y demostrar al mismo tiempo, mediante el carácter absoluto de la lucha, la voluntad indestructible del hombre de consolidar su humanidad—-recordaba Franck Jotterand al comentar el teatro norteamericano. Ahora, a finales de septiembre, se presenta una vez más en Madrid ”La muerte de un viajante”. Miller confiesa en sus Memorias que había conocido a tres suicidas, dos de ellos viajantes de comercio y que estando él aún en la Facultad había comenzado una obra de teatro sobre un viajante y su familia, aunque la había abandonado. No encontraría el cuaderno en que la había bosquejado hasta nueve años más tarde, mucho después de la primera representación de ”La muerte de un viajante”. El ”viajante” se representó por primera vez con público en el teatro de la Calle Locust de Filadelfia. ”Como sucedería en ocasiones mientras estuvo en cartel — recordaba Miller—, no hubo aplausos cuando cayó el telón al final de la primera representación. Cosas extrañas comenzaron a ocurrir entre el público. Al caer el telón, unos se levantaron se pusieron el abrigo y volvieron a sentarse, otros, hombres principalmente, se habían inclinado con la cara entre las manos y los restantes lloraban a la vista de todos. Se cruzaba el teatro de parte a parte para quedarse luego hablando tranquilamente. Pareció transcurrir un eternidad antes de que a ninguno se le ocurriese aplaudir, pero cuando estallaron los aplausos, fueron interminables. Yo estaba en el fondo y vi a un anciano de porte elegante al que conducían por el pasillo; hablaba emocionado al oido de quien parecía su secretario o ayudante. Era, según supe después, Bernard Gimbel, de la cadena de grandes almacenes y aquella noche dio orden de que no se despidiese a nadie de sus almacenes por exceso de edad.”

(Imagen— Ohaio Sugimoto)