“La alegría del día, el día en flor, una mañana de agosto con su humor y su resplandor, totalmente brillante — escribe el francés Bernanos en “La alegría” —y ya, en el aire demasiado pesado, los pérfidos perfumes otoñales — estallaba en cada una de las ventanas de vidrios rojos y verdes de la interminable galería. Era la alegría del día y no sabemos gracias a qué esplendor perecedero, era también la alegría por primera vez en la ardiente cúpula de la canícula, la insidiosa bruma que aún se arrastraba por debajo del horizonte, pero que descendería algunas semanas más tarde sobre la tierra agotada, los prados marchitos y el agua dormida, con el aroma de los follajes secos.”
(Imagen —Raoul Dufy — 1925– museo de Bellas Artes— Nancy)
“Anteayer murió en el sanatorio de Kierling en Klosterneuburg, a las afuera de Viena, el doctor Franz Kafka, escritor alemán que vivía en Praga. Pocos aquí le conocían, porque era un ermitaño, un sabio que temía la vida. Durante años padeció una enfermedad de los pulmones, y aunque recibió tratamiento, también la alentó a conciencia y la nutrió espiritualmente. “Cuando el alma y el corazón no pueden soportar la carga, entonces el pulmón se ocupa de la mitad para que al menos el peso quede repartido en parte”, escribió en cierta ocasión en una carta, y así ocurrió con su enfermedad. Ésta le dio una sensibilidad que rayaba lo maravilloso y una claridad mental casi aterradoramente rigurosa; y, por otro lado, este hombre depositó sobre su enfermedad todo el peso de su angustia espiritual. Era tímido, angustiado, sereno y bueno, pero escribió libros terribles y dolorosos. Veía el mundo poblado de demonios invisibles que aniquilaban a las personas indefensas. Era demasiado clarividente, demasiado sabio para vivir, y demasiado débil para luchar, pero su debilidad era la de las almas nobles y bellas que evitan luchar contra el miedo, los malentendidos, el desamor y la mentira intelectual porque saben de antemano que son impotentes y se someten a la derrota para avergonzar a los vencedores.
Conocía a la gente como sólo pueden hacerlo las personas de una inmensa sensibilidad, los solitarios capaces de reconocer a la humanidad entera en un solo destello de la mirada. Conocía el mundo de una manera extraordinariamente profunda, y él mismo era un mundo extraordinariamente profundo. Escribio libros que se encuentran entre los más significativos de la joven literatura alemana. En ellos está contenida la lucha de las generaciones actuales, aunque no tengan nada de dogmático: son tan verdaderos, descarnados y dolorosos que resultan absolutamente realistas incluso cuando se expresan a través del simbolismo. Están llenos de la implacable ironía y el delicado asombro de un hombre que había visto el mundo con tanta claridad que no era capaz de soportarlo y tuvo que morir, de un hombre que no quiso hacer concesiones para salvarse, como tantos otros, de cualquier error intelectual, por bien intencionado que fuera. El doctor Franz Kafka escribió el fragmento titulado “El fogonero”, primer capítulo de una hermosa novela todavía inédita, “La condena”, sobre el conflicto entre dos generaciones; “La transformación”, el libro más poderoso de la literatura alemana moderna; “La colonia penitenciaria”, “Contemplación” y “Un médico rural”. El manuscrito de la última novela, “Ante la ley”, está listo desde hace años para la imprenta; pertenece a esa clase de libros que parecen abarcar el mundo de un modo tan completo que cualquier comentario resulta superfluo. Todas sus obras describen el horror de los misteriosos malentendidos y de la culpa inmerecida que atormenta a los seres humanos. Fue un hombre y un artista dotado de una conciencia tan escrupulosa que seguía alerta incluso cuando los demás, sordos, ya se sentían seguros.”
