LA SINCERIDAD DE CARMEN LAFORET


“Ser novelista es una aventura — le decía Carmen Laforet a Manuel Del Arco — porque es algo vital ser novelista y la vida toda me parece una aventura. Si soy sincera, y según lo que se llame acertar en la vida, sí creo que he acertado. Sobre todo he sido y soy sincera. El único camino que busco es la sinceridad. Las novelas se escriben por una necesidad espiritual; los demás géneros literarios, incluidas las conferencias, son mi medio de vida de escritora. Ser escritor como profesión económica, no merece la pena; el resto, sí. Para mí escribir supone una parte de las muchas que me llenan espiritualmente. Creo que “Nada” fue una obra sincera, lo mejor que yo pude escribir en aquel momento y a esa edad. Pero creo que “La mujer nueva” es la mejor de mis novelas. Nunca me he considerado necesaria en el campo literario; no hay nadie necesario. Sí creo que aporté algo, quizás una nueva forma de expresión, con “Nada”, que abrió el camino a una generación de posguerra. Pienso también que el consejo en el momento de la creación literaria es perjudicial, y es después, cuando en algunos casos puede orientar al autor para su obra futura. Tengo muchas ideas en la cabeza, pero nunca cuento las ideas: las escribo. Pienso que soy novelista porque eso ha surgido por mi amor a la vida, pero yo me concibo como Carmen Laforet sus labores, que es lo que he puesto en mi documento de identidad.”

( en el centenario del nacimiento de Carmen Laforet)

(Imagen— Liu Weib- artnet)

TENER ALGO QUE DECIR


“Al escribir — decía José Ferrater Mora— debemos apuntar bien al blanco. Si no damos, paciencia y barajar. No será culpa nuestra. Lo más probable es que afinemos nuestra puntería, y que algún día seamos capaces de cobrar, con pocos disparos, algunas piezas válidas. Mas para ello es menester que no escribamos porque sí, o porque nos lo pidan, o porque soñamos que nos lo piden. ¿Cuándo pues? La respuesta parece obvia: cuando tengamos algo que decir. Pero ahí está el problema.

Ante todo no siempre sabemos cuándo tenemos algo que decir. Con frecuencia nos parece tener en la cabeza una gran idea, y lo que tenemos es una solemne tontería. A la inversa: comenzamos a escribir desganados, como por deber, y al final resulta que hemos enjaretado algunas apiñadas sentencias. No hablo de si el escritor tiene que escribir mucho o poco, cada día o dos veces por año; hablo de lo que pueda hacer con las cuartillas que vaya emborronando. En esto le conviene — nos conviene— afinar la puntería y no disparar a mansalva.

Tenemos algo que decir, o así se nos antoja. Bien. Nos ponemos a escribir y ¿qué pasa? Intentamos leerlo bien, lo que se dice bien, nuestras frases, alertas a su significado. Como buitres ya se están cebando sobre ellas los cuatro enemigos: la imprecisión, la pesadez, la retórica, el mal gusto. A veces el autor aspira a ser muy simple, muy llano, pero a poco que se le vaya la mano romperá a hablar como si hiciese confidencias a las porteras Decidámonos por lo más urgente: desmochar, talar, mondar. No en el acto de escribir sino.en el acto de dar un vistazo y bueno a lo escrito. (…) Dos normas son de rigor. La primera es indispensable : la precisión. La segunda es deseable: la gracia. No hay otras. El escritor tiene que poner todo lo demás, es decir, casi todo.

Mi única intención era manifestar que entre los misterios de este mundo hay uno menor, humilde, pero infrecuente: escribir bien.

(Imágenes— 1– Gerhard Richter—1982–museo de Baden badén/ 2– Alexa Meade- 2010)