LA SOLEDAD DEL QUE ESCRIBE

“Nunca debe dictarse a secretaria alguna, por hábil que sea —decía Marguerite Duras —y nunca hay que dar a leer lo escrito a un editor. Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas las horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o de las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escritor. Nunca hablaba de eso a nadie. Puedo decir lo que quiero, nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe. Creo que la persona que escribe no tiene idea respecto al libro, que tiene las manos vacías, la cabeza vacía, y que, de esa aventura del libro, sólo conoce la escritura seca y desnuda, sin futuro, sin eco, lejana, con sus reglas de oro, elementales: la ortografía, el sentido. Un libro es difícil de llevar hacia el lector, en la dirección de su lectura. Mientras el libro está ahí y grita que exige ser terminado, uno escribe. Uno está obligado a mantener el tipo. Es imposible soltar un libro para siempre antes de que esté completamente escrito; es decir, solo y libre de ti, que lo has escrito. No creo a la gente que dice: ” He roto mi manuscrito, lo he tirado”. No lo creo. O bien lo que estaba escrito no existía para los demás, o no era un libro. Y uno siempre sabe lo que no es un libro. Lo que nunca será un libro, no, no lo sabe. Nunca.”

(Imagen— Maria Gato- artnet)