Milena Jesenská
obituario aparecido el 6 de junio de 1924 — tres días después de la muerte de Kafka — en el diario checo de Praga “Národní Listy” como “Noticia del día”
(Reiner Stach, el gran biógrafo de Kafka, añade en”¿Éste es Kafka?” que el público de habla alemana sólo pudo leer este obituario en 1962, cuando la revista “Forum” de Viena publicó la traducción alemana)
“Nada mas rozagante ni más encantador— escribe el gran autor francés Julien Gracq—que aquella mañana de verano en que, tras haber salido de Mazamet temprano, subía yo despacio por las laderas de la Montaña Negra, pasadas las gargantas del Arnette, cruzando el bosque de Hautaniboul. El sol de las ocho se colaba en el oreado sotobosque de arándanos y moras, hacía que reluciesen a ambos lados de la carretera dos franjas de musgo húmedo, enjugaba el bosque con la misma ternura con que una mujer se retuerce la melena, iluminando, uno tras otro, claros pequeños y adolescentes tan rozagantes y matutinos que, aun sin pretenderlo, en lo hondo de todos ellos, uno se esperaba que iba a oír cantar al cuco. A cada revuelta, que me izaba más y más a lo largo de esta espaldera que cubrían las perlas de un rocío bautismal, respiraba con mayor facilidad — al norte, cada vez más lejos, bajo las redes de niebla, se divisaba la extensión de las anchas llanuras de la comarca de Castres — y de curva en curva, me parecía que me iba elevando hacia los reinos de la Mañana.” (Imagen— Emil Nolde)
“Considero que para contar lo primero que hace falta es construirse un mundo lo más amueblado posible, hasta los últimos detalles. Si construyes un río , dos orillas, si en la orilla izquierda pusiera un pescador, si a ese pescador lo dotase de un carácter irascible y de un certificado de penales poco limpio. — así sigue diciendo Umberto Eco en sus “Apostillas a “El nombre de la Rosa” — entonces podría empezar a escribir, traduciendo en palabras lo que no puede no suceder. ¿ Qué hace un pescador? Pesca ( y ya tenemos toda una secuencia más o menos inevitable de gestos) ¿ Y qué sucede después? Hay peces que pican o no los hay.. Si los hay, el pescador los pesca y luego regresa contento a su casa. Fin de la historia. Si no los hay, puesto que es irascible, quizá se ponga rabioso. Quizá rompa la caña de pescar. No es mucho, pero ya es un bosquejo. Sin embargo, hay un proverbio indio que dice: “ Siéntate a la orilla del río y espera, el cadaver de tu enemigo no tardará en pasar.” ¿Y si la corriente transportase un cadáver, posibilidad contenida en el campo intertextual del Río?
No olvidemos que mi pescador tiene un certicado de penales sucio. ¿Correrá el riesgo de meterse en líos? ¿Qué hará? ¿Huirá, se hará el que no ve el cadáver? ¿Tendrá la conciencia sucia porque, al fin y al cabo, es el cadáver del hombre que odiaba? Irascible como es, ¿ montará en cólera por no haber podido consumar él mismo la anhelada vénganza? Ya lo veis, ha bastado amueblar apenas nuestro mundo para que se perfile una historia. Y también un estilo, porque un pescador que pesca debería imponerse un ritmo narrativo lento, fluvial, acompasado a su espera, que debería ser paciente, pero también a los arrebatos de su impaciente iracundia. La cuestión es construir el mundo, las palabras vendrán casi por sí solas”.
¿ Qué es la inteligencia? , se le preguntaba en una ocasión al biólogo suizo Jean Piaget. “Es la capacidad de adaptación a situaciones nuevas — respondía—.es, sobre todo, inventar y comprender. El desarrollo de la inteligencia supone cierto interés o curiosidad en el individuo. Cuando el medio social es rico en sugerencias o incitaciones de esta índole, cuando el niño vive en una familia donde abundan las ideas y donde se analizan los problemas, hay un adelanto en su desarrollo. Por el contrario, si el medio social es ajeno a todo ello, hay un retraso inevitable. La inteligencia es como un músculo tanto más perfecto cuanto más se le utiliza. Hace falta de todas formas un mínimo de capacidad. Mucho antes que el lenguaje existe una inteligencia práctica que abarca las conductas instrumentales: por ejemplo, apoderarse de un objeto que está colocado sobre una alfombra a base de tirar de la alfombra, o utilizar un bastón para acercar un objeto que no está a nuestro alcance.
