“He hecho un descubrimiento particular — escribe Rilke en una carta de diciembre de 1923–: chales, chales de cachemira de Persia y del Turkestán, iguales a los que veíamos con emoción sobre los hombros suavemente caídos de nuestras bisabuelas; chales con el centro redondo o cuadrado o estrellado, con un fondo negro, verde o blanco marfil, cada uno un mundo en sí, verdaderamente, sí, cada uno una felicidad completa, una dicha entera y quizás un completo renunciamiento, cada uno todo eso, absolutamente tejido de humanidad, cada uno un jardín cuyo cielo, referido al mismo tiempo, estaba contenido; así como en el perfume del limón, probablemente, se comunica el espacio entero, el mundo entero que el fruto feliz ha integrado día y noche en su crecimiento. ¡ Como hace algunos años en París, con los encajes, comprendí de pronto, ante esas telas desplegadas, la esencia del chal! Tal vez sólo así, solamente en la transformación que permite un lento y tangible trabajo manual se logran equivalencias completas, silenciosas, de la vida, a las cuales el lenguaje no alcanza jamás, a menos que logre obtener alguna vez, en un llamado mágico, que algún recóndito rostro de la existencia permanezca, en el espacio de un poema, vuelto hacia nosotros”.
(Imagen —Erwin Blumenfeld)