LOS ARTISTAS ITINERANTES


Trece años después de esta gran ceremonia del té presidida por Hidehoshi —   es decir, el 21 de octubre de 1600, exactamente a las cuatro y media de la mañana  — unos 250.000 soldados del ejército de  Hideyori, el hijo de Hidehoshi, se enfrentaron  contra  el ejército de Ideyasu en la batalla de Sekigahra, en el centro de Japón. Una  batalla  que duraría hasta las dos de la tarde de ese día y que quedaría registrada en los anales del país como una  de las más decisivas y famosas.. A Hisae Izumi sólo le llegaron de esa  batalla   ecos lejanos, porque se encontraba  a mucha distancia  de donde ocurrió  y sobre todo porque pronto   le contaron el desenlace que era lo que a ella más le importaba:  que  Ideyasu había  vencido.  Algunos incluso quisieron comentarle el  espectáculo de las tropas de a pie en aquella jornada y el despliegue de los samurais a caballo manejando con destreza sus “katanas” junto a sus espadas cortas en un cruel encuentro cuerpo a cuerpo. Pero Hisae estaba ya ocupada desde hacía  tiempo en cosas que le interesaban mucho más. Le interesaba por ejemplo, conocer los secretos y  tesoros  de los castillos. Había estado ya en el castillo de Nagoya, admirando el llamado “espejo de emperadores”, aquellos dos paneles de oro  y  de polvo de oro sobre papel en donde dos pequeños y blancos personajes se perdían sobre el difuminado dorado. Había quedado extasiada  también en el castillo de Nijô,  en Kyoto, donde, en una de sus salas, se erguía la pintura de un pino gigante de catorce metros de anchura y cinco de altura, un árbol bañado en oro de grandiosas dimensiones. Todo aquello le atraía enormemente. Quería aprender más cosas sobre Japón  y se había unido a un movimiento llamado de “los artistas itinerantes”, o simplemente de los caminantes, cuyo propósito era recorrer en lo que fuera posible  el archipiélago entero para descubrir bellezas. Cuando Hisae llegó, por ejemplo,  en otro de sus largos recorridos ante el gran biombo del pintor Eitoku titulado “Ciprés japonés” con sus cuatro puertas correderas, ya los biombos le fascinarían  para siempre. Siempre hablaría de ellos. Sobre todo de aquellos biombos que reflejaban el movimiento de las ciudades, el movimiento de los barrios y de los innumerables transeúntes yendo y viniendo sobre el oro de las pinturas y bajo nubes doradas, personajes insignificantes que se perdían en la Historia pero que el arte de los biombos lograría rescatar.”

José Julio Perlado

(del libro “Una dama japonesa”)

(relato inédito)

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(Imágenes-1-Museo de arte japonés/ 2-ilustración del “Genji monogatari” atribuido a Tosa Mitsuoki- Wikipedia)