He tenido respecto a niños algunas experiencias que he observado bien. Yo trabajaba en un cuarto bastante grande, mientras uno de mis sobrinos jugaba con una pelota. Era un niño de diez o doce meses que apenas andaba, yo le miraba de vez en cuando. De pie o a gatas, tomaba la pelota y la tiraba, corría tras ella y comenzaba de nuevo. De pronto la pelota cayó bajo un sillón y él se deslizó para encontrarla. Un poco después, la pelota desapareció por el lado opuesto de la habitación y fue a parar debajo de un sofá, cuyos faldones resbalaban hasta el suelo. El niño se agachó y miró, pero no vio nada. Entonces se levantó con rapidez y fue a buscar la pelota en el sillón de antes. ¿No es una maravilla? El objeto no resultaba todavía enteramente localizable para él y lo buscaba allí donde su acción había tenido éxito. Había logrado encontrar la pelota bajo el sillón: había fracasado cuando estaba debajo del sofá, así que fue a buscarla bajo el sillón.” .
— Y entonces, ¿ verdad Bob?, notamos algo raro en los Campos Elíseos. Al menos lo noté yo. Era como si a los automóviles les pasara algo. Bajaban en silencio, todos acompasados, como si descendieran en procesión. Y sobre todo, en silencio, sin rozarse, sin ruido de motores.
—¿En silencio total? — preguntó el periodista.
—Ezacto. En silencio total. No se rozaban. No sonaban los cláxones. Parecían de seda. Todos los Campos Elíseos de seda.
— ¿ Y usted los vio?
— Bueno, yo acababa de salir con Bob de un restaurante de los Campos Elíseos. Bajábamos por la acera de la izquierda bajo un sol de justicia. Me impresionó aquel silencio. Un silencio en las casas y en el tráfico, un silencio interior y exterior. No se oía nada en todo París. Una ciudad en completo silencio. Yo diría que era un silencio “resplandeciente”.
—¿ Por qué lo llama “resplandeciente” , señor Asimov?
— Porque era así. Todo París estaba resplandeciente. No solo los Campos Elíseos, sino toda la ciudad, las dos orilllas. No le he visto jamas de esa forma.
—¿Y qué hizo?
— Pues como pude llegué a Montparnasse. Seguía todo en silencio. Duró muchas horas. Yo creo que duraría seis o siete horas todo aquel silencio de París.
—¿ Va usted. a escribir algo sobre ello?
— Sí. Quizás sí. Puede ser el principio de un cuento.”
“El maquinismo, ¿es una etapa o el síntoma de una ruptura del equilibrio, de un desfallecimiento de las altas facultades desinteresadas del hombre, en beneficio de sus apetitos? He aquí la pregunta que a nadie le gusta hacerse.— decía el escritor francés Georges Bernanos en “Francia contra los robots”— No hablo de la invención de las máquinas, hablo de su multiplicación prodigiosa, a la cual nadie parece poner fin, pues el maquinismo no crea sólo máquinas, tiene también medios para crear artificialmente nuevas necesidades que aseguran la venta de nuevas máquinas. Cada una de estas máquinas, de una manera u otra, se agrega a la potencia material del hombre, es decir, a su capacidad, tanto para el bien como para el mal. Al hacerse cada día más fuerte, más terrible, sería necesario que cada día se hiciera mejor. Ahora bien, por descarado que sea, ningún apologista del maquinismo se atreverá a pretender que la máquina moraliza. La única máquina que no le interesa a la máquina es la máquina para disgustar al hombre con las máquinas, es decir, con una dedicada enteramente hacía idea de rendimiento, de eficiencia y, finalmente, de provecho.
( Imágenes- – 1- Paul Nicklen- national geográphic/ 2-Donato Giancola)
“ Hay personajes realmente sorprendentes. Cuenta Elias Canetti en un ensayo sus aventuras con el libro que está escribiendo: “ el personaje principal de este libro – dice – conocido hoy como Kien, era designado en los primeros esbozos como un “hombre- libro”. Pues así, como hombre- libro, lo tenía ante mis ojos, a tal punto que su relación con los libros era mucho más importante que él mismo. El componerse de libros era entonces su único atributo, y no tenía ningún otro. Cuando por fin me puse a escribir su historia en forma coherente, le di el nombre de Incendio. En este nombre estaba contenido su final: tenía que acabar en un incendio. Mientras yo ignoraba aún cómo iría progresando la novela, una cosa era segura ya desde el comienzo: él se prendería fuego junto con sus libro y ardería con su biblioteca en el incendio que provocase; por eso se llamaba Incendio. Así pues, sus dos nombres anteriores, “hombre- libro” e “ incendio”, fueron desde el comienzo el único dato seguro sobre su persona.”
