“El espíritu doméstico es calmo, familiar, natural —decía John Burroughs— : ama el bienestar, la intimidad, la discreción; le gusta el rincón de la chimenea, el viejo sillón, las ropas habituales, los ambientes sin afectación, los niños, los placeres simples. El hombre medio, en cierto sentido, construye su casa a su imagen y semejanza. Como los caracoles y los moluscos, el ser humano segrega su vivienda. Cuando uno se construye solemnemente su casa, hace públicos sus gustos y sus modales, o la necesidad que se tiene de ellos. Si el instinto doméstico es fuerte, si uno es humilde y sencillo, la casa reflejará sin disimulo esas cualidades. Si, por el contrario, se es arrogante y se tiene una ambición malsana, o se es frio y egoísta, esas cualidades se transparentarían igualmente.
La casa aporta refugio, comodidad, salud, hospitalidad; en ella se come y se duerme, se nace y se muere, y su apariencia debería estar de acuerdo con los usos cotidianos carentes de pretensión, y con los objetos y lugares de la naturaleza universal. Debe hundir sus raíces en el amor; su ambiente particular y su personalidad deben emanar de la vida doméstica.”
(Imágenes -1- comedor de Monet/ 2-Berthe Morisot)