El soberbio es tal — dice el filósofo griego Teofrasto— que ordena al que le busca de prisa que después de comer le podrá hablar en el paseo. Si hace bien a otros, les dice aun en la calle que lo tengan presente, y les obliga a que se le acerquen , sin que jamás quiera acercarse ėl primero a nadie. Es capaz de mandar a los que le compran, o tienen que pagarle alguna cosa, que vuelvan otro día al amanecer. Yendo por la calle, no saluda a los que encuentra, y a lo más les inclina la cabeza. Si alguna vez le parece dar un convite a sus amigos, no come con ellos, sino encarga a alguno de sus criados que los cuide. Si va a ver a alguno, envía antes quien le diga cómo viene a visitarle. No permite que entren a verle cuando come. Cuida también, si ajusta cuentas con alguno, de que un criado las haga, reste, saque las sumas y las ponga en el libro de anotaciones. Si escribe cartas, no tiene miedo de decir : “Me harás el favor”, sino “Quiero que hagas”, y también: “No se haga de este modo” y “Cuanto antes”. Porque la soberbia es “vilipendio de todos, a excepción de sí mismo”.
(Imagen — Jean Moral)