( Imágenes— 1- Jimmy Liao/ 2- Donald Sultán- 1986- artnet)
“La narrativa se halla en una esfera un tanto diferente de las demás artes. Su medio es el lenguaje, y el lenguaje es algo que compartimos con los demás, común a todos nosotros. En cuanto aprendemos a hablar, empezamos a sentir avidez por los relatos — señalaba Paul Auster—. Los que seamos capaces de rememorar nuestra infancia recordaremos el ansía con que saboreábamos el cuento que nos contaban en la cama, el momento en que nuestro padre, o nuestra madre, se sentaba en la penumbra junto a nosotros con un libro y nos leía un cuento de hadas. Los que somos padres no tendremos dificultad en evocar la embelesada atención en los ojos de nuestros hijos cuando les leíamos un cuento. ¿ A qué se debe ese ferviente deseo de escuchar?
(…)
El arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿ qué tiene de malo la inutilidad? ¿ Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? El valor del arte reside en la misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente… inútil.”
(Imágenes-1- Auster y su mujer/ 2- puente de Brooklyn- 1998- foto Barbara Mensh- artnet)
Cumple hoy cien años el sociólogo francés Edgar Morin, autor, entre muchos otros títulos, de “El cine o el hombre imaginario’ y “Las estrellas del cine”. “Nunca, en el teatro, se había destacado el actor hasta ese punto — escribía Morin en 1957 —. Nunca había podido un artista desempeñar un papel tan importante en el espectáculo y más allá de él…. El cine ha inventado y revelado a la estrella (…) La Garbo, presente- ausente entre nosotros, testimonia hoy la grandeza pasada de la estrella. Demasiado grande para el cine que llegó a ser demasiado pequeño , apenas si se dignó rodar de cuando en cuando algunos films antes de encerrarse en el silencio. Sobreviviente del crepúsculo de los dioses, su misterio y su soledad nos hacen apreciar la evolución cumplida. Como signo de duelo, y también como para protegerse de la corrupción del mundo y del tiempo, disimula sus rasgos bajo un sombrero sin gracia y gruesos lentes negros. Y es su rostro inmortal de divina el que nuestro recuerdo ve radiante bajo su velo.
La idealización de la estrella, entiéndase bien, implica una espiritualización. Las fotos nos muestran con frecuencia a la estrella ocupada en pintar bajo la inspiración del talento más auténtico o bien acurrucada delante de su biblioteca, consultando una hermosa obra cuya encuadernación garantiza un valor espiritual. El actor inglés Ray Milland no oculta lo elevado de sus preocupaciones: “ Me gusta la astronomía, me gusta meditar sobre la naturaleza y las posibilidades de los planetas. Mi libro favorito se refiere a la vida vegetal que se supone existe en la Luna. Además de esto, estudio los veinticuatro volúmenes de la “Enciclopedia Británica”.
La belleza y la juventud de la estrella magnifican sus papeles de enamorada y de heroína. El amor y el heroísmo magnifican, recíprocamente, a la estrella joven y bella. En el cine, encarna una vida privada. En privado, debe encarnar una vida de cine.”
Vila- Matas en su “Diario voluble” nos lleva hasta el italiano Roberto Calasso y a su vez Roberto Calasso nos lleva hasta Kafka: “En uno de sus mejores capítulos, Calasso analiza el arranque de “El proceso” donde Kafka escribió unas palabras que después eliminó. “Hace falta presteza para cogerlo todo, al abrir los ojos, por así decir, en el mismo punto en que uno lo ha dejado la noche anterior.” Roberto Calasso ve en “Él proceso” la historia de un despertar forzado. Josef K. es aquel para quien nada volverá a estar en su lugar. Hay gente que al despertar revive cada día con angustias su aparición en la vida, ese despertar forzado. Alguien decía que venimos al mundo muy jóvenes en un tiempo muy viejo. Y es al tiempo — nos desvela Calasso— al que Kafka hace alusión en la breve y misteriosa frase suelta que abre sus ‘Diarios”: “ Los espectadores se ponen rígidos cuando pasa el tren.” El tren es el tiempo que no nos permite comprender su forma. Es inevitable entonces ponerse rígido, mientras lo observamos: signo de una última resistencia.”
