“Recuerdo un olor… simplemente el olor del arrayán cortado, lo recuerdo extendido por un gran espacio en el que la luz también se extendía con el furor de la mañana, ya cerca de las doce —evoca Rosa Chacel —. Entrar en el clima del arrayán era el final de algo y el principio de otro algo interminable. El ámbito del arrayán era — o es —el Parterre, atrio del Retiro, por la parte contraria a mi casa. La que me correspondía como entrada era la gran puerta del paseo de coches, principio de O’ Donnell. Esa entrada era como pasar corriendo: a la izquierda la Sociedad Colombófila y el laberinto, en el que se podía perder mucho tiempo. Luego se avanzaba según el móvil y sin móvil alguno: claro que predominando el de las exposiciones… Ansiedad por los grandes paseos que enfocan los dos Palacios y esos días, el trébol en flor, bien alto y junto al Palacio de Cristal el aroma del paraíso —olivo de Bohemia —breve árbol exquisito… Y otros rincones que se hacían íntimos por algún otro olor —tal vez celindas —o por el arrullo de las tórtolas. Avanzando se llegaba — antes de llegar se empezaba a oler el arrayán… Avanzábamos por el Parterre, lugar radiante, luminoso y oloroso con un olor duro, sugeridor de la tijera que disciplinó los durísimos troncos casi tan duros como el boj, tan graves como el ciprés.
Bueno, ya estábamos en el Parterre, ya no había más que cruzar la calle y entrar en el Casón. Se impone la terrible evidencia: si hablo del Casón, tengo que pedir un crédito que no sé si mereceré, no sé si me será posible dar una idea de algo realmente visto y que ya nadie verá porque ahí quedan las bellezas del Retiro, ninguna explosión las destruyó, pero lo que había en el Casón ya no existe, se lo llevaron a no sé qué aula escolar y allí quedó. (…) Ahora me pongo a revivir aquello sólo para clamar por su ausencia… para imaginar el aura de aquel tiempo vagando por la soledad de las mañanas radiantes que, sin duda, repetirán el juego de los rincones íntimos, con celindas y tórtolas, pero no derivarán a aquel templo en el que se vivía la libérrima —sagrada por absoluta —belleza del cuerpo que, por ser humano, destellaba el saber… digamos el secreto del hombre, la medida, que dibuja el parterre del conocimiento. Aroma —hálito — de hojas recortadas en regular armonía, hasta la estricta norma que hoy día explora la materia como la más exquisita y misteriosa flor”.
(Imágenes—1- parterre del Retiro / 2- el Casón / 3- el parterre)