(Imágenes— 1- Alfred Stiegliz/2-Alberto Sughi- artnet)
Sobre el jazz ha escrito Cocteau, Chester Himes, Kerouac, Cortázar, Georges Perec, Echenoz y tantos otros. Los ritmos de esta música han tocado también la poesía en Michel Butor y la lista de los intérpretes ha inundado las salas de conciertos. Es una música muy celebrada, una compañía para tantos a la hora de eludir la soledad.
En 1952 la revista “Le Point” dedicó un número especial en el que analizaba y comentaba diversos aspectos del jazz.
“La principal característica del jazz — allí se leía — es lo que se ha llamado el “swing”, palabra difícil de definir. .Designa la pulsación rítmica regular y flexible que anima la medida de cuatro tiempos y que es el elemento esencial en toda interpretación del jazz. El “swing” sólo puede existir “en potencia” en el texto musical; está, esencialmente, en el ejecutante. Una partitura musical puede ser más o menos apta para ser “swingada”; una orquesta podrá “swingar” tal arreglo, que otra ejecutará sin el menor “swing”. Duke Ellington, uno de los mejores músicos de jazz dijo muy justamente, “ el “swing” no tiene texto musical alguno. Usted no puede escribir “swing”, pues el “swing” es lo que emociona al oyente, y no hay “swing” mientras la nota no suena. El “swing” es un fluido, y aunque una orquesta haya tocado una cosa catorce veces puede que no la “swingue” hasta la nümero quince”.
La importancia del “swing’, en jazz, basta para comprender que esta música es esencialmente una música de baile, lo cual, contrariamente al prejuicio corriente, no le quita nada de su valor artístico. Cuando se habla con menosprecio de “müsica de baile” se olvida que los compositores clásicos de hace algunos siglos escribían, sobre todo, música de baile, de ritmo regular y continuo….
De lo que precede, resulta que, en el jazz, la “creación no está separada de la interpretación.” He ahí otra característica del jazz. En lugar de un compositor que escribe una música que interpretarán después unos ejecutantes, son los intérpretes mismos los que, en el jazz, aseguran la materia musical, ya con sus improvisaciones, ya con su participación en la elaboración de las orquestaciones. Los arreglos de conjunto que ejecutan las orquestas de jazz raramente se fijan de una vez para siempre. Con frecuencia son modificados según la sugestión del director de orquesta o de sus müsicos. El arreglo de tal o cual trozo perteneciente al repertorio de un Duke Ellington varía notablemente de un año a otro.
Otra característica del jazz, que se desprende de la anterior, es el ser esencialmente “ un arte colectivo”. La creación, aquí, raramente es individual. Cuando, en una orquesta, improvisa un solista, la improvisación es sostenida por los miembros de la sección rítmica, que pueden influir enormemente en su manera de improvisar, igual que la interpretación del solista influye, a su vez, en el estilo de la sección rítmica. Ciertamente, sucede que el jazz conoce la creación individual, tal es el caso de un pianista tocando un solo, sin el menor acompañamiento. Pero los solos del piano derivan directamente de la creación colectiva, pues, en su origen, los pianistas de jazz tocaban sólo para hacer bailar, y los bailarines influyen en los músicos, al menos desde el punto de vista rítmico ( que es el más importante).
Otra característica del jazz es que los músicos no utilizan sus instrumentos segün la técnica “ clásica”, que se enseña en los Conservatorios. Los tocan como “cantan”. Ahora bien, si el estilo vocal negro es ya muy diferente de la técnica vocal europea, el contraste se hace mucho más acusado en el ámbito instrumental, donde los negros obligan al clarinete, a la trompeta, al trombón, a expresarse, en cierto modo, como una voz humana. El estilo instrumental de los negros es el mismo que el de un negro que habla o que canta. Es “expresivo”, sin énfasis, sin sentimentalismo redundante o declamativo de mala calidad, pero con una vehemencia extraordinaria. Es, con frecuencia, por el modo de atacar las notas, las inflexiones, el vibrato, más que por la misma idea melódica, por la que el músico de jazz crea bellas frases en sus improvisaciones o en una orquestación de conjunto.”
“Si yo me impongo una disciplina. — decía Simenon — es porque de repente recibo una especie de aviso o señal de alarma que siempre me funciona. Cuando no me encuentro bien, se lo he dicho a mi médico que no me sentía bien, que creía tener tal o cual cosa. Entonces mi médico me preguntaba: “¿Cuándo va a comenzar usted una nueva novela ? Y yo le he contestado:. “Dentro de ocho días.” Entonces él me ha respondido. “ Entonces usted está bien”. Y era un poco como si él me recetara una especie de orden para cumplir: “ Póngase cuanto antes a hacer esa novela”. Es mi terapia, aquella que siempre me ha ido mejor. No se transforma uno en escritor, se nace escritor. No se transforma uno en pintor, se nace pintor. Es un destino. No se aprende en ninguna escuela. Por eso cuando mi médico, que me conoce bien, me nota un poco mal, enseguida me pregunta. “¿ Cuánto tiempo lleva usted sin escribir?. Y la única receta que me da es ponerme a escribir cuanto antes una novela.”
“A Giacometti – recordaba John Berger en “El momento del cubismo”: en 1966 —- lo único que le interesaba era la.contemplación de la realidad. Por eso, creía que era imposible que una obra estuviera terminada. Por eso, el contenido de cualquiera de sus obras no es la naturaleza de la figura o la cabeza retratada, sino la historia incompleta de su contemplación por parte del artista. El acto de mirar era para él una forma de oración y se fue convirtiendo en un modo de aproximarse a un absoluto que nunca conseguía alcanzar. Era el acto de mirar lo que le hacía darse cuenta de que se encontraba constantemente suspendido entre la existencia y la verdad.
Si hubiera nacido en un periodo anterior, Giacometti habría sido un artista religioso. Pero, nacido en una época de alienación profunda y general, no quiso utilizar la religión como un escape hacia el pasado. Fue obstinadamente fiel a su tiempo, un tiempo que debió de ser para él como su propia piel: el saco en el que había nacido. Y en este saco sencillamente no podía obviar, sin dejar de ser honesto, su convicción de que siempre había estado solo y siempre lo estaría (…) En vida de Giacometti no hubo nada que lograra romper su aislamiento.
Todo esto se verá en el “viaje retrospectivo “ dedicado a Giacometti en Mónaco, con la exposición que reúne a 230 obras del autor.
Es la convicción sobre sí mismo que tenía siempre Giacometti. En alguno de mis libros he hablado de esa convicción que debe tener todo artista.
“ es la convicción — decía allí —- que uno debe tener siempre ante lo que escribe, pinta o esculpe. Uno debe hacer lo que tiene que hacer, lo que quiere hacer. Sin plegarse a las modas. Pongo un ejemplo entre muchos : Giacometti compone figuras diminutas, cabezas diminutas, figuras tan delgadas que parecen casi de alambre. Él reduce las dimensiones hasta el máximo. Es lo que quiere hacer desde su convicción de artista y es lo que hace. No piensa qué efecto pueden tener sus mínimas figuras ante el público, tampoco le importa. Él compone esas figuras porque cree en ellas, es como él ve el mundo y así lo expresa. En el otro extremo, tan sólo refiriéndonos a las proporciones o a las dimensiones, tenemos a Botero. También él hace lo que cree que debe hacer. Y así lo hicieron cada uno a su modo los impresionistas enfrentándose a veces a salones y a galerías, o Picasso, o tantos otros. Tengo un enorme respeto hacia la autenticidad, hacia la creatividad personal. En el fondo tengo un enorme respeto por el que crea algo.”.
(Imágoi 1- Alberto Giacometti- vincentstrauss wordpress com/2- el hombre que camina- el mundo es/